El jueves 10 de junio de 1971 una manifestación pacífica fue atacada por un grupo paramilitar por el rumbo de San Cosme, en Ciudad de México, que dejó decenas de muertos y heridos.
Desde esa misma noche comenzaron a correr las versiones contrapuestas sobre la responsabilidad de esa matanza: el gobierno, a través de medios oficiales y oficiosos, afirmaba que ese ataque habría sido orquestado por “fuerzas oscuras” que conspiraban contra el gobierno popular de Luis Echeverría para detener su “apertura democrática”.
Miles de estudiantes de diversas universidades habían decidido marchar unificados por primera vez desde el fatídico 2 de octubre de 1968, en apoyo solidario al movimiento por la autonomía de la Universidad de Nuevo León. Durante el mitin, todos presenciaron la conjugación operativa de destacamentos de granaderos con los paramilitares autollamados Halcones.
La mayoría de los medios de comunicación exaltó la versión oficial de que se trataba de un intento de desestabilización política de grupos de la derecha. Por otro lado, se difundían relatos contrapuestos de testigos, periodistas y fotorreporteros. El presidente Echeverría reaccionó rápido. A los cinco días de la matanza, con el apoyo de la maquinaria de su partido, organizó un gigantesco mitin en el Zócalo con más de trescientas mil personas de los distintos sectores populares corporativizados por el PRI.
En los altavoces tronaron los discursos de los líderes de la CNC, CNOP y CTM, así como la del presidente Echeverría en defensa “de los principios de la Revolución”. Al final de su discurso, el presidente dijo: “Persistiremos en el diálogo y en el esfuerzo por liquidar la explotación y la injusticia. Sigamos, con las armas de la Constitución, nuestra lucha social. Cerremos el camino a los emisarios del pasado”.
Utilizaba la tradicional retórica que había justificado el autoritarismo del régimen al llamar a la unidad nacional contra “la derecha y la reacción”, por la justicia social. Echeverría tomó al vuelo la exigencia inmediata del movimiento de responsabilizar al regente del Distrito Federal, Alfonso Martínez Domínguez, y al jefe de la policía de la ciudad, Rogelio Flores Curiel. Los “emisarios del pasado” habrían orquestado ese ataque para desacreditarlo, por lo que ordenó a la Procuraduría una investigación a fondo y exigió las renuncias de Martínez y Flores Curiel.
En la pugna por ganar a la opinión pública, los diarios publicaron numerosos desplegados en apoyo a la “apertura democrática” de Echeverría y de condena a los enemigos de México. En ese ambiente crítico, cobró relevancia la declaración del escritor progresista Carlos Fuentes: la “reacción” le había puesto una trampa al nuevo gobierno que se encontraba en peligro frente a la amenaza del fascismo; la opinión pública debía manifestar su apoyo incondicional al gobierno.
Tal declaración ganó a otras personalidades que promovieron la consigna de “Echeverría o el fascismo”, lo cual provocó una escisión entre la intelectualidad, ya que otros estaban convencidos de que no había tal amenaza golpista, sino que se trataba de la continuidad del autoritarismo y la represión.
La avalancha infomativa pretendía eximir al gobierno central del crimen del 10 de junio, y hacer una víctima del victimario. Sin embargo, para la oposición el régimen quedaba claro que se trataba de sofocar al movimiento estudiantil, masivo y nacional, ya que era una fuerza política que coagulaba distintas expresiones políticas independientes del gobierno. Las universidades en México y en todo el mundo se habían convertido en semilleros intelectuales de los que surgían los nuevos sujetos de participación que hacían tambalear la legitimidad del Estado.
Pero la historia no siempre la escriben los vencedores y proliferaron los múltiples relatos de los testigos que contravinieron el relato gubernamental. Fue así como, con las sucesivas investigaciones, comenzó a abrirse paso en la opinión pública su razón política frente a un gobierno que, en lugar de favorecer una reforma democrática, auspiciaba la represión de activistas y militantes, además de la impunidad de funcionarios y miltares coludidos en crímenes y desapariciones.
En ese sexenio las cárceles se llenaron de opositores y los asesinatos de prosiguieron durante varios años, que después serían conocidos como los de la “guerra sucia”. Ampliamente documentada después por la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH).
El Jueves de Corpus
Aquel 10 de junio, la marcha, con casi diez mil manifestantes, salió del Casco de Santo Tomás, sede del Instituto Politécnico Nacional (IPN), para después tomar a la Calzada México-Tacuba, se dirigían al Monumento a la Revolución. Las pancartas decían: “Libertad a los presos políticos”; “Educación popular”; “Democracia sindical”; “El asesino está en el gobierno”; “Repudio a la antidemocracia”…
En su avance, antes de llegar a la avenida Ribera de San Cosme, los estudiantes toparon con una barrera de granaderos y agentes vestidos de civil que les impidieron el paso: los conminaron a disolver la marcha. Los periodistas atestiguaron que los líderes en la vanguardia alegaban su derecho constitucional de manifestarse, frente al reglamento del DF que prohibía las marchas sin el permiso oficial.
La policía exhibía rifles para intimidar a un contingente que se daba ánimos entonando el Himno Nacional. Y les dieron paso. Pero los jóvenes no sabían que toda la zona había sido acordonada por cuerpos de antimotines, dispuestos para tapar las salidas por calles transversales al momento de la agresión. La trampa estaba dispuesta para el ataque de centenares de Halcones, quienes aparecieron portando pancartas con la imagen del Che Guevara acompañada de la leyenda “Hasta la victoria siempre”. Los Halcones pretendían ser estudiantes para redondear el relato oficial que al día siguiente apareció en varios periódicos de distribución masiva.
Ante la agresión, los estudiantes se replegaron para refugiarse en donde pudieron. Las bandas armadas con palos que agredieron a los muchachos fueron apoyadas por agresores armados con rifles y pistolas, quienes después de haber bajado de vehiculos del Distrito Federal, frente al cine Cosmos, dispararon a mansalva.
Fotógrafos y reporteros dieron testimonio gráfico y escrito de los sucesos. Disparaban a la multitud apoyados con tanques antimotines que lanzaban granadas lacrimógenas, y por francotiradores apostados en los techos de edificios de la Ribera de San Cosme. La refriega se extendió por las colonias aledañas.
Al anochecer llegó el ejército a tomar el control de la zona. Las ambulancias trasportaron a muertos y heridos a hospitales, pero los reporteros atestiguaron que los Halcones llegaron a esos nosocomios a rematar a quienes recibían atención médica por este hecho, o para llévarselos con destino desconocido.
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Un crimen (casi) perfecto