Los agentes secretos de Stalin en México (IV y última)

Extranjeros Perdidos en México

Ricardo Lugo Viñas

Herido por los guardias de Trotsky, Ramón Mercader fue enviado a las autoridades. Identificado por unos y otros como Jacques Mornard o Frank Jacson, su verdadera identidad sería conocida una década después de dar muerte al ruso.

 

La anciana de la embajada

Desde el triunfo de la Revolución cubana, varios intelectuales y dirigentes sociales del mundo se interesaron por Cuba y el fenómeno que suponía aquel movimiento. Los trotskistas no fueron la excepción. Varios de ellos se vieron seducidos por lo que pasaba en aquel país antillano y creían que la reducida IV Internacional podría cobrar un nuevo auge a la luz de los hechos cubanos.

Entre 1962 y 1963 una docena de trotskistas acudieron a la embajada de Cuba en Francia para solicitar visados para viajar a la isla. En la embajada, en el corazón de París, trabajaba de manera voluntaria una mujer enjuta, seca, encanecida y bien vestida. Entre otras cosas, era la encargada de abrir la puerta y recibir a todo aquel que visitara la sede diplomática. Aquellos trotskistas jamás imaginaron que la anciana que les daba la bienvenida, de carácter fuerte pero amable, era ni más ni menos que Eustacia María Caridad del Río Hernández, la madre de Ramón Mercader del Río, el asesino de León Trotsky.

Así como Abraham ofreció la vida de su único hijo a Dios, según el relato bíblico, Caridad Mercader entregó a dos de sus hijos para servir a un fin superior, los designios del Estado comunista. Primero a su hijo Pablo, que murió en la Guerra Civil española y posteriormente a Ramón. Ella fue la encargada de reclutarlo, convencerlo, entrenarlo; de entregarlo al servicio de los órganos soviéticos y de llevarlo hasta las inmediaciones de la casa de Trotsky, aquella fatídica tarde del martes 20 de agosto de 1940, cuando Ramón le enterraría un piolet en la cabeza al viejo Liev Davídovich.

Aunque nació en Santiago de Cuba en 1892, Caridad se educó en Barcelona, España, donde su familia se había instalado. En la efervescente Barcelona, Caridad se vio seducida por los imperantes movimientos anarquistas. En 1931, con la proclamada República española, Caridad comenzó a colaborar con los soviéticos. A partir de ese momento su compromiso con la causa comunista será meteórico e incondicional, pronto se convertirá en una de las agentes del NKVD más destacadas. Años más tarde será condecorada personalmente por Stalin, y el gobierno soviético le otorgará una pensión vitalicia por sus destacados servicios prestados al partido.

Cuando se supo que el presidente Lázaro Cárdenas daría refugio político a León Trotsky, Caridad Mercader arribó a México bajo el pretexto de conseguir armas para la Guerra Civil española. Fue recibida por Vicente Lombardo Toledano, dirigente del Partido Comunista Mexicano. En esos primeros días, el recién exiliado Bartolomeu Costa-Amic encaró a Caridad en catalán: “Tú, cabrona, has venido a México a preparar el asesinato de Trotsky”. Caridad simplemente esbozó una sonrisa.

En España, Caridad conocerá al bielorruso Nahum Isaákovich Eitingon, mejor conocido como general Kotov, un connotado dirigente de la GPU con un notable historial a cuestas en la eliminación de trotskistas y anarquistas. Con él estableció una relación sentimental y profesional. Eitingon sería el encargado de proveer y dirigir a Mercader durante toda la “Operación Pato” en México.

Un joven de buenas maneras

Ramón Mercader era un perfecto gentleman: alto, culto, de una familia catalana acomodada, políglota, atleta, joven y con una abultada cartera alimentada por las arcas del gobierno soviético. Arribó a París en 1938 luego de pasar una temporada en Moscú, donde había recibido un intenso entrenamiento que consistía en dejar de ser él y convertirse en Jacques Mornard, de origen belga. Su primera misión, bajo su nueva identidad, consistió en buscar y seducir a la neoyorquina Sylvia Ageloff, que se encontraba de visita en la Ciudad de la Luz. Sylvia era una comprometida trotskista que había desempañado el rol de “correo” de la IV Internacional y que además era hermana de Ruth, que había trabajado en Coyoacán como secretaria de Trotsky.

Al apuesto Mornard no le costó demasiado trabajo enamorar a Sylvia. Pronto comenzaron lo que parecía un idílico romance. Y aunque en un principio Sylvia tuvo algunas dudas sobre aquel hombre que había aparecido “de la nada”, no encontró en él mayores indicios, más allá de ser un joven de buenas maneras, inofensivo, guapo y enamorado.

