Santa Anna y los impuestos

Luis Jáuregui

Los alzamientos y motines contra el gobierno en turno fueron frecuentes en la primera mitad del siglo XIX mexicano. El de diciembre de 1844 terminó con el derrumbe de la estatua de Santa Anna en la capital del país y el desentierro de su pierna para arrastrarla por las calles al grito de “¡Muera el cojo! ¡Viva el Congreso!”.

 

En su ambición de ser dictador, el general veracruzano se enemistó con todos los grupos sociales. Se confeccionó una Constitución, la de las Bases Orgánicas de 1843, y él mismo la desobedeció a pesar de que, contrario a lo que él creía, tenía al Congreso de su lado.

Se enemistó con los extranjeros cuando les prohibió la venta al menudeo de sus productos y vendió, a precio reducido y a sus financieros favoritos, inmuebles que pertenecían a la Iglesia. También prohibió al clero la venta de propiedades sin permiso del gobierno. Modificó los términos de la deuda contraída con algunos prestamistas para favorecer a otros. Para arreglar la situación en Yucatán, otorgó exenciones fiscales tan excesivas que fueron interpretadas como una humillación del gobierno nacional. Manipuló el proceso electoral de agosto y septiembre de 1844 para la designación del nuevo Congreso.

Se cobraron múltiples impuestos, se solicitaron préstamos y se adoptaron medidas caprichosas y sin concierto mientras que a los empleados del gobierno no se les pagaron sus salarios y a los militares de bajo rango se les redujo su ración diaria. Ciudad de México, con su flamante estatua del veracruzano y un nuevo teatro acional, continuó siendo un lugar sucio y peligroso para vivir. Además, Santa Anna desafió las convenciones sociales de la élite que lo había colocado en el poder cuando, apenas a seis semanas de haber enviudado, se casó con la quinceañera Dolores Tosta.

Santa Anna también se enemistó con militares de alto rango en la República. Por una cuestión trivial, a inicios de 1843 se distanció del general Gabriel Valencia, quien lo había ayudado a deponer a Anastasio Bustamante en 1841. Por causas desconocidas, en abril de 1844 destituyó del Ministerio de Guerra a su mano derecha, el también veracruzano José María Tornel, el más fiel informante de Santa Anna de lo que ocurría en Ciudad de México durante sus ausencias. Más grave aún fue el agravio que años antes había hecho a Paredes y Arrillaga cuando, debido a una indiscreción de borrachera, le quitó sus poderes militares y políticos en Ciudad de México.

Fue Paredes y Arrillaga el general que se pronunció en Guadalajara en contra del régimen santannista. El 2 de noviembre de 1844 reclamaba la violación de la Constitución, el despilfarro y el desarreglo de la hacienda y el ejército. Santa Anna marchó en contra de los pronunciados sin percatarse de que ya no era popular en Ciudad de México. El 6 de diciembre, después del pronunciamiento militar en la capital republicana, el pueblo salió a las calles, tiró la estatua del general veracruzano y desenterró la pierna para arrastrarla por las calles gritando “¡Muera el cojo! ¡Viva el Congreso!”.

 

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“Una caricatura de Santa Anna en 1845”.

 

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La caída del dictador