Esto sería fundamental en los procesos independentistas en América, pues por primera vez se desconocería al gobierno de la metrópoli y después se iniciarían diversos procesos revolucionarios, los cuales al final lograrían su objetivo, a pesar del fin de la ocupación napoleónica y la restauración de la casa de Borbón en el trono español.
El Tratado de Fontainebleau de 1807, que permitía la presencia militar francesa en España para así atacar a Portugal; la incompetencia política cada vez más evidente del primer ministro Manuel Godoy como brazo derecho del rey Carlos IV, y la ambición de Fernando VII para ocupar el trono de su padre, eran algunas de las razones que hacían del español un imperio con un futuro incierto.
El abandono de Madrid por parte de Carlos IV y su partida rumbo al suroeste mostró a sus súbditos un monarca temeroso, dispuesto a embarcarse hacia América si la situación lo ameritaba. Ante esto, los simpatizantes de Fernando VII organizaron un motín en la ciudad de Aranjuez, que terminó con algo que sería impensable en anteriores épocas: la abdicación del rey y el nombramiento de su hijo como nuevo monarca el 19 de marzo de 1808.
Esta situación no pasó desapercibida para el emperador francés Napoleón Bonaparte, quien aprovechó la inestabilidad en el trono español y, ya que sus tropas controlaban las principales plazas ibéricas, decidió imponer su autoridad. Debido a que Carlos IV no aceptaba su renuncia, Napoleón fungió como mediador y convocó a padre e hijo en la ciudad francesa de Bayona en mayo de ese año.
Allí Bonaparte puso fin a la discusión, muy a su estilo. Primero favoreció el retorno de Carlos IV a la Corona española, ante un Fernando VII estupefacto y sumiso. En segundo lugar, obligó al restaurado monarca a cederle el gobierno a él, a cambio de una renta anual. Básicamente, le compró el trono. Así, el 6 de junio Bonaparte nombró a su hermano José como monarca de España.
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José Bonaparte llega al trono de España