La locura en la Nueva España

Leonardo García

En los territorios conocidos bajo el nombre de Nueva España, la concepción social sobre la locura osciló especialmente entre dos vías de interpretación: la médica y la religiosa.

 

En el primer caso, aún permanecía vigente la concepción hipocrática de Galeno y Avicena, según la cual el desajusto de cualquiera de los cuatro humores corporales (flema, sangre, bilis negra y bilis amarilla) era la principal causa de las enfermedades.

Para el caso concreto de la locura, esta teoría atribuía el origen del mal a la presencia en demasía de bilis negra dentro del cuerpo del afectado. Cabe señalar que el término empleado para gran parte de las afecciones mentales fue el de melancolía, involucrando en ello las actitudes maníacas; el no reparo en lo que se hace o se dice y el sentimiento de miedo, de asedia y de pesadumbre. Para los médicos, la melancolía surgía por la acumulación, quietud y la malignidad de los humores crasos y fríos –bilis negra, como se ha comentado antes– concentrados en la cabeza, así como por la debilidad y el abatimiento del espíritu, de los nervios y del corazón.

El demonio detrás de la locura

En el terreno del ideario netamente religioso, la locura tuvo un significado completamente diferente. Como enfermedad, fue explicada como la encarnación de castigos y penitencias que, emanados de la divinidad, resultaban por haber cometido algún acto en contra de la fe cristiana. Por su parte, solo a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, la Iglesia dejó de considerar al demonio como el causante de la pérdida del juicio.

Si bien el manual médico-legal Les Questiones médico-légales de Paolo Zacchias ya había descartado entre 1621 y 1651 las concepciones medievales que relacionaban la insania con la influencia de entidades demoníacas, en la dimensión sociorreligiosa continuó permeando la visión de que el demonio, si bien no era el causante del mal, sí que se complacía bañándose en el humor melancólico. Así, de alguna manera la atribución de padecimientos ocasionados por la acción de entidades supernaturales continuó siendo bastante estrecha por lo menos hasta los primeros años del siglo XIX.

No obstante, en términos generales la Iglesia novohispana promovió la idea de que las personas dementes y afectadas por la melancolía fuesen tratadas con caridad y consuelo. Así, los melancólicos y dementes debían gozar de cierta libertad, siempre y cuando esta fuese supervisada y se evitasen los alborotos públicos. Cuando alguno de aquellos enfermos resultaba demasiado peligroso para la comunidad, entonces sí que las autoridades civiles debían intervenir encarcelándolo o recluyéndolo en un hospital para una mejor supervisión.

 

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Lunáticos… y no tanto