¿Qué pasó durante la Revolución Mexicana en Veracruz, Chiapas, Tabasco y Oaxaca?

Las revoluciones en la Revolución: historias en el sur de México

Carlos Martínez Assad

 

Estados como Oaxaca, que aparentemente vieron de lejos la revolución, tuvieron en el gobierno de Díaz un fomento a su infraestructura, gracias a grandes obras como el Ferrocarril Transístmico, que implicó la construcción del puerto de Salina Cruz.

 

 

¿REVOLUCIONARIOS Y REVOLUCIONADOS?

Regiones y diversidad

 

Se ha dicho con vastedad que la Revolución mexicana inició en el norte del país; un discurso coincidente con la versión oficial que, por lo demás, muchos y muy inteligentes historiadores han contribuido a mitificar. Sin restar méritos a sus acciones revolucionarias, un ejemplo destacado es el enaltecimiento de la figura de Francisco Villa, por su origen popular y por su muerte organizada por la traición y desde el poder. Con ese panorama en la mira interpretativa, se confirmaba que el norte albergó formaciones revolucionarias, mientras el sur contó con sociedades que fueron revolucionadas.

 

Con la perspectiva de la diversidad, el historiador Gilbert Joseph aportó el concepto de “revolución desde afuera” para interpretar el caso de Yucatán, aunque la investigadora Heather Fowler-Salamini matizó la idea al quitar la etiqueta sobre la ausencia de agitación revolucionaria en el sur, atribuida al predominio de las oligarquías y pasividad de los trabajadores rurales; algo que comúnmente se expresó en algunos textos con el alegato de las respuestas “tardías”. El británico Alan Knight desafió esa interpretación cuando menos en un estado, al sugerir que la “sublevación popular y espontánea en el Veracruz rural efectivamente aconteció entre 1910 y 1920, sin ser generada por fuerzas externas exógenas”, de acuerdo con Fowler-Salamini.

 

Los procesos políticos de aquellos años en el sur y sureste del país tuvieron fuerte originalidad al compararlos con las expresiones nacionales, lo cual solo puso al historiador frente al riesgo de encontrarse con procesos ricos por las más diversas formas organizativas de la sociedad y sus idearios políticos. Así sucede cuando se pierde el rastro y caracterización de algún movimiento por el apuro de apuntar lo tardío de las manifestaciones de afiliación al maderismo o a cualquiera otra de las más reconocidas expresiones revolucionarias como, por ejemplo, el carrancismo.

 

Esto es importante porque los procesos revolucionarios en el sur-sureste tardaron tiempo en aparecer en la historiografía; su inserción apenas cuenta con una treintena de años y todavía sorprende que libros considerados clásicos no hubiesen realizado siquiera alguna alusión a lo sucedido fuera del norte y del centro. Por citar un caso relevante, puede verse el tan original libro de Arnaldo Córdova, La ideología de la Revolución mexicana. La formación del nuevo régimen; en él, pese a tratar de establecer lo que sucedió después de la Revolución, no hay referencia alguna a los posibles aportes realizados por los estados sureños.

 

LA HUELLA PORFIRIANA Y LA REVOLUCIÓN

La situación en Veracruz, Chiapas, Tabasco y Oaxaca

 

Veracruz frente a Porfirio Díaz

 

El Porfiriato trajo algunas coincidencias a la región del sur en cuanto a la relación con la federación. Si el modelo de país que se proyectaba era el de la centralización política, las aspiraciones sureñas eran más autónomas. Sin los cuestionamientos del primer momento del federalismo, que finalmente fue aceptado, prevalecieron ideas que fomentaron ciertos rasgos separatistas.

 

Por ejemplo, durante el gobierno de Juan de la Luz Enríquez en Veracruz, en las últimas décadas del siglo XIX, hubo varios conflictos debido a la forma de entender la relación con el centro del poder político. En 1887 se manifestaron varias quejas de los veracruzanos por las cargas impositivas de ese gobierno; por ejemplo, cuando el 16 de febrero los empleados del Banco Nacional se quejaron de contribuciones que no podían pagar.

 

Sin embargo, las que más preocuparon al presidente Porfirio Díaz fueron las de los señores de la tierra, porque una ley de hacienda de la entidad gravó cada hectárea de terreno según su calidad. Los problemas de la relación de Veracruz con el centro fueron tan serios que Díaz escribió al gobernador en agosto de 1895: “los estados son tanto más fuertes cuando más cuentan con la Federación, y se ha visto muy claro, sobre todo en los últimos días, el firme apoyo y hasta la solicitud con que el Gobierno General ha procedido en auxilio, innecesario, de ese estado”.

