El escenario del reencuentro fue la cantina El Recreo, frente al entonces Teatro Cinema Rívoli, en la calle Santa María la Ribera. En la mesa se encontraban el Chácharas, su hermano y, nada más y nada menos, José Alfredo Jiménez, el Rey, a quien en el barrio apodaban Fello.
1950. En torno de una mesa de cantina –como diría el poeta potosino Guillermo Aguirre y Fierro–, una noche de invierno regocijadamente departían algunos alegres amigos bohemios. Se trataba de un espontáneo y cálido reencuentro de antiguos camaradas que se conocían desde la infancia y a quienes el tráfago natural de la vida había distanciado. Crecieron juntos en las colonias Santa María la Ribera y San Rafael, en la Ciudad de México, y los hermanaba el gusto por las cantinas, el futbol y la música.
El escenario del reencuentro fue la cantina El Recreo, frente al entonces Teatro Cinema Rívoli, en la calle Santa María la Ribera. En la mesa se encontraban el Chácharas, su hermano y, nada más y nada menos, José Alfredo Jiménez, el Rey, a quien en el barrio apodaban Fello.
Como es sabido, José Alfredo nació en Guanajuato, en el pueblo de Dolores Hidalgo, en 1926, pero tras la repentina muerte de su padre la familia se trasladó a la capital del país. Se instalaron en la calle Ciprés, en casa de la tía Cuca. Ahí, su madre montó una modesta tienda de abarrotes y Jiménez ingresó a la primaria en la San Rafael.
Desde muy joven, Fello trabajó en múltiples oficios: vendió zapatos, fue garrotero, afanador y mesero. Este último trabajo le permitió arribar a su verdadero destino: convertirse en el rey de la música ranchera de todo México. Dos fueron los sitios estelares en los que José Alfredo ejerció de camarero: La Sirenita y el Salón París.
En dichos lugares le permitían echarse sus “palomazos” y cantar una que otra canción de su autoría. Así, fundó el grupo Los Rebeldes, al lado de Jorge Ponce (hijo del dueño de La Sirenita) y los hermanos Valentín y Enrique Ferrusca. Sin haber estudiado música, José Alfredo se convirtió en el cantante y compositor del grupo.
Hasta La Sirenita llegó un día a comer el arpista y compositor jarocho Andrés Huesca, quien “descubriría” y catapultaría a José Alfredo. Él lo invitaría a presentarse, en 1948, en la XEX y en la XEW, y casi inmediatamente grabaría sus primeras canciones: “Yo” y “Cuando el destino”. A partir de entonces, la fama de José Alfredo crecería como la espuma. En todos lados sonaban sus composiciones.
A la reunión de aquella noche en El Recreo se incorporó otro compañero de tropa, Teodoro Zúñiga, Peloncito. Le dio mucho gusto volver a ver a Fello; hacía muchos ayeres que no sabía nada de él. “¿Quíhubole Fello, qué dices?”. Entre risotadas, guasas y chascarrillos recordaron aventuras de la palomilla y la barriada.
Minutos después, el Chácharas se levantó, puso una melodía en la sinfonola y volvió a la mesa. Le preguntó a Peloncito: “¿Qué te parece la canción?”. Este contestó: “Mira, manito, la verdad el mariachi me cae gordo, definitivamente”. “No seas así, aquí está Fello”, se indignó el Chácharas. “¿Y eso qué?”, replicó Peloncito. “Pues él compuso esta pieza”, contestó.
A Teodoro, alias Peloncito, se le desbarató el rostro de vergüenza y asombro. Casi humillándose, se disculpó ante su inveterado compañero de parrandas: “Perdóname, hermanito, ¿tú compusiste esta?”. Fello, que toda la vida fue muy sencillo, simplemente contestó: “No, Peloncito, no tienes por qué disculparte, cada quién sus gustos”. Acto seguido, el Rey pidió una ronda para todos.
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“¿Quíhubole Fello, qué dices?”