Virginia Fábregas, la reina del teatro mexicano

Ricardo Cruz García

 

Pese a las reticencias familiares, en abril de 1892, en el Principal, se inició de manera formal en el teatro profesional, como “primera dama joven” de la compañía del español Leopoldo Burón. Las funciones resultaron un éxito y Virginia Fábregas se fue de gira con la compañía de Burón por algunas ciudades del país e incluso a La Habana, Cuba.

 

Una hermosa maestra normalista se dispone a participar en una función de teatro de beneficencia. Es el 16 de julio de 1888 y ella, de apenas dieciséis años, nunca ha estado frente a un escenario, mucho menos en uno como el famoso Arbeu de Ciudad de México. Es solo una aficionada a las tablas, pero recita su monólogo sin problemas. Al final, la lluvia de aplausos marca el debut de quien sería considerada la más grande actriz de América en su época: Virginia Fábregas.

La mujer que marcó un antes y un después en el teatro mexicano nació el 17 de septiembre de 1871 en Yautepec, Morelos. De acuerdo con el historiador Armando de María y Campos, después de su debut en el Arbeu en 1888, Virginia se presentó en el Teatro Principal y luego en una función de beneficencia de la Casa Amiga de la Obrera, frente a Carmen Romero Rubio, esposa del presidente Porfirio Díaz. De ahí en adelante, la joven fue dejando poco a poco su carácter de aficionada para convertirse en una actriz muy aplaudida y reconocida en México y otras partes del mundo.

En los siguientes años, la Fábregas actuó en diversos eventos teatrales, al tiempo que daba clases en una escuela de sordomudos. Para la década de 1890, su nombre empezó a sonar cada vez más en las crónicas de espectáculos, aunque ella, modestamente, afirmaba: “He sufrido y llorado mucho, en el mundo del arte voy por sendas escondidas, cortando a mi paso humildísimas flores. ¡Pobre de mí, infatigable buscadora de una hoja de laurel para mi frente, de un aplauso para mi oído, de un amor profundo para mi alma!”.

 

Pese a las reticencias familiares, en abril de 1892, en el Principal, se inició de manera formal en el teatro profesional, como “primera dama joven” de la compañía del español Leopoldo Burón. Las funciones resultaron un éxito y Virginia se fue de gira con la compañía de Burón por algunas ciudades del país e incluso a La Habana, Cuba. Al regresar a México, ya venía acompañada: su hijo Manuel había nacido, lo que la llevó a dejar las tablas por un tiempo.

Para 1894 ya la encontramos de nuevo en los escenarios, ahora como primera actriz de la compañía Alba-Fábregas, que presentó una exitosa temporada en la capital y en el sureste del país. Dicha asociación se disolvió al poco tiempo y Virginia se propuso crear su propia campaña, la cual se estrenaría nada más y nada menos que en el Arbeu en octubre de 1895, en medio de una enorme expectación.

La Fábregas fue la primera actriz mexicana en disputar y ganarle el lugar estelar y el aplauso del público a las intérpretes de las compañías extranjeras que tradicionalmente se presentaban en el país. Aparte, su reconocimiento como empresaria no tardó en llegar, en especial porque promovía la representación de obras de autores nacionales.

Poco después, Virginia se asoció con su esposo Francisco Cardona para formar una compañía y luego arrendaron el Hidalgo, un teatro popular –ubicado en lo que hoy es la calle Regina de Ciudad de México– que convirtieron en un esplendoroso foro en el que ahora se daba cita la alta sociedad porfiriana.

El éxito no cesaba y la Fábregas y Cardona partieron rumbo a Europa para presentarse en los teatros de Madrid, donde la actriz fue muy bien recibida y se elogió su talento y singular voz. Para 1906 la compañía ya era propietaria del Teatro Renacimiento, inaugurado pocos años antes y al que más tarde nombraron Virginia Fábregas (el actual Fru Fru, en la calle Donceles), donde la morelense se mostró más plena, brillante y bella que nunca.

Tiempo después, Virginia rompió con Cardona; sin embargo, ella continuó con su carrera: fue reconocida por el gobierno francés con las Palmas Académicas, era comparada con las mejores actrices europeas, organizaba giras por Centro y Sudamérica, actuaba en España… En todos lados la recibían con aplausos y elogios.

Pese al éxito obtenido, al final de sus días sufrió las penurias económicas derivadas de una industria teatral que era avasallada por el cine. Sin embargo, para ella la función debía continuar, por lo que no abandonó los escenarios hasta que la muerte la despidió de este mundo, el 17 de noviembre de 1950, no sin antes recibir el aplauso de su público.

Sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres y su legado llega hasta nuestros días mediante espacios como el Centro Cultural Virginia Fábregas y el Teatro Manolo Fábregas (fundado por su nieto, quien quiso honrar a su abuela al mantener su apellido), ambos en la colonia San Rafael de la capital mexicana; o a través de su bisnieto, el reconocido actor Rafael Sánchez Navarro.