Violencia y muerte en el Zócalo

Omar Fabián González Salinas

Caos durante los festejos de la Independencia mexicana, 1920-1940.

 

Durante el Porfiriato, tal como ha demostrado el historiador Rodrigo Moreno Elizondo, los 15 de septiembre en los festejos del Grito, la población reunida en el Zócalo de Ciudad de México solía incurrir en conductas de “desorden público”. Había de todo: desde disparos al aire, carteristas entre la multitud y hasta riñas al calor de las copas.

Una vez transcurrida la etapa bélica de la Revolución, en 1921 el presidente Álvaro Obregón celebró el Centenario de la Consumación de la Independencia como una forma de demostrar la estabilidad y paz alcanzadas después de la guerra. Muchas cosas habían cambiado en el país, pero lo que no cambió fue el desorden y violencia que tenían lugar cada noche del 15 de septiembre en el Zócalo.

Mientras las élites, que la prensa catalogaba como “distinguidas familias”, celebraban el Grito en exclusivos eventos con banquetes y bailes de etiqueta, en el Zócalo se congregaban multitudes que daban colorido al festejo con el ruido de trompetas, cantos, música y con el deleite de antojitos e infusiones en puestos callejeros. En medio de ese bullicio se suscitaban comportamientos no tan gratos.

Muchos de los asistentes resultaban heridos debido a personas que arrojaban botellas y propinaban empujones y golpes entre los apretados gentíos que, en no pocas ocasiones, provocaban estampidas que propiciaban desde pisotones hasta asfixiados. Durante el festejo, los ladrones aprovechaban para robar a turistas y a uno que otro distraído. Retirarse del Zócalo no necesariamente significaba ponerse a salvo, ya que automovilistas de pobre cultura vial y, a veces con unas copas encima, terminaban atropellando a los peatones en las inmediaciones del centro.

Uno de los problemas más graves era el de los disparos al aire por parte de individuos que gustaban de accionar sus armas, como muestra de júbilo patrio mientras vitoreaban a los héroes. Esto ocasionaba escenas dramáticas, como la vivida en el Grito de 1921, cuando se registraron cerca de veinte heridos de bala; entre ellos, gente que estaba en sus balcones observando los festejos. Y aunque la policía intervino, no fue fácil controlar a todos los que disparaban de forma frenética y sin cuidado alguno. Por supuesto que estas no eran prácticas virtuosas, pero sí formas particulares en las que muchos pobladores disfrutaban de las celebraciones patrias.

La policía intervino

A partir de 1923, el gobierno recurrió a las fuerzas policiales para poner orden en el festejo. Ese año se ordenó colocar filtros policiales en las calles que desembocaban al Zócalo, con el fin de evitar que las personas ingresaran armadas al Grito. Al interior de la plaza se desplegaron agentes de policía montada, mientras que en las inmediaciones del centro se colocaron patrullajes y destacamentos policiales. Dos años después, se añadieron patrullajes por parte de policías en motocicletas tipo sidecars. En los años siguientes, la vigilancia continuó de manera similar.

Dado que los prejuicios y estigmas de la época relacionaban la embriaguez de las clases bajas con la violencia y el robo, se emitieron prohibiciones para que en la noche del Grito permanecieran cerradas las cantinas y pulquerías, mientras que los restaurantes mantuvieron permiso de vender cerveza, siempre y cuando fuera acompañada de alimentos. Estas medidas se agudizaron en 1929 con el inicio de las campañas antialcohólicas, por lo que se estableció una prohibición absoluta para la venta de bebidas embriagantes.

Entre otras medidas, en 1930 se prohibió la quema de pirotécnica conocida como “tronadores”, así como provocar detonaciones con los escapes de los automóviles, que seguramente fue para evitar ruidos que pudieran confundirse con disparos de arma de fuego.

 

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