La evangelización de los indígenas mesoamericanos ha despertado numerosas críticas, tanto en la propia época como posteriormente, por parte de la historiografía. Se reprocha a los frailes que la conversión de los indios fue superficial, que fue violenta y que significó la destrucción y erradicación del patrimonio religioso y cultural de los indígenas. Aunque estas críticas no carecen de fundamento, no invalidan el interés que despierta la manera en que un puñado de frailes europeos logró, en tiempo récord, cristianizar a una muy extensa población indígena con muy pocos recursos e implantando una religión y una cultura que subsisten en la actualidad y que son parte sustancial de lo que hoy día somos los mexicanos.
La evangelización de los indígenas del Nuevo Mundo fue uno de los motores importantes de la empresa española en América y su principal justificación. Las llamadas bulas “alejandrinas” otorgaron a los Reyes Católicos y a sus sucesores, los reyes de Castilla, la soberanía sobre las tierras descubiertas por Cristóbal Colón –y aquellas por descubrir–, con el compromiso de convertir a sus habitantes al cristianismo. Para ello, el papa Alejandro VI les dio amplios privilegios y poderes: nadie podía comerciar con el Nuevo Mundo, y ni siquiera pasar a éste, sin su expresa autorización. A cambio, el rey debía enviar a “hombres sabios y temerosos de Dios” para evangelizar a los nativos. Así, al incorporarse las tierras americanas a la Corona de Castilla y convertir a los indios en sus vasallos en 1500 y 1503, los reyes adquirieron el deber de “salvar sus almas” mediante su adoctrinamiento e inclusión en la Iglesia católica.
La idea de la salvación del alma, es decir, la aspiración de gozar eternamente de las delicias del cielo y evadir el infierno, estaba en el centro del pensamiento católico de la época y era una preocupación generalizada, especialmente entre el sector culto de la población. Se creía que fuera de la Iglesia católica no había salvación y que los paganos y herejes, así como los católicos que habían cometido pecados no absueltos, iban al infierno. Salvar a los indígenas de la condenación eterna se convirtió, por ende, en la obligación primordial de todos los españoles que participaron en la colonización del Nuevo Mundo.
Los conquistadores, en la medida que iban ganando terreno, procuraron inculcar a los indios vencidos y a sus aliados las primeras nociones sobre el catolicismo, a la vez que derribaron templos y destruyeron imágenes, pero la evangelización sistemática de Mesoamérica inició en agosto de 1523, con la llegada de tres frailes franciscanos procedentes del convento de San Francisco de Gante. Sin embargo, fray Juan de Tecto y fray Juan de Ahora murieron durante la expedición a las Hibueras capitaneada por Hernán Cortés, por lo que su participación en la conversión de los indios fue muy corta y limitada, a diferencia de la de Pedro de Gante, cuyo papel como educador fue de primordial importancia, como veremos más adelante.
En mayo de 1524 arribaron a Veracruz otros doce franciscanos, bajo el mando de Martín de Valencia. Durante su trayecto a América habían tenido oportunidad de familiarizarse con la labor misionera que sus correligionarios estaban desarrollando en Santo Domingo.
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