Dos obras fundamentales y pioneras del feminismo, aparte de inspiradas en el humanismo de la Ilustración, son la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana (1791), de la francesa Olympe de Gouges, y la Vindicación de los derechos de la mujer (1792), de la inglesa Mary Wollstonecraft.
El 8 de marzo de 2020, como nunca antes, una enorme movilización simultánea en varios estados de la República Mexicana se alzó contra la violencia feminicida que quita la vida al menos a diez mujeres cada día en el país, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio (OCNF).
En Ciudad de México, la nombrada marcha del #8M reunió a ochenta mil mujeres, según cifras oficiales del gobierno local. Algunas de ellas llevaban pancartas con las leyendas “Queremos caminar libres y volver sanas a casa”, “Vivir sin miedo es nuestro derecho”, “No quiero tu piropo, quiero tu respeto”, “95% de los feminicidios en México quedan impunes”, “Disculpen las molestias, pero nos están matando”, “La revolución será feminista o no será”, entre muchas otras. Ese día, algunos medios de comunicación que cubrían el acto entablaron un diálogo con sus lectoras y una de las preguntas que se hacían era: “¿Cómo llegó el feminismo a ser un tema crucial en la vida actual?”.
El nacimiento de una conciencia feminista
A finales del siglo XVIII podemos encontrar algunos de los momentos más luminosos en la paulatina toma de conciencia feminista entre las mujeres con el nacimiento de dos obras: Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana, en 1791, de la francesa Olympe de Gouges (seudónimo de Marie Gouze), y Vindicación de los derechos de la mujer, de la inglesa Mary Wollstonecraft, de 1792.
Olympe de Gouges fue dramaturga y filósofa política. Dedicó su libro a la reina María Antonieta, para que se protegiera al género femenino. Antiesclavista y anarquista, consideraba que la mujer debía tener un papel político diferente y acceder a los puestos y empleos públicos sin otras distinciones que sus virtudes y talentos, algo que todavía no se logra del todo. En el artículo 10 de su Declaración afirmaba que “si la mujer tiene el derecho de subir al patíbulo, ella debe tener igualmente el derecho de subir a la tribuna”, frase que la condenó a morir guillotinada en 1793. En resumen, De Gouges pensaba que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos de la mujer eran una de las causas de los males públicos.
Por su parte, Mary Wollstonecraft, considerada una figura destacada del mundo moderno, escribió novelas, ensayos y literatura infantil, gracias a lo que pudo establecerse como escritora profesional e independiente en Londres, algo inusual en el siglo XVIII. Fue esposa de William Godwin, precursor del pensamiento anarquista, así como madre de Mary Shelley, autora trascendental de la literatura universal con su novela Frankenstein o el moderno Prometeo.
Wollstonecraft dedicó su indispensable Vindicación a Talleyrand-Périgord, obispo de Autun, tras leer el decreto que este propuso al gobierno francés en 1791 en relación con la educación que debían tener las jóvenes francesas. Wollstonecraft argumenta que las mujeres no son por naturaleza inferiores al hombre, sino que parecen serlo porque no reciben la misma educación y no son tratadas como seres racionales.
Su amonestación iba dirigida al obispo Talleyrand y a los hombres que intentaban incorporar las revolucionarias ideas liberales de Rousseau, pues esto implicaba, en su consideración, una enorme contradicción, pues si “los hombres combaten por obtener la libertad y el derecho a juzgar por sí mismos lo que se relaciona con su bienestar, ¿no es ilógico e injusto mantener el sometimiento de la mujer?”.
Wollstonecraft rechazaba la ignominiosa consideración de que la mujer careciera “de menos inteligencia”, pues como bien lo afirma en su libro, “¿quién ha decretado que el hombre es el único juez cuando la mujer comparte con él el don de la razón? Es este el tipo de argumentación que utilizan los tiranos pusilánimes de toda especie, ya sean reyes o padres de familia; se empeñan todos en ahogar la razón”. Y a ese respecto se pregunta: “¿Acaso no estáis haciendo lo mismo cuando negáis a las mujeres sus derechos civiles y políticos, obligándolas con ello a permanecer encerradas en la oscuridad del pequeño ámbito familiar?”. La feminista inglesa imagina así un orden social basado en la razón y la educación, por lo que hace una dura amonestación a las mujeres que se empeñan en conservarse en un perpetuo estado infantil, incapaces de obrar por sí mismas.
