Pregoneros del ayer

Las voces de los oficios que ya no se escuchan en México
Guadalupe Lozada León

Pocas ciudades como México fueron tan coloridas en aquellos tiempos en que no habiendo servicios públicos ni tiendas de autoservicio, los vendedores ambulantes recorrían las calles anunciando sus mercancías para llevar a cada casa aquellos elementos indispensables que, como el agua, no podían faltar nunca.

Algún día se harán las crónicas de nuestros tiempos, en los que aún escuchamos pregones característicos, tal como los encontramos en el pasado. En el siglo XIX, habida cuenta de que los mexicanos poco se ocupaban de algo tan cotidiano, los viajeros extranjeros observaron con mayor curiosidad a los vendedores en las calles y dejaron registro, en sus obras gráficas o escritos, de los productos que se comerciaban en la Plaza Mayor de México, un verdadero pandemónium de mil colores.

Fue el pintor italiano Claudio Linati quien describió y difundió este mundo mágico que era la ciudad de México en las primeras décadas de esa centuria. Introductor de la litografía en el país, donde vivió entre 1826 y 1832, con esta nueva técnica puso al alcance de Europa las imágenes capturadas en la capital. En su libro Trajes civiles, militares y religiosos de México (1828), publica las extraordinarias láminas y textos sobre un gran número de personajes que alegraban la escena cotidiana:

Es difícil de ver un cuadro más animado que el que ofrece un mercado de México. La ciudad no es rica en tiendas; la mayor parte de las cosas necesarias para la vida, alimentos, frutos, prendas de vestir, calzado y demás, son traídas diariamente por los indígenas de los alrededores y mostradas en el mercado o paseadas en los lugares públicos. [...] Loza, cristalería, telas, carnes, legumbres, mantequilla, grasa: todo se encuentra en santo desorden en un recinto cerrado. En medio de este laberinto de gentes, de bancas, de diversas mercancías, circulan los revendedores de cigarros, de yesca, de rosarios, de dulces, de patos y de cabezas asadas de cordero; pero el que se destaca sobre todos es el indio cargado de odres llenos de aire, para guardar el pulque o el vino.

Algunos vendedores que recorrían las calles con sus pregones y animaban el ambiente cotidiano significaron una tortura diaria para otros viajeros, tal como lo narra la marquesa Calderón de la Barca en su libro −con la recopilación de sus cartas− La vida en México, escrito entre 1839 y 1841.

Así comenzaba la vida muy temprano y continuaba con los gritos de mediodía, con los que se ofrecía miel, queso, requesón, caramelos y billetes de lotería, entre otras mercancías. Por la tarde, y mientras se acercaba la noche, se escuchaba a quienes vendían tortillas de cuajada, nueces, castañas, patos y tamales de maíz.

 

Esta publicación es un fragmento del artículo “Pregoneros del ayer” de la autora Guadalupe Lozada León y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 93.