Villa: revolucionario y bandido

Javier Garciadiego

A cien años del asesinato de Pancho Villa, su figura sigue despertando polémicas, en general con dos posturas historiográficas contrastantes: quienes sostienen que fue un revolucionario integérrimo y quienes afirman que fue un personaje execrable. Para entenderlo se requiere más historia y menos leyenda, más acercamiento biográfico a su trayectoria de vida, para encontrar que en unos momentos fue un importante revolucionario del pueblo y, en otros, fue un hombre violento, autoritario e intolerante, azote de pueblos de Chihuahua. Para entenderlo debe evitarse la versión maniquea: revolucionario o bandido, y apegarse a una versión comprensiva: Villa fue revolucionario y bandido.

 

Francisco Villa volvió en 2023 a ser objeto de polémicas, tanto políticas como historiográficas. Lo había sido siempre: durante el proceso revolucionario y después de muerto. Dedicarle oficialmente este año, centenario de su asesinato, reavivó la confrontación. Son varias las razones de la discusión pública: ¿fue un revolucionario imprescindible o un simple bandolero? De ser lo primero, ¿cuáles fueron sus objetivos y cuál su legado? Para colmo, a diferencia de los demás protagonistas del periodo, Villa ha sido objeto de numerosos mitos y leyendas expresados en crónicas literarias, ‘corridos’ y en controvertibles testimonios de historia ‘oral’. En efecto, por sus orígenes socioeconómicos y por sus condiciones familiares ―nacido en 1878 en La Coyotada, Durango, en una familia de aparceros de la hacienda de la familia López Negrete― carecemos de toda información natal, escolar o catastral, por lo que sus orígenes y primeros años padecen muchas incógnitas.

A pesar de estas limitantes, son evidentes tres características decisivas suyas. Entre los grandes líderes y caudillos de la revolución, fue el de orígenes más populares, pues incluso los Zapata Salazar contaban con ciertos recursos ―algo de tierras y un pequeño negocio de engorda de animales―. Además, ambas familias gozaban de una alta identidad pueblerina, de la que carecían los Arango Arámbula. No solo fue Villa el líder revolucionario de orígenes socioeconómicos más limitados sino que fue el más complejo. Se conocen los objetivos de los otros líderes, pero no los de Villa, pues careció de un programa de reforma social y su ejercicio gubernamental fue breve. Para comprenderlo deben evitarse las visiones dicotómicas y maniqueas: Villa fue un importantísimo revolucionario y también un bandolero, en diferentes momentos de su vida. Por lo tanto, para entenderlo históricamente se debe periodizar su biografía.

Sin entrar a la discusión entre las míticas y las reales causas por las que el joven Doroteo Arango se alejó del núcleo familiar, lo cierto es que los últimos años del siglo XIX los pasó cometiendo actos delincuenciales de magnitud variada y huyendo de las fuerzas del orden. Obviamente, para sobrevivir tuvo que integrarse a alguna banda de malhechores, como las jefaturadas por Ignacio Parra y Refugio Alvarado. Como fuera, luego de varios años de vida tan riesgosa se radicó en el sur de Chihuahua con el propósito de vivir ordenadamente, para lo que incluso tuvo que cambiar de nombre, asumiendo el de Francisco ‘Pancho’ Villa. Obviamente, sería erróneo creer en dos etapas claramente distintas, el joven bandolero duranguense Doroteo Arango y el redimido chihuahuense Pancho Villa. Lo cierto es que este tuvo varios oficios legales, como albañil o arriero, mereciendo siempre el aprecio de sus patrones, aunque también siguió practicando el abigeato, robando ganado a las haciendas de las familias oligárquicas, lo que le dio cierto renombre entre los sectores populares rurales de Chihuahua.

