La historia del fracaso de un billete nacional en la Revolución

El “Infalsificable”

Paulina Segovia

Carranza reorganizó la economía para intentar solventar los gastos de la guerra revolucionaria. Más adelante, cuando afianzó su gobierno, consideró apropiado contar con un billete de carácter nacional.

 

Carranza comprendió la necesidad de obtener financiamiento para sostener la lucha y supo desde el principio que la banca apoyaba a Huerta, por lo que las opciones para los constitucionalistas eran limitadas. Comenzó así a emitir papel moneda desde el 26 de abril de 1913. La primera de dichas emisiones se conoce como “Emisión Monclova”, la cual consistió en cinco millones de pesos para sufragar los gastos del Ejército Constitucionalista. Posteriormente realizó varias emisiones de billetes más que le permitieron continuar la lucha hasta la renuncia de Victoriano Huerta el 15 de julio de 1914. Sin embargo, las facciones villista y zapatista tomaron las mismas medidas, por lo que la credibilidad en los distintos billetes y el constante rechazo a los provenientes de las facciones enemigas colapsaron al sistema de pagos.

Carranza comprendió las consecuencias de no tener un sistema de pagos nacional uniforme que fuera confiable para las transacciones internas. Por ello buscó la unificación monetaria a través de una propuesta de billete nacional al que bautizó como el Infalsificable y planteó la opción de crear el Banco Único de Emisión –tema que amerita un estudio independiente, por lo que no me ocuparé de él en este escrito–. Así, el proyecto del billete Infalsificable nació del interés por resolver dos problemas importantes: la necesidad de financiamiento para terminar con la lucha armada y la necesidad de recuperar la confianza de los medios de pago.

El 21 de julio de 1915 se emitió el decreto que autorizó la emisión de 250 millones de pesos de papel moneda. Esta emisión fue la primera del Infalsificable, y de acuerdo con José Antonio Vázquez, a pesar de estar garantizados veinte por ciento en oro nacional y de ser canjeables por billetes antiguos, no dejó de ser un intento fallido, pues en menos de un año su valor se depreció en un noventa por ciento, y a pesar de ello, hubo una segunda emisión en 1916 a falta de una mejor opción de circulante y debido a la imposibilidad de respaldar las emisiones en metálico.

El proyecto del billete Infalsificable fue un rotundo fracaso, pues nunca tuvo la aceptación del público. Entre los factores que pueden considerarse importantes para ello se encuentran la falta de confianza en los medios de pago, la inestabilidad política y la tardía consolidación de un proyecto de gobierno. La falta de respaldo para los billetes emitidos contribuyó a que la adopción del dinero fiduciario fuera tardía en el caso mexicano, pues se logró hasta 1935.

A pesar de los intentos por unificar la circulación de papel moneda y la posibilidad de cambiar los billetes de emisiones anteriores por el nuevo billete, no se logró que el papel moneda se convirtiera en el medio de circulación y se aceptara en las transacciones entre civiles, por el contrario, dominó la circulación de moneda metálica que se retiraba de los bancos antes de que fuera irrecuperable, se atesoraba y escondía de las facciones armadas para que no la decomisaran y reemplazó la moneda a medida que este billete perdía su valor.

El proyecto constitucionalista no consiguió la circulación de billetes de manera unificada en el territorio nacional; pero, dentro sus éxitos a nivel monetario, logró sentar las bases para pensar en un banco único de emisión, como se estableció en el artículo 28 de la Constitución promulgada en 1917.

 

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