¿Quiénes eran los enfermos mentales en Nueva España?

Leonardo García

Los casos de locura se diagnosticaban en diferentes tipos, aislando únicamente a las personas que hacían daño a otros y que su accionar era impredecible.

 

Pero ¿qué rasgos ponían de manifiesto el padecimiento de la locura en el contexto novohispano? Roger Bartra ha expuesto a los enfermos mentales como un grupo bastante heterogéneo, aunque todos ellos compartían los títulos de “dementes”, “locos” y “melancólicos”. Así, según este autor, la locura involucraba a los espíritus atormentados por la culpa ante los pecados cometidos; a las monjas místicas en lucha contra las tentaciones del demonio enviadas por Dios para poner a prueba su fe; a los blasfemos borrachos y escandalosos, y a los indios rebeldes levantados contra la Corona española bajo la figura de un mesías; todos ellos afectados “por igual de ese mal denominado melancolía”. Con dichas características, algunos encontrarían lugar precisamente en el hospital de San Hipólito.

La atención a los enfermos mentales

En un principio, el hospital fue sostenido económicamente por el clero, especialmente por los ingresos percibidos por la orden a su cuidado desde su hacienda azucarera, ubicada al sur del valle de México, así como de los recursos obtenidos desde el sitio de ganado mayor en Anenecuilco, otorgado por el virrey don Luis de Velasco a los hipólitos desde 1608. Sin embargo, algunas instituciones novohispanas como el Consulado de Comerciantes de México también participaron posteriormente en beneficio del hospital. Así, los gastos de remodelación del predio fechados en 1776 fueron costeados por este último.

Según una descripción rescatada por Josefina Muriel en su libro Hospitales de la Nueva España, en el recinto “las enfermerías y oficinas se hallaban distribuidas alrededor de patios o jardines con fuentes. Lo más importante fue su funcionalidad, pues fue planeado para servir a los enfermos mentales y esto exigió cambios estructurales que antes no se habían tenido en cuenta en la arquitectura hospitalaria, como lo fueron entre otras cosas la sustitución de enfermerías por cubículos o cuartos privados. La fachada constaba de una serie de accesorias que el consulado había fabricado para que, rentadas, fuesen un medio de ingresos para el hospital”. Por otro lado, los alimentos eran recibidos por los enfermos en un comedor común, y estos consistían principalmente en viandas de carne, pan, frijoles, garbanzos y atoles.

Los otros internos

Además de recibir propiamente a los aquejados, y al igual que todos los hospitales de la época, San Hipólito ofrecía –como se ha dicho anteriormente– a los rechazados por la sociedad, ofreciendo cobijo a los pobres, huérfanos, ancianos, limosneros y peregrinos; respondiendo con ello a los votos de hospitalidad jurados por la orden religiosa.

Asimismo, algunos enfermos que se encontraban primeramente internados en otros hospitales fueron trasladados a San Hipólito debido a que algunas enfermedades podían desencadenar la locura en los afectados. Tal era el caso de los que padecían bubas, atendidos originalmente en el hospital del Amor de Dios.

En otros casos, algunos enfermos convalecientes de otros hospitales también fueron trasladados a San Hipólito, ya que quedaban expuestos a recaer en la enfermedad cuando no contaban con un hogar o con una atención debida. Esto nos da una idea de un hospital sobrepoblado, especialmente hacia la segunda mitad del siglo XVII y durante el XVIII, cuando el incremento poblacional en la Nueva España se reflejó directamente en el número de enfermos y de excluidos del medio social.

El hospital que fundó fray Bernardino inició con 85 camas. Los internos procedían de los diferentes orígenes étnicos, estratos sociales y calidades. Así, entre su población podían encontrarse españoles, indios, negros, mulatos y mestizos, aunque cada grupo terminase ocupando espacios diferentes dentro del edificio. Como rasgo común, la especialista Cristina Sacristán ha dicho que “los enfermos que solían llegar eran muy pobres, se encontraban desnutridos y con padecimientos intestinales, a menudo golpeados o cubiertos de heridas”.

Todos esos pacientes pertenecían al género masculino, ya que las mujeres dementes se trataban en el hospital del Divino Salvador. La recepción de aquellos se realizaba a través de diagnósticos emitidos en ocasiones por cirujanos militares, quienes se encargaban de atender heridas, realizar sangrías y amputaciones a aquellos que además presentaban partes del cuerpo infectadas. El Santo Oficio también participaba del proceso de confinamiento, proponiendo el internado de quienes, a raíz de un disturbio social, consideraba realmente perturbados. Por su parte, dicha institución no vacilaba en arrestar, multar y mortificar a aquellos que se sospechaba simulaban su locura, con el fin de evadir la aplicación de penas y castigos.

 

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