Así, en la Vindicación de Mary Wollstonecraft se establecen las bases del feminismo moderno. Sin embargo, la Revolución Francesa supuso una amarga derrota. Los clubes de mujeres que intentaron ejercer estas ideas y sus impostergables derechos como ciudadanas fueron cerrados en 1793, y al año siguiente se prohibió su presencia en cualquier tipo de actividad política. Las que habían pugnado por una participación civil, compartieron el mismo final: la guillotina, como Olympe de Gouges, o el exilio. Las más lúgubres predicciones se habían cumplido con amplitud: las mujeres no podían subir a la tribuna, pero sí al cadalso.
El feminismo y el movimiento sufragista
El siglo XIX acrisoló grandes movimientos sociales emancipadores, como el feminismo, que solo a partir de entonces adquiere un carácter internacional, con una identidad propia y bases teóricas firmes. Pero no solo se quedó en la teoría, sino que comenzó a ocupar un lugar importante en el seno de los diferentes movimientos socialistas y anarquistas.
Se puede decir que dichos movimientos heredaron en gran parte las demandas igualitarias de la Ilustración, pero también surgieron para dar respuesta a los problemas de la Revolución Industrial, que incorporaba de manera masiva a las proletarias al trabajo mecanizado para mantener su ritmo de producción, por ser una mano de obra más barata y sumisa que la de los hombres. Mientras tanto, las mujeres de la burguesía quedaron enclaustradas en su hogar, lo que en algunas provocó una indignación solidaria con las obreras, pues ambas manifestaban una situación de propiedad legal ante sus maridos o patrones, además de una marcada marginación en su educación y en el ejercicio de profesiones liberales.
En ese contexto, las mujeres comenzaron a organizarse en torno a la reivindicación del derecho al sufragio, lo que explica su denominación como “sufragistas”, aunque estos grupos luchaban por la igualdad en todos los terrenos. Así, conseguir el voto y el acceso al Parlamento se erigió como un aspecto estratégico que apostaba por cambiar las leyes a favor de las mujeres. En Estados Unidos, el movimiento sufragista estuvo de inicio muy relacionado con el abolicionismo. Gran número de mujeres unieron fuerzas para combatir la esclavitud, pues observaban similitudes con su situación.
En Europa, el sufragismo inglés fue más potente y radical, razón por la que muchas de sus integrantes fueron encarceladas. Ante ello, protagonizaron huelgas de hambre y alguna se suicidó en protesta. No obstante, tendría que pasar la Primera Guerra Mundial y llegar 1928 para que pudieran votar en igualdad de condiciones.
En México, una de las primeras menciones a la lucha de las mujeres por ejercer el voto se dio en la década de 1880, en la revista femenina Violetas del Anáhuac, fundada y dirigida por Laureana Wright González; aunque esta tuvo poco impacto en la sociedad.
En 1910, varias asociaciones se unieron a Francisco I. Madero, entre ellas el club femenil antirreeleccionista conocido como Las Hijas de Cuauhtémoc, logrando participación política en la Revolución, lo que contribuyó a impulsar más tarde el Primer Congreso Feminista de 1916. Sin embargo, la Constitución de 1917 negó el estatus de ciudadanía a las mujeres y su derecho a votar.
En 1937, con un intenso movimiento de las mujeres recién afiliadas al partido oficial (PNR, luego PRM y finalmente PRI), el presidente Lázaro Cárdenas intentó reformar el artículo 34 constitucional, pero fue hasta el 17 de octubre de 1953 cuando apareció publicado en el Diario Oficial de la Federación el decreto que reconocía su sufragio, siendo las elecciones presidenciales de 1958 las primeras en que las mexicanas ejercieron su derecho en las urnas.
