Un obispo antiguadalupano

Jesús Hernández Jaimes

El escándalo estalló el 2 de septiembre de 1896. No era para menos. Por primera vez un obispo católico mexicano rompía con la Iglesia católica apostólica y romana. Ese miércoles el periódico El Universal publicó la carta en que el prelado de la diócesis de Tamaulipas, Eduardo Sánchez Camacho, anunció su ruptura con el papado y reiteró su rechazo a la legendaria aparición de la Virgen de Guadalupe en el cerro del Tepeyac.

 

La noticia conmovió a la opinión pública. En las semanas siguientes los periódicos publicaron cartas de apoyo y elogios a Sánchez Camacho por tan radical decisión. Al mismo tiempo, algunos clérigos, obispos entre ellos, y publicistas católicos emprendieron una campaña de impugnaciones y desprestigio contra el dignatario. En octubre los obispos mexicanos llamaron a realizar actos de desagravio en la Basílica de Guadalupe por las supuestas ofensas infringidas por el obispo y sus simpatizantes. En realidad el diferendo había iniciado hacía varios años y era expresión de las tensiones entre el Estado mexicano y la Iglesia católica, de los juegos de poder al interior de ésta, así como del temperamento y dudas existenciales del prelado.

El obispo de Tamaulipas, nacido en Hermosillo, Sonora, se distinguió por sus ideas diferentes a las del resto del episcopado mexicano. Ante el conflicto entre la Iglesia y el Estado mexicano que caracterizó al siglo XIX se pronunció en favor de la supremacía del segundo. Incluso, consideró la idea de fundar una Iglesia católica mexicana en el marco de la Constitución liberal de 1857. Es decir, que no creía necesaria ni conveniente la subordinación al papado romano que, además, por esa época estaba empeñado en afianzar su autoridad sobre el clero mexicano. Sus ideas heterodoxas se reflejaron también en su práctica pastoral y en su vida privada regida por una moral que no se apegaba del todo a la prédica católica.

El gobierno encabezado por Porfirio Díaz se caracterizó por promover cierto entendimiento con la Iglesia católica. En ese tenor, en marzo de 1896 llegó al país Nicola Averardi en calidad enviado extraordinario, delegado y visitador apostólico del papa León XIII. Una de las instrucciones que portaba era investigar las acusaciones llegadas a Roma de que Sánchez Camacho no era un modelo de virtud clerical ni obispal. Un año antes cuatro sacerdotes de Tamaulipas habían enviado una carta a Roma en que acusaron a su obispo de avaro, alcohólico e inmoral. Manifestaron que trataba de manera irrespetuosa e injusta a clérigos y feligreses, que cobraba demasiado por los servicios religiosos y que no administraba adecuadamente su obispado. A consulta expresa, el arzobispo de Linares-Monterrey, Jacinto López y Romo, suavizó las imputaciones, pero no las negó. De modo no tan discreto, Averardi consultó a clérigos y seglares, amigos y detractores del obispo de Tamaulipas. Las averiguaciones no solo ratificaron los señalamientos, sino que sacaron a la luz otras conductas poco convencionales del prelado. Algunos informantes mencionaron que solía hablar mal del papa; además, tenía bajo su techo a dos jovencitas de Guadalajara, cuya cercanía y trato hacían sospechar alguna relación ilícita.

Para cerrar las diligencias, el 28 de mayo de 1896, el enviado apostólico citó al obispo de Tamaulipas en Ciudad de México. Para entonces este ya estaba alertado de las acusaciones y averiguaciones en su contra. Como suele ocurrir, la versión que recibió no era la más fiel a la verdad, pues le aseguraron que Averardi traía la instrucción papal de destituirlo del obispado. En ese ambiente de suspicacias, creyó que su llamado a la capital del país tenía como propósito comunicarle su remoción. Por consiguiente, el 31 de mayo escribió dos cartas: una para Averardi y otra para León XIII. En la primera se rehusó a acudir a la cita, alegando problemas de salud, insuficiencia de dinero y carencia de ropa apropiada. En la segunda presentó su renuncia y solicitó al papa que le indicara a quién debía de entregar la diócesis. Es evidente que el llamado fue el detonante de su dimisión voluntaria para evitar la humillación de una imaginada destitución. Averardi sintió alivio cuando recibió las cartas. Como informó a su superior, el cardenal Mariano Rampolla, creía que Sánchez Camacho debía de dejar la mitra, pero deseaba evitar un conflicto mayor. Así que la renuncia no solicitada le pareció el más feliz desenlace. No imaginaba los pesares que le aguardaban.

 

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Jesús Hernández Jaimes. Doctor en Historia por El Colegio de México y profesor de tiempo completo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es autor de La formación de la hacienda pública mexicana y las tensiones centro-periferia, 1821-1836 (2013) y Raíces de la insurgencia en el sur de la Nueva España (2002), entre otras obras. Con Catherine Andrews escribió Del Nuevo Santander a Tamaulipas. Génesis y construcción de un estado periférico mexicano, 1770-1825 (2012).

 

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