Era de noche. Los Diablos Rojos del México se enfrentaban contra los Tecolotes de Nuevo Laredo en un encuentro apocalíptico, en el que los segundos aparentemente no tendrían oportunidad. Sin embargo, sobre el césped adiamantado un joven lanzador llamado Ramiro Cuevas Guzmán se agrandaba contra esos Diablos y lanzaba esférica tras esférica eliminando bateadores.
Ese 14 de agosto de 1953 los asistentes al Parque Delta del Distrito Federal fueron testigos del primer juego perfecto –es decir, sin carrera, hit ni base– efectuado en México. Partidos registrados sin hit ni carrera ya se habían presentado en nuestros circuitos de beisbol; de hecho, Cuevas realizó uno, pero el llamado juego perfecto, el que consagra a todo lanzador, era desconocido hasta ese momento en nuestro país.
Las reseñas indican que el juego empezó sin grandes expectativas; hasta se podría decir que nadie esperaba nada de él. Al estadio acudieron pocas personas, pues la noche fue más fría de lo esperado y el equipo visitante tampoco llamaba mucho la atención. Con el transcurrir de las entradas, los fanáticos se percataron de que más allá de la victoria o derrota, el pícher visitante estaba consolidando un partidazo.
Una, dos, tres entradas. Hasta aquí todo normal: un duelo parejo que apenas permitía la primera carrera norteña. Cuatro, cinco, seis, siete entradas sin que Cuevas dejara a los rivales siquiera suspirar por la primera base. Con timidez se escuchó por ahí alguna loa a sus lanzamientos, pero ya para la octava entrada el apoyo de los conocedores aumentó y hasta los propios aficionados de los Diablos aplaudían cada cañonazo que salía del brazo de Ramiro.
Al llegar la novena el apoyo era total. Desde que subió al montículo recibió aplausos de todo el mundo. Los locales jurarían que eran visitantes. Todos estaban con Ramiro Cuevas. Todos querían ser testigos de ese histórico hecho. ¡Pero pasaba algo en la banca de los Diablos! El entrenador llamaba a la dignidad deportiva a sus jugadores y con todo el aplomo del mundo se disponía a salir como bateador emergente. ¿Su nombre? José Luis Chile Gómez, un histórico del beisbol mexicano.
El público se paralizó. Los jugadores se enfrentaron con la mirada. Cuevas arrojó la pelota y el Chile la contactó. Parecía que se derrumbaba el juego perfecto, pero el golpe fue malo y el segunda base de Nuevo Laredo atrapó el roletazo, envió a primera la esférica y todo terminó.
Era otra época y los pocos asistentes entraron al campo para felicitar al jugador, quien salió en hombros. Un histórico del beisbol nacía en ese momento.
La nota breve "El primer Juego Perfecto en el beisbol mexicano, 1953" del autor Gerardo Díaz se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México, número 107.