Sylvia volvió a EUA. El simulado amorío continuó en la distancia. En septiembre de 1939 Mornard la alcanzó en Nueva York, solo que esta vez tenía un nuevo disfraz: Frank Jacson, un ingeniero canadiense. Mornard le explicó a Sylvia que había decidido huir de Europa por temor a ser militarizado para la guerra y que eso implicaba adentrarse en América con una nueva identidad. A Sylvia, obnubilada, aquello le pareció lógico.

Meses después le comunica a Sylvia que vendrá a México, pues le acaban de ofrecer un interesante negocio de importación de materias primas. Arribó el 12 de octubre vía Nuevo Laredo y se dirigió de inmediato a Ciudad de México. Pronto alquiló un despacho en el Edificio Ermita donde, por cierto, también tenía el suyo Siqueiros. Sylvia llegó a México un par de meses después e introduciría a su apuesto novio en el círculo más cercano de los Trotsky, a quienes tanto quería.

Coyoacán era Siberia

Tras el fallido atentado protagonizado por Siqueiros y sus entequilados y aficionados sicarios, se instaló un portón de hierro en la entrada principal de la fortaleza. Lo que antes había sido una casa ahora era un búnker con olor a mido. Trotsky –que por aquellos días estaba terminando de escribir la biografía de Stalin– solía decir que cada que se abría y cerraba aquel portón blindado de su casa, el chillido de los goznes le sonaban igual que los de la prisión donde había estado en Siberia.

El 28 de mayo de 1940 Trotsky y Mercader se conocen. Es apenas un encuentro a la distancia. Mercader había ido a acompañar a Sylvia y, como un acto de cortesía, le habían hecho pasar. Espera en el jardín sentado en un banco de madera. Trotsky aparece, cargando un conejo por el cuello. Lo increpa. ¿Qué desea usted? Buenos días, señor, soy Frank Jacson, el amigo de Sylvia. Ya, claro. Y el viejo se aleja. Luego de ello Mercader ingresó en repetidas ocasiones a la casa. Siempre atento, solícito, amable. Presto a brindar favores. El más destacado fue ofrecerse para llevar a los Rosmer, cercanos amigos de los Trotsky, hasta el puerto de Veracruz para que tomaran su barco que los llevaría de regreso a Europa. Natalia le toma afecto. A veces toman el té. Y Jacson lleva bombones y obsequios a Sieva, el nieto de León. Sin embargo, Trotsky duda de aquel amable belga. Pocos días antes del atentado final, León le pidió a su jefe de guardaespaldas, Joe Hansen:“No quiero ver más a Frank Jacson aquí”. Pero la simpatía y amabilidad de Mercader le permitió poner de nuevo los pies en la casa del refugiado.

Un largo grito

La tarde del 20 de agosto, Mercader cruzó el umbral de la fortaleza. Le había rogado a Trotsky que le diera su opinión sobre un ensayo político que acaba de escribir. León accedió. Era la primera vez que Mercader se presentaba sin la compañía de Sylvia. Lo recibió Hansen. No lo cateó. Llevaba bajo la gabardina un revolver Shark, un puñal y un piolet. A cien metros de la fortaleza, Caridad y Eitingon lo esperaban en un auto para la fuga. Mercader debía salir de allí caminando.

Al cabo de un rato, Trotsky, que estaba alimentadoa sus conejos, lo hizo pasar a su despacho. Una vez solos, Mercader hizo realidad el anhelado sueño de Stalin. Davídovich leía el supuesto ensayo. Un minuto después, un largo y tétrico grito lo invadió todo. Corrió la sangre. La misión estaba cumplida.

Trotsky murió al tercer día. Mercader fue entregado a la policía y sentenciado a la pena máxima mexicana: veinte años de cárcel, que pagó en una oscura crujía de Lecumberri. Caridad y Eitingon huyeron. Silvia, al enterarse, entró en un ataque de histeria. Gritaba una y otra vez: “¿Por qué dejaron entrar a Jacson?”. Días después intentó suicidarse. Pasaron muchos años antes de que se conociera la verdadera identidad de Mercader. Stalin le otorgó en secreto la más alta condecoración soviética. Murió en Cuba, bajo la identidad de Ramón López, donde fue hospedado por Fidel Castro. Sus restos fueron traslados a Moscú; reposan en el cementerio reservado a los héroes de la URSS.

 

Si desea leer el artículo completo, adquiera nuestra edición #158 impresa o digital:

“Díaz Ordaz”. Versión impresa.

“Díaz Ordaz”. Versión digital.

 

Recomendaciones del editor:

Si desea saber más sobre artistas extranjeros cautivados por México, dé clic en nuestra sección “Extranjeros perdidos en México”

 

Title Printed: 

Los agentes secretos de Stalin en México (IV y última)