El general Leonardo Márquez fue uno de los personajes más polémicos y repudiados de la segunda mitad del siglo XIX mexicano. Por haber colaborado con el gobierno conservador, la intervención francesa y el imperio de Maximiliano, se le ha impuesto el epíteto de traidor. Sus contemporáneos lo describieron como cruel, sanguinario y vengativo, aunque, por contradictorio que parezca, también reconocieron en él a un militar sagaz, valiente hasta la temeridad, de prestigio inmenso, irrefutable talento y vasta instrucción; en fin, un hombre de guerra por vocación.
La formación militar
Bautizado como Leonardo Teófilo Guadalupe Ignacio del Corazón de Jesús, nuestro protagonista nació en Ciudad de México el 8 de enero de 1820, es decir, en las postrimerías del Virreinato, en una época convulsa como sería la de los primeros años de la vida independiente. Fue hijo de María de la Luz Araujo y de Cayetano Márquez, quien era teniente del ejército realista. Que su padre fuese militar es significativo, ya que las comisiones del servicio lo llevaron a arrastrar a la familia a una vida itinerante y a avecindarse en distintas poblaciones, entre ellas San Cristóbal de las Casas (Chiapas) y Lampazos (Nuevo León). Así, desde temprana edad, Leonardo se familiarizó con las fragosidades de la vida castrense.
Fue en la villa neolonesa donde a la edad de diez años se incorporó como cadete en la compañía presidiaria en la que servía su padre. A partir de entonces la carrera de las armas sería el eje de su vida. En 1836, después de servir en lo que hoy son los estados de Chiapas y Querétaro, solicitó y obtuvo permiso de las autoridades para asistir a la campaña de Texas –que había manifestado su intento separatista–, por lo cual fue enviado a Matamoros (Tamaulipas). Tenía dieciséis años y no participó en ningún combate en esa ocasión, mas después habría de mantenerse activo en Tamaulipas, Zacatecas, Aguascalientes y San Luis Potosí, combatiendo a los desafectos al gobierno.
En agosto de 1841, año en que se incorporó al ejército regular, se le ordenó ir a Ciudad de México para defenderla de las fuerzas opositoras a Anastasio Bustamante, pero este renunció a la presidencia un mes después. Luego sirvió en el cantón de Jalapa, en la campaña de Tixtla, Chilapa y Veracruz, puerto en el que permaneció hasta septiembre de 1846, cuando regresó a la capital del país, en donde, ya como capitán, se le dio el mando de una compañía de tiradores con la que se trasladó a San Luis Potosí.
La marcha referida se dio en un periodo convulso para la República debido al estado de guerra con Estados Unidos, al que Leonardo no permaneció indiferente. En febrero de 1847 acudió a las acciones de La Angostura y Agua Nueva, Coahuila, y dos meses después a la de Cerro Gordo, Veracruz. Destacada fue también su participación en los combates del valle de México, descollando la carga que realizó sobre el enemigo en la calzada de Anzures, la que años más tarde le valió su ascenso a coronel.
Una vez que se firmó la paz entre ambas naciones, concurrió a la campaña de Xichú, en la Sierra Gorda de Querétaro, en donde derrotó a la rebelión que ahí había estallado contra la administración de José Joaquín de Herrera. En febrero de 1849, en la misma zona, Leonardo, que hasta entonces había servido a los gobiernos asentados en Ciudad de México, se pronunció por el regreso a la República de Antonio López de Santa Anna, por lo que se le “sentenció a muerte”; no obstante, se le concedió una amnistía, previo a darlo de baja del ejército. Así, entre 1849 y 1851 estuvo separado del servicio.
La Revolución de Ayutla y el primer exilio
Fue el presidente Mariano Arista quien le otorgó el indulto –además de reconocerle el grado de teniente coronel–, con la orden de organizar un batallón en Toluca, ciudad que fue su residencia hasta julio de 1853, cuando López de Santa Anna, ahora encargado del Ejecutivo, lo llamó a la capital del país. En enero de 1854 el mandatario lo comisionó al cantón de Jalapa, del que partió en noviembre para combatir la insurrección que en el departamento de Guerrero encabezaron Juan Álvarez e Ignacio Comonfort. La salida de “Su Alteza Serenísima” del país, en agosto de 1855, obligó a Márquez a solicitar a la administración de la revolución triunfante su retiro del ejército, mismo que se le concedió con una licencia para transitar “libremente” por el país.