 

Chiapas, con el gobierno central

 

En cambio, la situación tierra adentro era diferente. En Chiapas, por ejemplo, el gobierno de Emilio Rabasa había sabido interpretar los designios del presidente. En una carta que le dirigió al comienzo de 1894, le informaba: “no hay necesidad de que se prolongue mi destierro”, aunque le asistían razones para separarse del gobierno. Rabasa le informaba que había arreglado los asuntos de la tesorería, pero además ofrecía a la federación más de mil hombres. Hay que recordar que cuando don Emilio llegó a Chiapas, la federación mantenía una sola escuela en el pueblo de Huistán, y en tres años pasó a sostener más de cien de segunda y tercera clases, anunciando que podría elevarse a 174, aparte de que sostenía dos escuelas preparatorias, un colegio de enseñanza superior para niñas y la escuela industrial militar.

 

Las comunicaciones también mejoraron con la canalización del río Mezcalapa, para facilitar la relación con la población de Comitán, con Tabasco y con el Golfo. Aunque el propio Rabasa confesaba, planeando su regreso a Ciudad de México, que solo se atrevería a transitar por Tabasco acompañado por señoras en marzo y abril, es decir, cuando las lluvias amainaban. No obstante, aceptaba la responsabilidad y estar dispuesto en cualquier momento a regresar a Chiapas, si su presencia fuese indispensable en ese alejado estado.

 

El historiador Antonio García de León, en su libro Resistencia y utopía, señala que Rabasa fue un

 

“Díaz local [que] supo perfectamente utilizar los deseos de autonomía y soberanía tan caros a los finqueros de los valles centrales, en quienes se apoyó; ideales que se remontaban al Plan de Chiapas Libre, pero que en realidad solo era una ilusión feudal constantemente embestida por las crecientes agresiones del centro […] El régimen que contribuyó a fortalecer fue una “dictadura democrática”, necesaria para el posterior advenimiento de la “era institucional” que algún día sustituiría al viejo dictador.”

 

Luego entonces, va quedando clara una variable esgrimida más por los sureños que por los norteños con respecto a la relación de sus estados con el centro, debido al reclamo de mayor autonomía como defensa ante el posible avasallamiento de su poder en nombre del federalismo. Mientras Yucatán tuvo varios eventos de reclamo soberanista, en Chiapas se habló de la falta de “equlibrio” entre el poder central y el estatal, lo cual representaba un gran riesgo. Rabasa lo expresó en su libro La Constitución y la dictadura (1912), considerado el más lúcido de su obra y en el que argumentaba sobre la “necesaria autonomía relativa de los estados con respecto al poder Ejecutivo”, en una de las críticas más agudas al porfirismo.

 

Tiempo de cambios

 

El rejuego del poder durante la era que el historiador Daniel Cosío Villegas llamó de los tuxtepecadores (los que apoyaron a Díaz para llegar por primera vez a la presidencia), parecía declinar al finalizar el siglo XIX. Ya en los comienzos del XX, la política mostraba embragues con serias descomposturas. El sistema político porfirista daba de sí y permitía rupturas por las cuales se colaban las críticas al régimen y un movimiento destinado a tener fuertes repercusiones, como lo fue, en los primeros años del siglo, la tan extendida como timorata disidencia en torno a la personalidad del general Bernardo Reyes, con su experiencia como procónsul del norte, gobernador de Nuevo León y secretario de Guerra constructor del programa de la Segunda Reserva del ejército nacional.

 

Los espacios no cubiertos por la dictadura fueron aprovechados por movimientos de todo tipo, como el ya mencionado en Chiapas, más otros reivindicadores de clase (obreros y campesinos), o por simples manifestaciones pasivas y denuncias frente a la miseria y la explotación. Ahí estaban para demostrarlo los peones acasillados que crearon la riqueza de los señores del henequén en Yucatán y de los finqueros de café en el Soconusco; los trabajadores de las monterías en Tabasco y de la zona fronteriza de Chiapas y Guatemala; los estibadores de Veracruz y Campeche; los indios desposeídos de sus tierras en Oaxaca y en todas partes debido a las leyes de Reforma primero, y por las compañías deslindadoras después.

