Josep Lopez, ¿quién fue este sacerdote que estuvo a punto de capturar a Miguel Hidalgo?

Alfredo Ávila Rueda

 

Extraña vida la de este sacerdote que estuvo a punto de capturar al cura Miguel Hidalgo y defendió a Agustín de Iturbide cuando fue acusado por abusos de autoridad. Con el nacimiento del Imperio mexicano, se convirtió en confesor y encargado de la educación de los príncipes. Acompañó a Iturbide hasta la muerte y más tarde llegaría a ser rector de la prestigiosa universidad jesuita de Georgetown. Estos son algunos recuerdos de ese hombre que nació en Michoacán, donde hoy casi nadie lo conoce.

 

 

Era miércoles 1 de enero de 1840 en Georgetown, una pequeña y rica villa que se estaba convirtiendo en un suburbio de Washington, la capital estadounidense emplazada sobre un pantano. La humedad y el frío del invierno calaban el aire. Antes del alba, los esclavos salían de compras al mercado, limpiaban las casas, preparaban los alimentos.

 

Las campanas llamaban a misa en el único pueblo católico del distrito de Columbia. En medio de la gente, el viejo sacerdote Josep Lopez se encaminaba hasta el colegio, ya entonces una de las cuatro universidades más importantes del país. La atmósfera contrastaba con el clima templado, benigno y seco de su natal Cotija, Michoacán.

 

Me gustaría imaginar que aquella mañana Lopez recordaba su pueblo; pero es improbable. Ese día juraría sobre una Biblia el cargo de rector (president) de la Universidad de Georgetown, perteneciente a los jesuitas. Con ello, se convirtió en el primer hombre nacido en Hispanoamérica que dirigiría una universidad en la historia de Estados Unidos.

 

Lopez había ingresado en la Compañía de Jesús en Maryland en 1833. Desde entonces, su trayectoria estuvo vinculada con la citada universidad jesuita en Estados Unidos. Además de profesor, tuvo el cargo de bibliotecario. Ocupar la oficina de la presidencia era la culminación de una carrera de servicio a la Compañía y a la universidad.

 

Contrainsurgente e iturbidista

 

La de Lopez fue una vida atlántica. Nació en Cotija a finales del siglo XVIII. Fue bautizado como José Antonio López y creció en una familia de rancheros. Estudió en el Colegio de San Nicolás, protegido por el poderoso comerciante vasco Isidro Huarte, un hombre que gracias a su riqueza consiguió establecer una amplia clientela política en Michoacán. López formó parte de ella. Obtuvo el título de bachiller en cánones en la Universidad de México y se ocupó de la parroquia de Peribán.

 

El propio López relató en un documento para Georgetown que, en 1810, intentó prender al cura insurgente Miguel Hidalgo en su paso por Michoacán, pero no lo consiguió. Entonces, abandonó Peribán y se refugió en Valladolid, la capilla de la intendencia de Michoacán. Allí estableció una relación cercana con Ana, la hija de Isidro Huarte, y con su esposo, Agustín de Iturbide. Gracias a este último, se enroló como capellán de las milicias que combatían a los insurgentes. Después, fue nombrado cura interino de Tingüindín.

 

En 1816 Iturbide, entonces comandante del Regimiento de Celaya, fue acusado de graves abusos de autoridad. El virrey lo separó del mando de tropas. El caso llegó a Madrid y un año más tarde López viajó allá como apoderado para la defensa de su “amigo y protector”.

 

En la correspondencia que sostuvo López desde España con Iturbide, abundan las peticiones de dinero para comprar ropa o zapatos en los fríos inviernos castellanos. En 1820, cuando se restableció en España la Constitución de Cádiz, José Antonio proveyó información privilegiada a su amigo acerca de la situación política en Madrid.

 

Resulta interesante para la historia de México que, desde un principio, López notificara sobre los conflictos que había entre el rey de España y los liberales, y en especial entre los liberales moderados y los exaltados. Entre otras cosas, advertía que la libertad de prensa, las discusiones en las Cortes, las sociedades patrióticas y los grupos más radicales (como los comuneros y los carbonarios) podían ocasionar una guerra civil.

 

En mayo de 1821, el presbítero López recibió en su casa de Madrid a Juan Gómez de Navarrete, otro michoacano, quien le comunicó todos los planes “de nuestro compadre y amigo Agustín de Iturbide” para hacer la independencia y evitar que los conflictos españoles ocasionaran en Nueva España una nueva guerra civil, como la que el propio Iturbide combatió desde 1810. De inmediato, López hizo sus maleta para reunirse con la familia Iturbide Huarte.

