Esta historia comienza cuando, en julio de 1958, el nipón Nobuyoshi Murata llegó a trabajar en la importante empresa farmacéutica Takeda de México como gerente de exportaciones. Hablaba español y tenía el grado de cinta negra 2º dan en karate do shito ryu. Nadie sospechaba en ese momento que la actividad comercial mexicana con Japón abriría las puertas a la enseñanza de este arte marcial en el país.
El 31 de enero de 1959 se dio el gran paso: la embajada de Japón en nuestro territorio le solicitó al joven Murata, de veintisiete años, que exhibiera su técnica de shito ryu, un estilo del karate do, como parte de la inauguración del Club Japonés –de la Asociación México Japonesa–, ubicado en la colonia Las Águilas de la capital del país. El acto fue todo un éxito. Despertó el interés de los asistentes y algunos se le acercaron para requerir su enseñanza. Murata se resistió, pero al final lo convencieron, no sin imponer ciertas condiciones, como “que fueran personas serias, honorables y que entendieran, más que la técnica, la filosofía del samurái”.
El reducido grupo que inició su camino en el karate do en octubre de 1959 estaba encabezado por Manuel Mondragón y Kalb, de veinticinco años, seguido por cerca de una veintena de entusiastas jóvenes.
El karate do moderno
La raíz histórica del karate do practicado en México y Latinoamérica se encuentra en Okinawa. Ahí florecieron las técnicas naha-te y shuri-te, las cuales luego se convirtieron en cuatro ejes marciales: goju ryu, del maestro Chojun Miyagi; shito ryu, de Kenwa Mabuni; shotokan ryu, de Gichin Funakoshi, y wado ryu, de Hironori Otsuka.
Funakoshi comprendió ampliamente la revolución cultural de Japón y hoy es considerado el padre del karate do moderno, pues entre finales del siglo XIX y principios del XX dio los primeros pasos para difundir dicho arte marcial en el orbe al cambiar el concepto tradicional de karate-jutsu (“arte de manos chinas”) y convertirlo en lo que conocemos: kara (“vacío”), te (“mano”), do (“camino” o “filosofía de vida”), por lo que literalmente significa “camino de la mano vacía o sin armas”.
El karate do tradicional se quedó en Japón, pero Funakoshi marcó el antes y el después al difundirlo en el mundo occidental. De ahí que lo que se practica en estos lares en la actualidad es una disciplina deportiva-marcial que se institucionalizó y masificó.
En 1903 Funakoshi rompió una tradición milenaria al empezar a enseñar karate do a un amplio público, porque antes de esa fecha solo era compartido con unos pocos estudiantes y en secreto. Con el proceso de masificación que impulsó el Estado japonés por medio del Ministerio de Educación en 1922, se convocó a Funakoshi para que realizara una exhibición en Tokio, la cual fue muy exitosa e influyó para que se implantara el karate do como enseñanza normal en las universidades japonesas; las primeras en hacerlo fueron las de Keio y Takushoku.
En las universidades, Funakoshi estuvo a cargo de supervisar la enseñanza y transmisión adecuada de la filosofía marcial a los estudiantes. Dicha medida hizo que se rompiera aún más el hermetismo. Más tarde, en plena Segunda Guerra Mundial, los militares estadounidenses se asombraron al observar los entrenamientos de karate do y solicitaron su enseñanza. Cabe agregar que EUA fue el primer país del mundo occidental que contó con un instructor oficial enviado directamente de Japón.
En México
La institucionalización del karate do en nuestro país se inició en los años sesenta, al igual que ocurría en otras partes del mundo, y fue producto del impulso de la JKA desde Japón. En este sentido, destacó Nobuyoshi Murata como uno de los promotores de shito ryu; en 1962 invitó a Hiroshi Matsuura y después contactó a otra gran variedad de expertos, como Kunio Murayama, quien llegó en 1970. A partir de 1972 se sumaron otros que fueron supervisados por los maestros responsables de esta última técnica en Japón: Manzo Iwata y Kenei Mabuni. Los primeros alumnos mexicanos en recibir su primer dan de cinta negra fueron Manuel Mondragón y Carlos Vila.
El proceso de institucionalización del shotokan fue diferente al del shito ryu. A finales de los sesenta llegó el primer maestro de aquel estilo: Yoshimasa Yatoh. Instructor de la fuerza aérea de Japón y enviado por la JKA, fue recomendado por Matsuura e invitado por un grupo de instructores de la Asociación Mexicana de Karate Do, entonces ubicada entre la calle Hermosillo y la avenida Insurgentes, en la colonia Roma Sur. Ahí recibieron instrucción Manuel Mondragón, Juan Jorge Farías, Pedro Posada, Noli Saldívar, Julián Huitrón, Héctor Aguirre, entre otros.
Después, Yatoh tuvo que regresar a Japón para cumplir compromisos profesionales y su lugar fue ocupado por Matsuura, quien fue nombrado representante de la JKA en México. Para ese momento las escuelas de shotokan se habían multiplicado, por lo que Matsuura solicitó a la JKA un instructor. Fue enviado Kenshiro Majima, quien impartió clases en un dojo frente a la Alberca Olímpica (sobre avenida División del Norte). Sin embargo, poco duró su estancia, pues falleció en un accidente automovilístico en la carretera México-Querétaro.
Matsuura solicitó un nuevo instructor y fue enviado Yukichi Tabata, quien impartió clases en la Asociación Japonesa en México, ubicada sobre la avenida Miguel Ángel de Quevedo. Allí se formaron grandes exponentes nacionales y se consolidaron los cimientos filosóficos del arte marcial. Por el elevado número de alumnos que llegó a reunir Tabata, se planeó crear un centro de instructores de karate do latinoamericano, el cual no fue posible realizar, pues tuvo que regresar a Japón tras cumplir dos años en México.
El gran cambio del karate do en nuestro país se dio cuando Matsuura, después de haber permanecido diez años aquí, se fue a San Diego California (EUA) y luego a Japón. Entonces surgieron muchas divisiones en el estilo shotokan y nuevas organizaciones se formaron, tal y como había ocurrido en la nación nipona. Así, en otro impulso que tomó el shotokan en México, fueron invitados maestros japoneses como Masaaki Sumida, Hanshi Hiroshi Ishikawa y Shuhei Tsukada. Además, surgieron instructores mexicanos como José Luis Lao, Gerardo Covarrubias, Pedro Flores, Julián Huitrón, Jorge Noceda, Rogelio Flores, entre otros.
La gran aceptación del karate do en México lo ha mantenido con un alto nivel de competitividad a nivel nacional e internacional. Aunque actualmente son pocas las asociaciones que conservan los principios tradicionales, existen múltiples expresiones de este arte marcial milenario que dan cuenta de su vigencia.
Esta publicación es sólo un fragmento del artículo "El arte marcial que llegó para quedarse" del autor Cuauhtémoc Domínguez Nava, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 107.