 

En el Edén tropical

 

En Tabasco, la clase política local se preguntaba: “¿El gobierno central ya ha decretado fríamente nuestra ruina?”; y en una a carta a Díaz le reclamaban: “No simpatizamos con el sistema de gobierno que habéis implantado en el país, pero tenemos suficiente buen juicio y recto criterio para no pensar en revueltas ni en postulaciones ridículas, dado que no es el pueblo quien ha de resolver sobre el candidato que rija sus destinos”.

 

De regreso a la Revolución y a 1915, Venustiano Carranza, Primer Jefe del constitucionalismo y conocedor de que Tabasco estaba dividido por las contiendas de dos grupos políticos, el de Los Ríos y el de la Chontalpa, y una vez desaparecido uno de sus jefes más incondicionales, envió al estado al general Francisco J. Múgica, quien al mando de setecientos hombres desembarcó en el puerto de Dos Bocas.

 

Era septiembre de 1915 cuando el coronel Aquileo Juárez entregó el mando al enviado del constitucionalismo. Pero la decisión no fue del agrado de ninguno de los dos bandos y ambos propusieron a Carranza, en Ciudad de México, que destituyera a Múgica, el cual fue retirado después de dos meses y sustituido por el general Luis Felipe Domínguez. Pese a ello, las pugnas no se resolvieron y Múgica regresó para proseguir su labor del 24 de febrero al 13 de septiembre de 1916. Luego salió para intervenir en los debates de la nueva Constitución en Querétaro.

 

El caso oaxaqueño

 

En Oaxaca, para empezar, dos de los más afamados mexicanos, Benito Juárez y Porfirio Díaz, contradicen varios de los lugares comunes de la historia de México, como el de la educación elitista y conservadora del XIX. Solo así es posible entender las consecuencias de los drásticos cambios en la tenencia de la tierra, lo que significaba la posesión ancestral de tipo corporativo hasta la propiedad individual. Se trataba de transformar la tierra en mercancía que fuera liberada de las ataduras. Así, en el estado se dio un impulso privatizador entre 1889 y 1903, según la investigadora Francie Chassen-López, vinculado a la acción de las compañías deslindadoras y luego al auge de los rancheros sobre la hacienda. Prevaleció la producción para la exportación de café, tabaco, hule, algodón, cacao y añil, sobre la minería, que había tenido también importancia.

 

La historiografía sobre México se empeña en mostrar que el Estado-nación fue una construcción desde arriba y no producto de las disputas sociales que albergaron territorios como el de Oaxaca y que atravesaron la sierra Juárez, los Valles Centrales, Ixtlán y las tierras bajas de Tuxtepec y Choapas, el istmo de Tehuantepec, Juchitán y todas sus particulares regiones.

 

El optimismo porfirista desplegado por todo el país alcanzó a Oaxaca y se expresó a través de las comunicaciones desde que el Ferrocarril Mexicano del Sur se construyó en 1892. A veces se olvida que, en el ideario de la época, la superación del pueblo estaba tanto en la educación –en lo que más se ha insistido– como en las comunicaciones. Se debía disminuir el escandaloso porcentaje de analfabetas, pero también construir el ferrocarril, carreteras y puentes si se quería integrar al territorio y reforzar el sentido de identidad nacional entre los mexicanos. No es entonces coincidencia que la última gran obra de infraestructura del Porfiriato haya sido la construcción del Ferrocarril Transístmico, a fin de unir al océano Atlántico con el Pacífico en 1907, para lo cual también fue necesario construir el puerto de Salina Cruz, en Oaxaca, y modernizar Puerto México, en el Golfo.

 

Se dio así una recomposición de clases semejante a la del resto del país porque, en ese afán capitalista, también habían surgido redes urbanas indispensables entre Tehuantepec, Salina Cruz, Juchitán, Ejutla y Miahuatlán, y entre Tlaxiaco, Huajuapan y Valles Centrales. Entonces se configuró la “vallistocracia”, la élite oaxaqueña de las familias coloniales, los políticos liberales y alguno que otro extranjero, junto con sujetos cuya existencia y acciones solo pueden entenderse con el enfoque de la larga duración. Así puede explicarse la historia por venir con la Revolución mexicana, para cuestionar igualmente la falsa aseveración de que Oaxaca fue un estado conservador y porfirista.

 

 

Esta publicación sólo es un extracto del artículo "Las revoluciones en la Revolución" del Dr. Carlos Martínez Assad que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México, número 128