Rosca de Reyes

Una tradición francesa con sabor mexicano

Ricardo Cruz García

“Los invitados sentábanse en torno de una mesa en cuyo centro, sobre un platón, figuraba una gran rosca con azúcar por encima y grajea colorada; la señora de la casa sacaba un cuchillo de plata, y lo daba primero a la persona más respetable del cónclave […]. Por fin, un aplauso aterrador era la señal de que Fulano se había erigido en Rey; había cortado el haba y tenía que ser el pagano. Alegría general; cara triste del Rey que in pectore echaba sus cuentas de lo que le costaría el chiste, pero había que hacer de tripas corazón y demostrar contento por haber obtenido el reinado”.

En 1896 el periodista Enrique Chávarri narraba así la costumbre (y su no tan agradable desenlace) que en el último tercio del siglo XIX empezó a generalizarse en México cada 6 de enero, pero cuyas raíces se remontan, por lo menos, a la antigua Roma. Tal práctica empezó a implantarse en el país en el ombligo de esa centuria, de la mano de los pasteleros franceses residentes en estas tierras, pues en 1856 hallamos en la prensa el anuncio de un “pastel de reyes” que se ofrecía en la pastelería del francés Francisco Frisard, que entonces dirigía su viuda, la mexicana Juana Jiménez.

El gâteau des rois –en español, pastel de reyes– es hasta la fecha un bollo tradicional del sur de Francia, el cual los inmigrantes de ese país trajeron al México independiente. En 1878 un diario retomaba aquella costumbre en torno a la adoración de los Magos o Epifanía: “En Europa, y principalmente en Francia, es costumbre de casi todas las familias cristianas, sentarse a la mesa en aquel día con los parientes y amigos de más intimidad, y dividirse un pastel que llaman ‘Corona de los Reyes’, o simplemente pastel de Reyes. Tiene de particular el pastel que, al formarse, se cuida de colocar dentro de él una haba […]. Aquel a quien toca en suerte es el rey de la fiesta, y se le llama rey de la haba. Está obligado a dar a los convidados el Champagne, o a obsequiarlos dentro de la octava con un banquete semejante. En México, los extranjeros son puntuales en la observancia del doméstico rito. Suelen hacerlo también algunos mexicanos”.

Los nacionales que adoptaron tal tradición crecieron de manera significativa en los años siguientes, al grado de que en 1886 se consideraba que en ese día se había generalizado –principalmente en la capital del país– la costumbre de comer el pastel de reyes. Eso sí, era raro que el “rey de la haba” ofreciera el banquete correspondiente (una comida, un té, una tertulia o hasta un baile), pues se pensaba que el haba “no da poder sino para hacer dispendios”.

Sin duda, la extensión de tal tradición francesa en México se debió en gran parte a los apetitosos pasteles o roscas. Sin embargo, el problema seguía siendo cómo hacer cumplir la obligación derivada de encontrar el haba (o almendra en algunos casos). Por tal razón, desde finales del siglo XIX empezó a sustituirse por una muñequita o un bebé de porcelana. Como señaló un diario: “Llegó época en que, al dividir la torta, al que le tocaba la almendra se la engullía sin decir por aquí pasó y la torta resultaba acéfala. Más tarde pasaba otro tanto con la haba, y de allí nació la idea de incrustar en las tortas los niños de porcelana, pues esos sí no los digiere ni un paquidermo”.

Y ya. Asunto arreglado. Aunque no sin inconvenientes, pues, como ocurre hasta la fecha, hay quien prefería “hacerse rosca” y esconder entre los dientes o donde se pudiera el famoso muñequito que hoy es de plástico duro de roer. Eso sí, la tradición francesa pronto adquiriría tonos más locales, y en la década de 1910, tras la lucha armada revolucionaria, a quienes tocaba el haba –o alguna de sus variantes– comenzaron a ofrecer tamaladas para cumplir con su obligación.

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