Érase que se era, en un lejano país, un noble llamado Julián que, mientras andaba de cacería, se topó con un ciervo en medio del bosque y este le habló diciendo: “¿Por qué me persigues de esta manera? Tú matarás a tu padre y a tu madre”.
El cazador, impresionado por lo insólito del oráculo, abandonó el domicilio paterno y se fue a vivir a una región muy lejana, alistándose como soldado en los ejércitos de un príncipe. Fue tan eficiente en su servicio que, por sus méritos, logró obtener un alto cargo militar, se casó con una viuda de la nobleza y recibió un castillo por vivienda.
Un día en que el conde Julián andaba ausente por negocios del príncipe, llegaron a su morada unos peregrinos pidiendo posada. Su mujer los recibió por caridad y, durante la cena, refirieron la triste historia de su hijo, quien había desaparecido sin dejar huella; al no regresar a su hogar, ellos se lanzaron a buscarlo preguntando por los caminos si alguien lo habría visto.
Por las señas que le dieron, la condesa descubrió que eran los padres de su marido. Les dijo que su hijo habitaba ese castillo y, para que pasaran la noche, les dejó su propio lecho conyugal. A la mañana siguiente, la mujer salió a la iglesia muy temprano y, mientras en ella estaba, regresó Julián a su casa. Al ver bajo las sábanas de su cama a una pareja, se encendió en ira y celos, tomó su espada y mató a ambos pensando que su mujer le había sido infiel. En ese momento, la esposa entró a la casa y, horrorizada, hizo saber a su marido el horrendo crimen que había cometido.
A partir de entonces, Julián decidió abandonarlo todo, dejó su castillo y se dedicó al servicio de los pobres para conseguir el perdón de Dios por su terrible pecado. Su mujer se ofreció a acompañarlo y, en casto matrimonio, fijaron su residencia a orillas de un caudaloso río, donde edificaron una hospedería para atender a los peregrinos y ayudarlos a atravesar el torrente sin percances.
Los esposos vivieron muchos años realizando esa labor de caridad y en continuas mortificaciones y penitencias. Una noche, Julián escuchó una voz que lo llamaba por su nombre y salió a buscar de qué se trataba. En el bosque, descubrió que quien lo llamaba era un leproso cubierto de hielo y muerto de frío. Julián lo llevó hasta su casa, encendió la chimenea y lo cubrió con frazadas para calentarlo. Al poco rato, el individuo débil, inválido e invadido de lepra se transformó en un ángel de luz, reluciente y hermoso. Mientras se elevaba hacia el cielo, el enviado le dijo que Dios aceptaba su penitencia y que muy pronto él y su esposa morirían y recibirían el premio eterno.
Entre Edipo y las vidas de santos
Una narración así, sin mención del lugar donde aconteció ni de una fecha aproximada, tiene todas las características de los relatos míticos medievales que buscaban moralizar, aunque, en esa época, en tales narraciones no se hacía la diferencia entre verdad y ficción. Por ello, algunos autores situaron su historia en el oscuro siglo VII y españoles, flamencos, alemanes, italianos y franceses se atribuyeron ser compatriotas del santo hospitalario. Sus vestidos ensangrentados se veneran en Nantes (Francia) y hay reliquias del matrimonio en Gante (Bélgica), Macerata, Trento (ambas en Italia) y en varios lugares de la Provenza francesa.
En la narración se mezclan relatos de la antigua Grecia, como el de Edipo rey, con las vidas de santos como San Eustaquio y San Cristóbal. Después de que Jacobo de la Vorágine la incluyó en su Leyenda dorada (siglo XIII), la historia de San Julián se difundió por toda Europa y a su relato se añadieron nuevos elementos: la pareja habría hecho un viaje a Roma para conseguir la absolución del papa; en lugar de una muerte llena de paz, se decía que habían sido decapitados por unos ladrones hospedados en la posada y que Julián (como San Dionisio) tomó su cabeza después de muerto y se trasladó hasta una fuente con cuya agua se curaban todas las enfermedades.
Con tantos elementos fantásticos, San Julián se hizo muy popular y se convirtió en protector de los barqueros y techadores, así comoen el patrono de posaderos, viajeros y peregrinos. La permanencia del relato como parte del folclor europeo atrajo la atención de autores más recientes, como el escritor francés Gustave Flaubert, quien lo incluyó en uno de sus Tres cuentos, publicados en 1877.
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Antonio Rubial García. Doctor en Historia de México por la UNAM y en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla (España). Se ha especializado en historia social y cultural de la Nueva España (siglos XVI y XVII), así como en cultura en la Edad Media. Entre sus publicaciones destacan: La Justicia de Dios. La violencia física y simbólica de los santos en la historia del cristianismo (Ediciones de Educación y Cultura/Trama Editorial, 2011); El paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de Nueva España (1521-1804) (FCE/UNAM, 2010); Monjas, cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la época de sor Juana (Taurus, 2005); La santidad controvertida (FCE/UNAM, 1999); y La plaza, el palacio y el convento. La Ciudad de México en el siglo XVII (Conaculta, 1998).
San Julián El Hospitalario