¿Sabían que en México hubo una Navidad en la que Quetzalcóatl suplantó a Santa Claus?

Marco A. Villa

Querido Quetzalcóatl...

 

La mañana invernal del 23 de diciembre de 1930, algunas calles de la colonia Roma de la capital mexicana que desembocaban en el Estadio Nacional vieron desfilar a centenares de niños que, jubilosos, se dirigían a su cita con una nueva tradición: recibirían de manos de un mítico personaje un obsequio en la víspera de Navidad. Pero no eran los renos ni el trineo los que habían llegado al recinto para que Santa Claus protagonizara tal acto, sino ¡Quetzalcóatl!

Sí: el dios mexica sería representado por un hombre barbado que, rodeado de centelleantes árboles ornamentales atiborrados de esferas y apoyado por un numeroso séquito ataviado a la usanza de los antiguos ritos aztecas, daría palmadas en la espalda de los niños y abrazaría a otros que subieran a una pirámide para recibir de sus manos el anhelado presente.

Ese día no tan frío, el campo de aquel inmueble moderno y clásico –por su aforo inicial de sesenta mil espectadores y su inspiración griega– soportó el evento que desde días atrás se había venido cocinando para materializar el interés del presidente Pascual Ortiz Rubio de que los niños del país arraigaran el amor a su patria al adoptar como máxima imagen de estas fiestas a la Serpiente Emplumada en vez de Santa Claus o los Reyes Magos. Todo ocurría en un momento en que el fervor nacionalista, que a fuerza de políticas sociales y culturales, o de la imposición de nuevos ritos, íconos o invenciones, era promovido por el Estado desde la Secretaría de Educación Pública.

La idea desató la más enconada polémica en la prensa y en los ácidos lápices de la caricatura política. Rubén M. Campos de El Universal, por ejemplo, parafraseaba a un arqueólogo, quien decía que “Quetzalcóatl es personaje extranjero y que no debe ser sustituido en el cariño infantil hacia los tres Reyes Magos”, esto basado en la leyenda de que el dios mexica “era el apóstol Santo Tomás, que había sido destacado para la futura América a fin de que viniese a predicar la doctrina de Cristo”. Por igual se refiere a un sacerdote, quien “moteja a Quetzalcóatl de ebrio consuetudinario, que tenía el hábito de mostrarse así en público”.

El tema religioso crispaba los ánimos de los católicos, al igual que la idea de que el de la barba blanca había sido introducido en el Porfiriato y por ende debía ser rechazado; o que Quetzalcóatl nada tenía que ver con Santa Claus, de cuya mezcla solo resultaría un extraño híbrido que la mayoría no aceptaría; o hasta la duda de si sería el dios mexica el que se pondría en el pesebre de Belén y se le rezaría en náhuatl.

Por otro lado, el ímpetu comercial encontró una arena fértil en este debate y algunas marcas lo aprovecharon para hacerse publicidad, como General Electric con sus refrigeradores: “De los Magos, de Santa Claus o de Quetzalcóatl, no puede haber obsequio como este”, exponía un anuncio en El Universal. En materia educativa y gubernamental, resalta la circular enviada a diferentes escuelas en la que se divulgó la leyenda del dios mesoamericano, por iniciativa de la SEP; o el caso de la Lotería Nacional, que imprimió un billete de Quetzalcóatl para llevar a cabo su magno sorteo de esos días.

En aquella ocasión, que ya no se repetiría al año siguiente, el Quetzalcóatl blanco y barbado, Josefina Ortiz de Ayala (esposa de don Pascual), sacerdotisas y guerreros aztecas colmaron de alegría a niños y niñas que ascendían al templo del dios a recibir sus dulces y juguetes. Cabe decir que finalmente sí se presentaron los Reyes Magos, en una muestra de que las tradiciones pueden convivir, por muy disímiles que sean… Así acababa esta extraña historia de Navidad.

 

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