Tratándose de cambios, el más importante fue el que tuvo lugar en 1910: ¿cómo y para qué se incorporó a la rebelión antiporfirista? Sobre todo, ¿cómo explicar que tuviera una actuación tan destacada? Todo parece indicar que se incorporó a la lucha maderista por invitación del líder del antirreeleccionismo en Chihuahua, Abraham González, con quien había tenido algunas relaciones laborales y quien le prometió que el nuevo gobierno le facilitaría una nueva forma de vida, comenzando por eliminar cualquier problema legal que tuviera. Para comenzar, llama la atención que participara en la rebelión antirreeleccionista sin haber participado en el proceso electoral previo, o sin ser el líder de un movimiento campesino local, como lo había sido Emiliano Zapata. Analizar la importancia que muy pronto adquirió, obliga a responder antes la pregunta: ¿cómo fue que pudo encabezar a un grupo de rebeldes sin tener una identidad regional y lugareña precisa? No es común que en una lucha armada se siga el llamado de un foráneo, de un desconocido. Las razones militares de su éxito son más fáciles de explicar: su gran capacidad guerrillera se debía a sus experiencias como abigeo, bandolero y arriero. Acaso habría que considerar otro factor: Madero desarrolló una gran simpatía por él, pues confió, atinadamente, en que podría servir de contrapeso del ambicioso Pascual Orozco.

Al triunfo del movimiento Villa fue licenciado y volvió a la vida civil, utilizando la gratificación recibida para adquirir un par de carnicerías, negocio que conocía desde la perspectiva del abigeato. Conforme a lo temido, Pascual Orozco se rebeló hacia marzo de 1912. Para combatirlo, el gobierno dispuso que se usara al ejército federal y a las fuerzas “Irregulares” norteñas de que pudiera disponerse. Así, durante poco más de tres meses, Villa colaboró con las fuerzas federales encabezadas por Victoriano Huerta, lo que implicó un proceso de aprendizaje militar, hasta que por un problema disciplinario10 este intentó fusilarlo, aunque gracias a la intervención de varios oficiales la pena fue conmutada por el encarcelamiento. Villa pasó la segunda mitad de 1912 en la prisión militar de Santiago Tlatelolco, en la Ciudad de México, de la que escapó durante la época navideña.

Después de varias vicisitudes Villa logró refugiarse en El Paso, Texas, pero cosa de un mes después tuvo lugar la Decena Trágica, en febrero de 1913, por la que su odiado Huerta derrocó y asesinó a su apreciado Madero. Villa se aprestó inmediatamente a la lucha, dando inicio una nueva etapa de su biografía. La lucha contra Huerta se dio sobre todo en tres escenarios norteños: en el noreste, a las órdenes del gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza; en el noroeste, encabezada por una clase media que con el maderismo había conquistado el poder estatal, a cuyo mando estaba Álvaro Obregón,11 y en el norte central, bajo el mando de Pancho Villa, liderazgo que recayó en él por la muerte de Abraham González.12 Sin duda el único de orígenes populares era Villa, lo que le dio una característica particular al proceso en Chihuahua –y Durango–: además de enfrentar a Huerta se luchaba contra la oligarquía local. En este aspecto Villa sí fue “el Revolucionario del Pueblo”.

 

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Javier Garciadiego: Doctor en Historia de México por El Colegio de México y doctor en Historia de América Latina por la Universidad de Chicago. Ha impartido cursos en la UNAM, el ITAM y El Colegio de México, y ha sido profesor visitante en diferentes universidades del extranjero. En 2010 recibió el premio del INEHRM a la trayectoria en investigación histórica sobre la Revolución Mexicana. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel III), de la Academia Mexicana de la Historia desde 2008 y de la Academia Mexicana de la Lengua. Es autor de numerosos artículos y de varios libros; entre los más recientes destacan: Textos de la Revolución Mexicana (2010), Revolución y exilio en la historia de México. Del amor de un historiador a su patria adoptiva. Homenaje a Friedrich Katz (2010), Ensayos de historia sociopolítica de la Revolución Mexicana (2011) y 1913-1914: de Guadalupe a Teoloyucan (2013). Colaborador asiduo de esta revista desde sus inicios, ha sido director general del INEHRM y presidente de El Colegio de México. Actualmente es director de la Academia Mexicana de Historia.

 

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