Instrucciones para brillar en sociedad

Las enseñanzas del Manual de Carreño

La Redacción

Amenazas y tormento fue lo que muchas generaciones de infantes mexicanos experimentamos cuando nuestros padres y abuelos lanzaban un grito o mirada fulminante para indicarnos que bajáramos los codos de la mesa mientras comíamos, hablábamos cuando masticábamos algún alimento, arrojábamos al prójimo bolitas de migajón o hurgábamos nuestra nariz frente a los demás. Pero tal disgusto tenía una razón de peso: atentaba contra los buenos modales estipulados en el exitoso Manual de urbanidad y buenas maneras para uso de la juventud de ambos sexos en el cual se encuentran las principales reglas de civilidad y etiqueta que deben observarse en las diversas situaciones sociales.

 

Escrito por el diplomático caraqueño Manuel Antonio Carreño (1812-1874) y publicado en partes a partir de 1853, este manual venía precedido de una emotiva introducción y un breve tratado sobre los deberes morales del hombre; a saber, los deberes para con Dios, para con la sociedad –divididos a su vez en los correspondientes a nuestros padres, a la patria y “a nuestros semejantes”–, y finalmente para con nosotros mismos, porque “es una consecuencia necesaria y evidente que nos encontramos constituidos en el deber de instruirnos [y] de conservarnos”.

De inmediato el Manual de urbanidad y buenas maneras del también músico y pedagogo se esparció por el mundo hispanoamericano, siendo además adoptado como un libro obligatorio para la educación básica durante muchos años, en vista de que promovía un desarrollo social para las personas basado en la religión, la moral, la virtud, la urbanidad y las buenas costumbres, señalando también que tales aspectos han estado presentes en la historia de la humanidad y por ello las sociedades están obligadas a preservarlos. Asimismo, fue reimpreso numerosas ocasiones, reeditándose, abrevándose o ilustrándose, de acuerdo con las necesidades del público al que se dirigiría.

En las casas fue común que los padres y abuelos se refirieran a él cuando había que meter en cintura a las y los infantes. “No ha leído a Carreño” o “no aprendió nada de Carreño” eran frases habituales que resonaban en los hogares cuando salían a relucir comportamientos que contrastaban con lo estipulado en el Manual. Además, no todo en el ideario del venezolano estaba destinado a ser guía en la educación de las niñas y niños, sino también de los más grandes. Para ellos, la cortesía, la bondad, el decoro, la decencia y la generosidad, entre otras cualidades, los distinguirían como gente culta y bien educada.

Si bien algunas normas hoy parecerían absurdas, hubo otras que bien podrían seguir vigentes, como el evitar despertar sin razón a quien duerme. Varias más simplemente habría quien las consideraría inverosímiles, como aquella que abunda en el ronquido, “ese ruido áspero y despreciable que […] molesta de una manera intolerable”, afirmando que “no es un movimiento natural y que no puede evitarse, sino un mal hábito que revela siempre una educación descuidada”.

También es posible inferir que hay normas que nos resultarían arcaicas; por ejemplo, la que exponía que “no es lícito a un caballero invitar a bailar a una señora con quien no se tenga amistad”, o aquella que no permitía a los hombres presentarse sin corbata ante las personas con quienes comparte su “aposento”, como llamaba al hogar. Enlistaba también las que hoy serían imposibles de seguirse por no aludir a dinámicas de nuestro tiempo, como aquella que sugería tener presente “que siempre es asquerosa y repugnante a la vista una barba demasiado larga”, o la que describe el lugar que debe tomar el hombre u hombres cuando acompañan a una mujer a dar un paseo por las calles de la ciudad montados en caballos.

Por la época en la que fue creado en la que además fue considerado un documento pionero y adelantado a su tiempo, hoy podría considerarse clasista y machista pese a estar dirigido a ambos sexos; para muestra, la norma que indicaba que “las mujeres deben educarse en los principios del gobierno doméstico y ensayarse en sus prácticas desde la más tierna edad”. Sin embargo, hoy esto no podría estipularse siquiera como una recomendación para la óptima convivencia social. Y como esta, muchas otras normas se han desdibujado o desaparecido porque las dinámicas son otras, aunque quizá también, dirán algunos, necesitamos imponer nuevamente algo parecido a aquel famoso Manual de Carreño.

 

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