Najdorf fue un ajedrecista de primera línea internacional y destacó por efectuar partidas simultáneas; algunas incluso las jugaba a ciegas frente a más de cuarenta adversarios. En México compitió con los jugadores locales y participó en una de esas contiendas.
Desde el primer torneo mundial de ajedrez que México organizó en 1932, el llamado deporte-ciencia recibió grandes loas por parte de las autoridades del país. Esto foment el patrocinio de más competencias nacionales e internacionales y grandes figuras vinieron del extranjero a participar en los eventos. Uno de los más destacados fue el maestro Mojsze Mendel Najdorf.
Nacido en Polonia en 1910, Miguel Najdorf –como se le conoció en el mundo hispano– comprendió desde los catorce años que los escaques eran el centro de su universo. A tal grado llegó su obsesión por el juego que no terminó sus estudios por dedicarse de tiempo completo al ajedrez. Esto se vio reflejado en memorables triunfos en su país de origen, donde llegó a ser maestro de primer nivel y campeón.
La Segunda Guerra Mundial impidió su ascenso en Europa. Ante el peligro de la Alemania nazi, Najdorf, de origen judío, escapó a Argentina. Ahí aguardó a su familia, pero su espera sería dolorosa. Días, meses, años... Nunca más volvió a saber de ellos y tuvo que continuar su vida con esta pérdida.
En América pronto saltó a la fama por sus increíbles partidas simultáneas: cinco, diez, quince, veinte personas. ¡Nadie podía derrotarlo! Pronto se convirtió en el rival a vencer en Argentina, a la que nunca abandonó a pesar del término de la guerra en 1945, lo cual hay que agradecerlo porque enriqueció con creces el ajedrez en nuestro continente; por ejemplo, desde el diario Clarín, divulgó los secretos de las grandes jugadas y partidas. Chicos y adultos descubrieron que el ajedrez podía ser expuesto de manera sencilla y en su idioma.
En 1950 estuvo en el selecto grupo que la Federación Mundial de Ajedrez (conocida como FIDE por su acrónimo en francés) eligió a la hora de nominar a los primeros grandes maestros de la historia. Su fama llegó a nuestro país y en 1951 se le invitó a participar en el torneo de la Ciudad de México, junto a otros grandes jugadores latinoamericanos como Carlos Enrique Guimard y Manuel Soto Larrea. Su victoria fue aplastante y llenó todos los foros a los que asistió, en parte gracias a su sentido del humor, siempre cautivador.
Murió el 4 de julio de 1997 y tal fue el agradecimiento del pueblo argentino que su funeral fue acorde al de un jefe de Estado. Así demostró que un ajedrecista puede ser héroe nacional.
Esta nota breve del autor Gerardo Díaz se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 106.