La confederación chimalhuacana, una invención del “nacionalismo” jalisciense

José M . Murià

Durante el siglo XIX, la historiografía jalisciense cinceló la idea de una antigua federación prehispánica llamada Chimalhuacán, la cual habría unido a varios poblados occidentales, a semejanza de la de Tlaxcala. Aunque no se comprobó, connotados historiadores difundieron tal versión.

 

Una excepción notable fue la de José López-Portillo y Weber, quien afirmó categóricamente en 1935 que “la confederación chimalhuacana no existió”. Ninguna de las dos palabras, ratifica, tiene posibilidad alguna de definir al occidente de México ni estuvo nunca en uso entre los indios que lo habitaron. Sin embargo, dice, “es cómoda y traduce verdades geográficas, estratégicas y económicas”, de manera que la emplea también sin el menor recato.

El aserto de López-Portillo es indubitable, por lo que sorprende que no haya buscado una salida airosa. Asimismo, por más que dice que hueytlatoanazgo es un “¡horrible vocablo!”, se aferra a la existencia de cuatro de ellos: Colima, Tonal·lan, Jalisco y Aztatlan, entre los que se hallaban “entreverados” una rica porción de “tlatoanazgos menores”.

Parece válido suponer, como se apuntó, que esta idea confederacional haya emergido más bien del subjetivo nacionalismo o regionalismo romántico del siglo XIX, necesitado de enriquecerse de un pasado indígena de relumbrón, máxime dada la reconocida vocación jalisciense por su autonomía o, en su defecto, por el federalismo. Con tales aspiraciones, una “confederación” en sus orígenes caía como anillo al dedo, sobre todo cuando López-Portillo y otros describen la organización política de aquellos pueblos con un cierto tinte democrático que, si es cierto que lo hubo, hasta hoy resulta imposible de verificar.

Pero la revisión crítica de las fuentes que tenemos del siglo XVI, como es el caso de las once Crónicas de la Conquista y la Memoria de Nuño de Guzmán, así como la Relación breve hecha al mediar la centuria por Lorenzo Lebrón de Quiñones, oidor de la Audiencia, las Descripciones del obispo Alonso de la Mota y Escobar, a fines del siglo, y lo dicho en 1621 por el aventurero cura de Tepic, Domingo Lázaro de Arregui, no sugieren en ningún momento que los españoles se hayan topado con una organización política de tal complejidad. En cambio prevalece la denominación de “país de los teules chichimecas”, como se le llamaba en el México de la conquista a estas tierras transitadas por muchos nómadas o seminómadas.

 

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La inexistente confederación chimalhuacana

 

José M . Murià. Miembro emérito de la Academia Mexicana de la Historia, de la Academia Mexicana de la Lengua y del SNI. Es doctor en Historia por El Colegio de México. Ha sido director general del Archivo, Biblioteca y Publicaciones de la SRE, presidente de El Colegio de Jalisco e investigador del INAH. Dirigió la obra Historia de Jalisco (cuatro tomos), además de coordinar Jalisco, una historia compartida (dos tomos) y Jalisco en la conciencia nacional. Otras de sus obras destacadas son: Sociedad mexicana y México prehispánico (1973); Bartolomé de las Casas ante la historiografía mexicana (1974); Zapotlán el Grande del siglo XVI al XIX (1977); Historiografía colonial. Motivación de sus autores (1981); Conquista y colonización de México (1982); Lázaro Cárdenas y la inmigración española (1985); La independencia de la Nueva Galicia (1986); El tequila. Boceto histórico de una industria (1990); Orígenes de la charrería y su nombre (2010), y Mexicanos contra franquistas (2013).

 

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