Sin haberse comprometido a no tomar las armas, Leonardo se refugió en el valle de Toluca, en donde organizó algunas fuerzas para hostilizar al gobierno de Comonfort. Con estas se incorporó a Antonio Haro y Tamariz, en ese momento levantado en armas en Puebla, quien lo nombró mayor general, cargo con el que acudió a la batalla de Ocotlán y al sitio de Puebla de 1856, acciones en las que sus correligionarios fueron derrotados. Esta rebelión la debemos destacar porque en ella tomaron parte Miguel Miramón, Severo del Castillo, Luis G. Osollo, José María Cobos, Manuel Ramírez de Arellano, Antonio Ayesterán, entre otros –todos ellos inconformes con las leyes reformistas que afectaban al Ejército y la Iglesia–, quienes habrían de ser sus compañeros de armas en los próximos años.
El revés en Puebla lo forzó a embarcarse en Veracruz, en compañía de Haro y Tamariz y Osollo, con destino a La Habana, Cuba, a la que llegó a finales de mayo de 1856. Su estancia en la isla caribeña fue breve: a los pocos días se trasladó a Nueva York, donde fijó su residencia y se mantuvo al tanto de la situación política de la República y en espera de la coyuntura para regresar. La oportunidad se presentó a finales de 1857 y principios de 1858, con el desconocimiento del presidente Comonfort de la Constitución y el alzamiento militar que proclamó el Plan de Tacubaya en la capital del país, lo que desencadenó la guerra civil de Reforma.
La Guerra de Tres Años
Leonardo Márquez llegó a Veracruz en febrero de 1858, mas, como las autoridades ahí establecidas eran partidarias de la Constitución, se vio obligado a ir a Tampico, en donde la suerte le fue adversa, pues ahí fue hecho prisionero. Hasta el mes de mayo recobró su libertad gracias a que el general Tomás Mejía logró posesionarse de ese puerto.
Una vez en libertad se dirigió a la capital del país para ponerse a las órdenes de Félix Zuloaga, presidente por el grupo conservador, quien lo nombró gobernador y comandante general de Michoacán. Leonardo entraba en la guerra después de seis meses de que esta había iniciado; su incorporación se dio en un momento oportuno para la causa conservadora, ya que el general Osollo, la principal espada del gobierno tacubayista, había muerto pocos días antes. A partir de entonces el prestigio militar de Márquez comenzó a crecer hasta convertirse en uno de los jefes más destacados del ejército conservador, por lo cual se le confió el mando político y militar de San Luis Potosí y el de la División del Poniente.
En agosto, después de ascender a general de brigada, sus fuerzas fueron incorporadas al Primer Cuerpo de Ejército que tenía encomendado recuperar las ciudades de San Luis Potosí y Zacatecas. Márquez fue designado segundo en jefe solo por debajo de Miramón, con quien, en septiembre, concurrió a la batalla de Ahualulco (SLP), en la que vencieron al jefe liberal Santiago Vidaurri. En diciembre repetiría este lauro en Tololotlán, Poncitlán y Atequiza, en Jalisco, lo que le permitió ocupar Colima y entrar triunfante a Guadalajara el 3 de enero de 1859; una semana después fue nombrado gobernador y comandante militar de Jalisco.
El Tigre de Tacubaya
Tan pronto como tomó posesión de su nuevo cargo, Leonardo Márquez, nos dice Manuel Cambre en La Guerra de Tres Años en el estado de Jalisco (1892), se dedicó a aumentar y disciplinar a sus hombres, a los “que tuvo bien vestidos, pagados y municionados […] listos para el combate”. Esta oportunidad se presentó pronto, pues el 20 de marzo recibió una comunicación de Antonio Corona, gobernador del Distrito Federal, en la que le urgía su presencia en la capital, pues el general Santos Degollado se dirigía a ella para atacarla. Lo apremiante de este aviso lo hizo salir de inmediato para auxiliar en la sede del gobierno al cual defendía. Su marcha expedita le permitió llegar a la capital el 7 de abril.
De inmediato se presentó ante Corona para confeccionar un plan defensivo; así lo hicieron y la mañana del 11 de abril Márquez logró derrotar a Degollado en Tacubaya, victoria que permitió que la ciudad quedara libre del asedio liberal y a él le valió su ascenso a general de división.
En su parte militar apuntó: “En este momento tengo la honra de enarbolar por mi propia mano en el fuerte de Chapultepec el pabellón nacional […] Este acto llena mi alma de un nuevo regocijo que no puedo explicar, y que me acompañará todo el resto de mi vida”. Pero este “regocijo” no sería lo único que lo acompañaría, ya que también lo haría el sobrenombre del “Tigre de Tacubaya”, mismo que se le atribuyó por las ejecuciones de civiles que realizó después de su triunfo del día 11.
Esta publicación sólo es un extracto del artículo "Leonardo Márquez, el Tigre de Tacubayal" del autor Emmanuel Rodríguez Baca, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 110.