Durante el periodo virreinal y a lo largo del siglo XIX el rebozo se popularizó, al grado que mujeres de clase baja y nobles lo portaban sin distingo. Esa manta fina de “mil colores” es quizá la prenda femenina mexicana por excelencia.
Símbolo de recato
Es difícil establecer un origen claro o único de esta prenda, pues podemos encontrar referencias históricas prehispánicas: una especie de manta muy parecida al rebozo aparece como una referencia gráfica en el Códice Mendocino; virreinales: a su llegada a la naciente Nueva España, frailes como Bernardino de Sahagún o Alonso de Molina describen el uso de mantas femeninas hechas en telar para un supuesto uso ritual; por ejemplo, para que la madre cargara a su hija hasta la casa del novio el día de su matrimonio; e incluso podemos hallar vestigios de esta indumentaria que nos llevan al Oriente a través de la nao de China.
Durante la época virreinal los frailes impusieron que como símbolo de pudor las mujeres utilizaran una suerte de toca para cubrirse la cabeza mientras permanecían en la iglesia o asistían a misa, también como un motivo de piedad, respeto y recato. De esto da cuenta el fraile dominico Diego Durán, en su obra Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme, de la segunda mitad del siglo XVI. Ahí habla del uso de esta manta para el decoro femenino y cómo los tejedores aprovecharon el telar prehispánico para hacer rebozos primero de algodón y más tarde de seda y de lana. Así esta prenda venía a la perfección con aquella exigencia.
A la par, el rebozo servía a las mujeres para cubrirse del frío, la lluvia y el polvo; las que eran madres podían cargar por la espalda a sus hijos –acorde con una antigua usanza prehispánica–. Incluso el rebozo contribuía a la sabida pudibundez de la sociedad virreinal.
Esta publicación es un fragmento del artículo “Tápame con tu rebozo” de Ricardo Lugo-Viñas y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 77.