Vicente Guerrero, un presidente víctima del clasismo

Javier Torres Medina

Algunos radicalizaron sus posturas, pues no estaban contentos con que hubiera llegado un “negro” a la presidencia, un representante de la “baja democracia”, ni que la “leperocracia” se hubiera entronizado en el gobierno, cosa que los autollamados “hombres de bien” no podían permitir. El diputado Carlos María de Bustamante comentó: “Esto solo basta para que conozcan mis lectores el estado de desorganización actual de la República. ¿Quién creería que unos negros despreciables del sur, que ni figura tienen de hombres, vendrían un día a imponer al gobierno de México y a formidar [intimidar] a esta ciudad?”.

 

Con el sistema de elecciones indirectas que regía en México, Guerrero obtuvo el segundo lugar en la cantidad de votos de los electores, por lo que no ganó a su contrincante Gómez Pedraza (el que obtuvo el mayor número de sufragios). Sin embargo, tras el alzamiento del antiguo líder insurgente, el Congreso de la Unión anuló dichas elecciones y lo declaró presidente, con Anastasio Bustamante –que había obtenido el tercer lugar en los comicios– como vicepresidente.

En enero de 1829 todavía no asumía el cargo y ya dictaba providencia y órdenes. El ministro de Guerra Francisco Moctezuma se quejaba de que estaba sirviendo a dos presidentes a un tiempo, pues aunque Guerrero no había tomado el puesto, ya le libraba órdenes como si no existiera Victoria. El diputado Carlos María de Bustamante comentó: “Esto solo basta para que conozcan mis lectores el estado de desorganización actual de la República. ¿Quién creería que unos negros despreciables del sur, que ni figura tienen de hombres, vendrían un día a imponer al gobierno de México y a formidar [intimidar] a esta ciudad? ¡Sólo en el gobierno de Victoria!”.

Dichas elecciones y sus resultados polarizaron aún más a las élites que azuzaban a la población a pronunciarse de manera poco pacífica. Algunos radicalizaron sus posturas, pues no estaban contentos con que hubiera llegado un “negro” a la presidencia, un representante de la “baja democracia”, ni que la “leperocracia” se hubiera entronizado en el gobierno, cosa que los autollamados “hombres de bien” no podían permitir. Argumentaban que, debido a que la votación se había hecho de manera nominal (es decir, considerando la postura de cada diputado federal) para que se observara “la uniformidad de voluntades” y no por estados (que cada Congreso local emitiera su voto), se había alterado la legalidad y atentado contra la decisión de las entidades de la federación; pese a ello, la mayoría yorquina en el Congreso determinó el triunfo de Guerrero.

Los representantes recordaban cómo, tras el anuncio, el alboroto popular no se hizo esperar y la “canalla” estalló en algarabía por las calles de Ciudad de México haciendo tañer las campanas de la catedral y gritando “¡Muera Pedraza y los de su raza!”. Ante los hechos consumados, los estados aceptaron la decisión, lo mismo que las clases pudientes, y enviaron sus felicitaciones al nuevo presidente, al que antes llamaban analfabeto y zambo.

El 1 de abril de 1829 Guerrero entró en posesión de la presidencia. Se colocó bajo un dosel de terciopelo enfrente del solio de Nuestra Señora de Guadalupe y allí leyó su juramento. Para el solemne acto se estrenó la sillería de bálsamo en el salón de diputados y una bella alfombra. Después se dieron varios eventos y un palenque en obsequio del flamante mandatario, quien ofreció un banquete en su casa de campo.

No pasó mucho tiempo cuando empezaron las críticas a su gabinete, especialmente a José Manuel de Herrera, a Lorenzo de Zavala “y demás turba de facciosos que han desplomado el edificio social”. La polarización se construía y enraizaba en rencores y odios más allá de las rencillas y oposiciones políticas. Había en lo profundo muchos elementos de clasismo, pues se criticaba o rechazaba el origen de Guerrero, su ínfima clase, que estuviera desprovisto de nivel social. También veladamente lo despreciaban por su escasa instrucción, calificándolo de ignorante y zafio, además de reprochar la manera en que había llegado a la presidencia.

Un gobierno emanado de un motín como el de la Acordada no podía tener buen fin, decían los detractores de Guerrero, que igualmente reprobaban que hubiera llegado al poder por la presión de las bayonetas, que cubrieron de sangre la elección y de luto a la capital del país. Además, las ligas a ciertos personajes como Zavala, quien había sido “alma de la conspiración” que lo llevó al poder, y la cercanía con su “amigo” Poinsett, “hombre funesto”, lo hacían blanco de fuertes críticas. En cambio, los partidarios del presidente, la “yorquinada”, apoyados por el general Santa Anna, declaraban su triunfo: “Las bayonetas habían dado la ley”.

La ilegalidad fue el timbre de la administración de Guerrero. Era la cuestión que muchos debatían y el golpeteo de ciertos sectores fue constante. Una sociedad polarizada y enfrentada le cuestionaba al presidente su legitimidad, lo que le daba una enorme debilidad dentro de un marco institucional endeble. El descontento fue in crescendo y los partidarios de cierto “liberalismo aristocrático” criticaban al gobierno, mientras que otros afirmaban que había sido un “error” compartir el Ejecutivo con Anastasio Bustamante.

 

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Javier Torres Medina. Doctor en Historia por El Colegio de México. Es profesor del Tecnológico de Monterrey, campus Estado de México, y de la FES Acatlán de la UNAM. Sus investigaciones se han enfocado en la historia económica y política de México. Entre otras obras, ha publicado Centralismo y reorganización. La hacienda pública y la administración durante la primera república central de México, 1835-1842 (Instituto Mora, 2013).

 

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Vicente Guerrero, del poder al paredón. A 190 años de su fusilamiento