El Día Internacional de la Mujer
La conmemoración del Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo fue formalizado hasta 1975 por la ONU, pese a que ya tenía tiempo que se organizaban manifestaciones feministas en diversos países en dicha fecha, aparte de que se tenía registro de varios movimientos sociales que antecedían a esta conmemoración.
Por ejemplo, el 8 de marzo de 1857, cuando las mujeres que trabajaban en la industria textil, las llamadas garment workers de Nueva York, organizaron una huelga. Estas mujeres buscaban salarios más justos y condiciones laborales más humanas, pero fueron detenidas por la policía. Dos años más tarde, dichas manifestantes crearon su primer sindicato y 51 años después, el 8 de marzo de 1908, quince mil trabajadoras se manifestaron para pedir menos horas de trabajo, mejores salarios y derecho al voto. Un año después, el Partido Socialista de Estados Unidos declaró el Día Nacional de la Mujer, que se celebró por primera vez en ese país el 28 de febrero de 1909.
En este contexto encontramos también a las comunistas Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo. Zetkin sugirió la idea de conmemorar un día de la mujer a nivel global en 1910 en la Conferencia Internacional de la Mujer Trabajadora. Su propuesta fue escuchada en diecisiete países y aprobada de forma unánime. Así, el 19 de marzo de 1911 se celebró el primer Día Internacional de la Mujer, reuniendo a más de un millón de ellas en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza.
Con el incendio, el 25 de marzo de ese mismo 1911, de la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist de Nueva York, donde murieron más de cien trabajadoras textiles, migrantes judías e italianas cuyas edades oscilaban entre los dieciséis y veintitrés años –varias porque se arrojaron por las ventanas desde el décimo piso para escapar del fuego–, se reafirmó el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, que después se convertiría en el Día Internacional de la Mujer, cuya conmemoración se definió para el 8 de marzo.
Los movimientos feministas durante la Revolución Rusa de 1917 también fueron importantes para la consolidación del feminismo internacional. Al momento de caer la monarquía en Rusia, muchas mujeres se encontraban en huelga para exigir mejores condiciones de vida. El 8 de marzo de 1917, en Petrogrado, se había convocado a manifestaciones por su día. El descontento era generalizado y detonó protestas masivas. Los sucesos pasaron a la historia como la “Revolución de febrero”.
El feminismo actual no podría entenderse tampoco sin la francesa Simone de Beauvoir, autora de El segundo sexo (1949), en el que destaca la reflexión sobre el cuerpo femenino sometido a seculares tabúes y estereotipos que sirven como excusas para legitimar las más evidentes discriminaciones sociales, así como la situación de desigualdad y subordinación a los hombres. Beauvoir sostiene que la imagen de la mujer (maternal, sensible, coqueta, cariñosa, etcétera) no es más que un producto cultural que se ha construido y aprendido socialmente. La mujer, dice Beauvoir, se ha definido a lo largo de la historia respecto a ser madre, esposa o ama de casa. Para la filósofa, la principal tarea de la mujer es reconquistar su propia identidad y desde sus propios criterios.
Este cambio de perspectiva es trascendental para entender el feminismo actual, ya que introdujo en el debate una cuestión aún vigente: que las características que representan a las mujeres no les son dadas desde su genética o su sexo, sino desde su educación y sociabilización.
Citlalli Cerda. Egresada de la licenciatura en Ciencias de la Comunicación por la UNAM. Cuenta con un posgrado en Historia del Arte y un diplomado en Derechos Humanos de las Mujeres en Prisión por la misma casa de estudios. Ha colaborado en la agencia Comunicación e Información de la Mujer (CIMAC), El Universal y el IMER. Se dedica a la divulgación histórica y cultural.
Citlalli Cerda, “La revolución feminista, el camino de una dolorosa lucha por libertad e igualdad”, Relatos e Historias en México, núm. 141, pp. 16-21.
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