¿Se acuerdan de la gran actriz Pina Pellicer?

Las Protagonistas
Ricardo Cruz García

 

“Tanto eras para la vida/ que tú elegiste la muerte”, escribió Pita Amor en un poema dedicado a Pina Pellicer después de su suicidio. La extraordinaria actriz que había deslumbrado a México y al mundo decidió quitarse la vida en diciembre de 1964, cuando apenas pasaba los treinta años y su trayectoria ya alcanzaba altos vuelos.

Josefina Yolanda Pellicer López de Llergo había llegado a este mundo el 3 de abril de 1934 en Ciudad de México. Era descendiente de reconocidas familias de Tabasco, entre cuyos miembros se encontraba su tío el poeta Carlos Pellicer. De acuerdo con la biografía del investigador Reynol Pérez Vázquez y Ana Pellicer (hermana menor de Pina), desde niña mostró un carácter melancólico y, con una aguda sensibilidad, en su juventud se volvió introvertida e incluso manifestó rasgos depresivos. Dueña de una singular belleza, era aficionada a la lectura y más tarde se inclinó por la danza.

En 1949 dio su primer paso en el cine al participar como extra en escenas de baile de la película La liga de las muchachas (Fernando Cortés), al lado de la famosa actriz Miroslava. Después de incursionar en el modelaje, en los años cincuenta se adentró en el mundo universitario para estudiar historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Allí, además de tratar al maestro Edmundo O’Gorman, colaboraba en el departamento de publicaciones de esa casa de estudios.

Para su fortuna, pronto se encaminaría hacia su verdadera vocación: la actuación. Se interesó en el teatro universitario, formó parte de la compañía del exiliado español Álvaro Custodio y luego tomó clases con el famoso director teatral japonés Seki Sano, otro refugiado político que residía en México. También participó de manera destacada en los montajes del innovador proyecto Poesía en Voz Alta, al lado de figuras como Héctor Mendoza, Juan José Arreola, Elena Garro y Octavio Paz, además de los artistas plásticos Leonora Carrington y Juan Soriano.

Su gran talento histriónico pronto atrajo la mirada de productores hollywoodenses y en 1958 fue llamada para ser coprotagonista, junto a Marlon Brando, de la cinta El rostro impenetrable. Mientras la filmación de esa película quedó estancada, Pina se reveló como una excelente actriz al coestelarizar, al lado de Ignacio López Tarso, Macario (Roberto Gavaldón, 1960), nominada al Oscar como mejor película extranjera. Dicho filme y El rostro impenetrable –estrenada finalmente en 1961 y que le valió el premio a la mejor actriz en el Festival de San Sebastián (España)– le dieron proyección internacional.

En 1962, en España, protagonizó Rogelia (Rafael Gil). Al regresar a México, en ese mismo año estelarizó la extraordinaria Días de otoño, un drama psicológico filmado prácticamente con el mismo equipo de Macario. Con esa película obtuvo la Diosa de Plata de los periodistas cinematográficos mexicanos y el premio a mejor actriz en el Festival de Mar de Plata (Argentina).

Más tarde, en Estados Unidos participó en las series de televisión más populares de los sesenta. En 1963 actuó en la exitosísima producción El fugitivo, en cuyo capítulo siete, llamado Cortina de humo, interpreta a una trabajadora indocumentada. Un año después fue la estrella invitada de La hora de Alfred Hitchcock, donde protagoniza el episodio titulado La vida laboral de Juan Díaz, con guion del famoso escritor de ciencia ficción Ray Bradbury. En ese mismo 1964 grabó su última película: El pecador (Rafael Baledón), al lado de Joaquín Cordero, Marga López y Arturo de Córdova.

La primera semana de diciembre de ese año, Pina la niña de cara triste, Pina inundada de soledad, Pina la melancólica, Pina la incomprendida, Pina flor de tristeza, terminó con su vida. Su cuerpo, cubierto por una nívea ropa de dormir, parecía inmerso en un apacible sueño cuando fue encontrado el día 10 de ese mes, luego de que su amigo, el actor Salomón Laiter, recibiera una carta en la que ella le anunciaba su decisión y entonces fuera a buscarla a su departamento, en el número 131 de la calle Pachuca, en la colonia Condesa de Ciudad de México. Pero ya era demasiado tarde: las cerca de treinta pastillas de barbitúricos habían producido su fatal efecto.

Así terminaba una intensa como efímera trayectoria actoral y la gran Pina Pellicer partía de este mundo, no sin antes dejar escrito en su diario lo que podría haber sido su epitafio: “Seres como yo deberían tener la libertad de morir en el momento en que la tristeza empezara a invadirlos porque, los seres como yo, somos seres débiles, incapaces de decirle no a la tristeza, no a la vida, nos dejamos llevar, nos dejamos vivir, nos dejamos morir por la tristeza”.