Rótulos mexicanos

Guiños de arte y tradición

Marco A. Villa

El arte de los anuncios realizados por los rotuladores expresa su colorido abanico de formas, tamaños, colores y tipografías que para el taquero, la cerrajera, los cocineros o el plomero, terminan por representar arraigo, identidad y un entrañable vínculo con su comunidad.

 

Sometidos a la intemperie, a los cambios de residencia, la contaminación, clausuras, quiebras, falta de seguridad y otros avatares propios del universo comercial urbano, los vendedores ambulantes y locatarios de nuestro tiempo no solo compiten con la oferta y demanda de sus productos, sino también por posicionarse y perpetuarse visualmente en el espacio. Ante ello, el arte de los anuncios realizados por los rotuladores expresa su colorido abanico de formas, tamaños, colores y tipografías que para el taquero, la cerrajera, los cocineros o el plomero, terminan por representar arraigo, identidad y un entrañable vínculo con su comunidad.

Desde luego que en esta larga historia del tiempo presente inscrita en la gráfica popular nacional a través de este trabajo, que por décadas ha sido artesanal, tampoco faltan la espectacularidad, la picardía y el humor, pues las palabras –que en esencia definen al rótulo– se combinan que voluptuosas mujeres de labios carnosos invitando a degustar alimentos o contratar servicios; vacas, chivos, toros, puercos y gallinas personificando los oficios de sus anunciantes; sirenas y tritones si se trata de una rica ingesta de mariscos; escudos futboleros… Y tampoco faltan algunos famosos personajes de historietas o que el simple nombre del negocio nos arranque una sonrisa –como las “Tortas Calientes” que pululan por doquier o el “Instituto Mexicano de la Cochinita” en la avenida sureña San Fernando–, o nos presente a sus anfitriones. Casi siempre con colores chillantes.

Aunque inevitablemente ha venido a menos por las computadoras y las máquinas de impresión, el rotulismo mexicano sigue siendo ampliamente solicitado por ambulantes y establecimientos, sobre todo donde la competencia entre quienes venden productos similares o parecidos es feroz, una característica que nos remonta a los inicios del capitalismo y el inmediato desarrollo de la industrialización, a mediados del siglo XIX. En ese tiempo, además, la publicidad de las nuevas fábricas e industrias mexicanas ya daba visos de un arte colorido, semánticamente atractivo, pintoresco y en ocasiones atrevido para las buenas conciencias, por lo que bien puede decirse que los rótulos callejeros y los presentes en las fachadas emularon tal condición.

Los rótulos, como los conocemos hoy, también son muy añejos: nos remontan al tránsito entre los siglos XIX y XX, comenzando su efervescencia luego de la Revolución. Este oficio llegó de Europa y Estados Unidos, pero rápidamente algunos mexicanos comenzaron a familiarizarse con estos trazos a mano alzada. Entonces el rótulo rápidamente se apersonó en la cultura popular mexicana a través de artistas que le imprimieron su talento y códigos semánticos, acordes con los tiempos vividos y las necesidades.

Al tiempo y a la par del perfeccionamiento de la técnica y la incorporación de algunos registros tecnológicos, se consolidaron talleres por las ciudades y algunas otras regiones. En la capital del país, por ejemplo, fue conocida desde los años cincuenta la llamada Calle de los Rótulos del Centro Histórico, donde las coloridas manchas en el piso hacían notar al transeúnte que estaba dentro de sus límites. Se encontraba exactamente sobre la calle de Perú, entre Eje Central y República de Chile, y la conformaban alrededor de una docena de talleres de este arte, de los cuales algunos aún permanecen.

El extenso anecdotario en torno a este arte que está muy lejos de ser efímero –como también se ha afirmado recientemente en medios de comunicación–, su importancia dentro de las formas de consumo incluso emergentes y como lugares para la socialización, su valor como manifestación artística con su belleza –o fealdad– inherente, su permanencia entre las constantes transformaciones del espacio urbano, por ser en ocasiones un oficio familiar heredado por generaciones y cuyos integrantes aplicaron sus conocimientos de dibujo técnico aprendidos en la secundaria, entre muchas variables más, nos confirman que están muy lejos de extinguirse, como recientemente se ha pretendido con los de la alcaldía Cuauhtémoc, ante lo cual quizá haya que esperar un tiempo para que vuelvan a surgir.

 

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