¡Piratas!

El terrible asalto del legendario pirata Laurens de Graaf al golfo de México, siglo XVII
José Medina González Dávila

 

Navegar con bandera negra: los corsarios fueron la más terrible amenaza de Nueva España en el Golfo y el Pacífico. Naciones europeas los usaron para robar la riqueza con que se convertirían en grandes potencias.

 

 

El viento inflaba las velas trayendo consigo el cálido aroma del Caribe. Atrás quedaba el golfo de México, la península de Yucatán, la bahía de Campeche y la Real Armada de Barlovento. El averiado pero orgulloso navío se dirigía a Cartagena conducido por una tripulación que había logrado una hazaña de proporciones casi imposibles y hasta ese momento inaudita. En la toldilla de popa, realizando una experta navegación refinada por los años pasados en el mar, se encontraba el comandante de semejante buque, quien bajo la bandera negra era conocido por la Corona española como Lorencillo. Era diciembre de 1688 cuando este danés, Laurens Cornelis Boudewijn de Graaf, acababa de hacer historia y sembrar la semilla de una leyenda náutica.

 

Nacido en 1653, De Graaf (también escrito Graff) es una de las figuras de la historia marítima más representativas del siglo XVII, tanto por sus proezas en el mar como por sus épicos logros en la piratería del Caribe y del golfo de México. No solo fue el único pirata que atacó exitosamente dos de los bastiones más importantes del virreinato de Nueva España (Campeche y Veracruz), sino que también fue el único que capturó y puso a su disposición un navío de la Real Armada Española, luego de que derrotó a tres buques de la Corona y vivió para contarlo, bajo total impunidad.

 

El sorpresivo ataque pirata

 

Esta historia comenzó el 17 de mayo de 1683, cuando los habitantes del puerto de Veracruz se encontraban expectantes ante el arribo de una flota proveniente de Cuba y de la Iberia peninsular. Sus navíos traerían a bordo nuevos colonos que se integrarían a la sociedad y a las instituciones del virreinato, así como productos y mercancías de alto valor comercial, lo cual representaba una importante derrama económica en el puerto y una fuente de ingresos para sus habitantes.

 

Más allá del horizonte se encontraba la fuerza naval de guardacostas conocida como la Armada de Barlovento, la cual buscaba proteger el puerto de piratas, bucaneros y filibusteros que amenazaban la integridad estratégica de este importante enclave comercial y de comunicaciones. San Juan de Ulúa, fuerte y guarnición, custodiaba la entrada marítima a la antigua Villa Rica de la Vera Cruz.

 

De acuerdo con las crónicas, a eso de las tres de la tarde se divisaron en el horizonte dos navíos de alto bordo que parecían ser la avanzada de la flota. Entraron al atardecer en la bahía, pero la oscuridad impidió que pudieran atracar el mismo día. O al menos eso creyeron los habitantes del puerto. Debido a la expectativa por su arribo, las defensas y la situación de alerta de la población disminuyeron; en cambio, los comerciantes, taberneros y mercaderes se aprestaron para recibir a los marineros y nuevos novohispanos, junto con sus productos e insumos.

 

Para la madrugada del día siguiente, los dos grandes navíos y nueve embarcaciones menores ya se encontraban frente al más grande puerto comercial del virreinato, pero no eran las flotas españolas, sino piratas. Antes del amanecer habían desembarcado varios cientos de hombres, quienes avanzaron por tierra hasta las orillas de la ciudad, para dar comienzo a una rapaz devastación y vejación de los desprevenidos habitantes: se había firmado la sentencia, penuria y ultraje de Veracruz a manos de Laurens de Graaf, Michel de Grammont, Nicholas van Horn, Michiel Andrieszoon, Jan Willems y sus tripulaciones.

 

En total, no menos de 1 400 piratas iniciaron su ataque por vías terrestre y marítima a Veracruz; por tierra presionaban a los habitantes hacia el mar, mientras que sus buques establecieron un bloqueo de este, de tal forma que cerraron con una pinza el puerto y la ciudad, así como a sus habitantes y sus riquezas.

 

Ante la rapidez y audacia de los atacantes era imposible escapar o pedir auxilio: un golpe maestro de estrategia que solo pudo ser originado por la mente adiestrada de Laurens de Graff en el arte del combate naval y anfibio. Y es que antes de ser pirata, Lorencillo ingresó de joven a la Real Armada Española y había sido artillero naval, una de las artes militares más complejas y demandantes del momento. Después de navegar por al menos tres años como guardacostas y cazapiratas, se separó del servicio e inició una de las carreras más destacadas y emblemáticas de la piratería. Con los conocimientos adquiridos en la Armada y tal vez como muchos otros piratas motivados por los abusos y agravios recibidos en la misma, se convirtió en uno de sus enemigos más brillantes y formidables que alguna vez surcaron las aguas españolas en el Nuevo Mundo.

 

Durante tres días, los piratas concentraron en la Plaza de Armas todo el botín producto del saqueo sistemático de comercios, almacenes y galeras del puerto, así como de casas. A los habitantes los mantuvieron encerrados en la iglesia, amenazando con dar muerte a todos si no se les otorgaban “voluntariamente” las riquezas escondidas. De Graaf y sus asociados se apropiaron de Veracruz haciendo uso de una violencia irrestricta como nunca se volvería a ver en ese puerto. Una de las joyas de la Corona en América se encontraba bajo el control y mando de piratas anárquicos, lo cual era un insulto a la real dignidad novohispana.

 

La huida

 

Tras cuatro días de saqueo, a la distancia se divisan las velas de buques españoles. Ante ese riesgo y con la posibilidad de huir con el botín, De Graaf realiza un arriesgado plan para humillar aún más a la Armada Española: toma a un grupo de funcionarios y figuras públicas cautivos para luego llevarlos a Isla de Sacrificios –cerca del puerto–, donde pide a las autoridades navales el pago de un elevado rescate que finalmente sería cubierto con pesos de plata y otros tesoros que ahora nos parecerían parte de una imagen romántica, pero que en su momento equivalían a una fortuna.

 

Después, De Graaf y su flota zarparon hacia el seguro puerto de Petit-Goâve (ahora parte de Haití), lejos del alcance de la Armada. Atrás quedaba un Veracruz devastado, en ruinas. El pirata continuó una campaña de asaltos, saqueos y despilfarros en el golfo de México y el mar Caribe por dos años más, durante los cuales las autoridades españolas y la temible Armada de Barlovento buscaron darle caza. Pero todos estos intentos no solo fracasaron, sino que dieron lugar a una serie de humillaciones navales para la Corona. En este periodo, también repelió el ataque de un buque ibérico y, aparte de ganar el enfrentamiento, se apropió de la nave para su uso delincuencial en altamar.

 

 

Si quieres saber más sobre la derrota de la Armada de Barlovento busca el artículo completo “Navegar con bandera negra”, del autor José Medina González Dávila que se publicó en Relatos e Historias en México número 118. Cómprala aquí.