 

Con el imperio

 

La cercanía de José Antonio López con Ana Huarte le permitió tener una posición privilegiada en el espacio doméstico de quien se había convertido en el Libertador. No fue extraño que se convirtiera en confesor y, algo más importante, que se le pusiera como ayo del primogénito Agustín Jerónimo.

 

En julio de 1822, el ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos del recién nacido Imperio mexicano lo designó como encargado de la educación de los príncipes. Redactó entonces un Método y reglamento de instrucción de los príncipes mexicanos que permaneció inédito y, al parecer, no llegó a ponerse nunca en práctica, toda vez que desde diciembre de ese año estallaron varios pronunciamientos militares que, en poco tiempo, condujeron a la caída del emperador Iturbide.

 

La propuesta educativa de López se parece mucho a las instrucciones que se elaboraban para los príncipes españoles, con un enorme peso de la religión, así como de la retórica y las humanidades, sin descuidar las ciencias. Tenía un tono claramente anacrónico, pues buscaba formar a un príncipe piadoso con sus súbditos, un buen gobernante y legislador, sin importar que el régimen que se había adoptado en México era el de una monarquía constitucional, en la que las leyes las hacía un Congreso y la justicia sería administrada por una suprema corte.

 

Tras la caída del gobierno, López acompañó a la familia imperial al exilio. En el verano de 1823 arribaron a Italia, donde se les permitió residir en Liorna. Poco después, algunos conspiradores en México organizaron el regreso de Iturbide para “ocupar el lugar que la patria quiera darle”. Al mismo tiempo, la presión de España sobre Fernando III, el gran duque de Toscana, obligó a la familia a trasladarse a Londres, donde estarían más seguros. Eran los primeros pasos para volver a México.

 

López fue uno de los integrantes de la comitiva que abordó en 1824 el bergantín Spring, en el que Agustín de Iturbide arribó a las playas de Soto la Marina, en Tamaulipas, solo para encontrar la muerte frente a un pelotón de fusilamiento el 19 de julio. El sacerdote permaneció entonces con Ana y sus ocho hijos, a los que se agregaría uno más en octubre.

 

El gobierno mexicano asignó a la familia una pensión de 8 000 pesos anuales –unos 200 000 dólares actuales– en reconocimiento al hombre que consiguió la independencia de México, pero ese dinero llegó de modo muy irregular y se suspendió en 1847. Ana pudo vivir en Nueva Orleans (EUA), luego en Baltimore y finalmente en Georgetown, gracias al apoyo familiar.

 

Jesuita y rector en Georgetown

 

Fue entonces cuando el presbítero michoacano se vinculó con la Compañía de Jesús y con su colegio en Estados Unidos. Hay que recordar que los jesuitas habían sido expulsados de Nueva España desde 1767, con lo que se cerró una de las órdenes religiosas favoritas de los criollos del virreinato. En 1773, el papa Clemente XIV suprimió la Compañía, aunque sus sacerdotes pudieron mantener sus conventos en el imperio ruso y en Estados Unidos, donde fundaron el colegio que después se convertiría en la Universidad de Georgetown.

 

En 1833 nuestro personaje, quien ya firmaba sus documentos como “Josep Lopez”, se despidió de la familia Iturbide –que se fue a vivir a Filadelfia–, ingresó a la Compañía de Jesús y empezó a dar clases en su universidad. Se encargó de la biblioteca de Georgetown y dejó allí su archivo, no muy grande, y otros documentos interesantes para conocer la historia del Imperio mexicano.

 

Años después, sería rector de dicha institución. En ese puesto, que ocupó unos pocos meses, se encargó de administrar y sanear los recursos de la universidad que, un par de años antes, había recibido cerca de 17 000 dólares por la venta de 272 mujeres, hombres y niños esclavos en Luisiana, a fin de pagar las enormes deudas que casi la llevaron a la bancarrota.

 

Pese a lo anterior, hoy en México, en su Michoacán natal, José Antonio López es prácticamente desconocido.

 

 

El artículo "Josep Lopez" del autor Alfredo Ávila Rueda se publicó completo en esta página web como un obsequio a nuestros lectores. En su versión impresa lo encuentra en Relatos e Historias en México número 127Cómprela aquí