Es marzo de 1917, la nueva Constitución acaba de ser promulgada y en el cielo mexicano se respiran aires de cambio. También es tiempo de elecciones para renovar la presidencia, diputados y senadores. En esos días agitados, un hecho sorprende –y para muchos resulta inaceptable–: la candidatura de Hermila Galindo para diputada por el quinto distrito electoral de Ciudad de México.
Aunque en aquellos años aún no se reconocía el derecho de las mujeres a votar y ser votadas, Hermila rompió los moldes para intentar ser legisladora. Su aventurada empresa causó sensación y llamó la atención de algunos diarios, aunque también atrajo críticas contra el sufragio femenino, como que este era un riesgo para el país debido a que la mayoría de las mujeres eran ignorantes y fácilmente manipulables por la religión, o que por Galindo no votarían más de veinte hombres, aunque sí podría seguirla “una romería interminable de viejas”. La candidata respondía a los ataques con numerosos ejemplos de mujeres ilustres o diciendo que “por una vieja” muchos hombres habían venido al mundo a luchar por la democracia.
Al final, Hermila no ganó la diputación, pero sentó un significativo precedente en la larga lucha por el voto femenino, mientras defendía a capa y espada su postura: “Si la mujer tiene iguales necesidades que el hombre, tiene y debe tener indefectiblemente los mismos derechos que él, tanto políticos como sociales […]. Lo contrario sería establecer una desigualdad […], relegando a la mujer a la categoría de un mueble o de una cosa inútil. […] ¿Temen que haya mujeres más aptas que muchos hombres para desempeñar los puestos públicos y por esta razón sean preferidas?”.
De acuerdo con su biógrafa más reconocida, Rosa María Valles Ruiz, Hermila Galindo nació el 2 de junio de 1886 en Lerdo, Durango. Hizo sus estudios básicos en su entidad natal y en Chihuahua, donde ingresó a la Escuela Industrial de Señoritas. Su papá se dio cuenta de su extraordinario talento y pensó en enviarla a Estados Unidos para estudiar química, pero no le alcanzó la vida y Hermila tuvo que empezar a trabajar.
Para 1909 la encontramos en Torreón, Coahuila, donde se mantiene cercana a líderes y grupos antiporfiristas. Autodidacta, no deja de informarse ni de leer sobre las nuevas ideas feministas. Finalmente, se une al movimiento maderista en Durango.
Más tarde llega a la capital del país y se desempeña como profesora. Tras el golpe militar contra el gobierno de Francisco I. Madero, respalda la revolución constitucionalista de Venustiano Carranza. Luego del fin del régimen de Victoriano Huerta, Hermila es elegida como una de las oradoras para recibir al Primer Jefe en su entrada triunfal a Ciudad de México, en 1914. Desde ese momento se convierte en ferviente promotora del constitucionalismo.
A partir de 1915 publica la revista feminista Mujer Moderna, es colaboradora del diario carrancista El Pueblo con una columna semanal “consagrada a la mujer” y funge como conferencista y organizadora de clubes políticos, al tiempo que es nombrada diplomática del gobierno constitucionalista en Cuba y Colombia. Como protagonista de esta época de transformaciones, defiende la igualdad intelectual entre hombres y mujeres, que estas participen en la vida pública, y pide que “en compensación de la parte activísima que la mujer ha tomado en […] esta revolución, los revolucionarios están obligados a darle todo género de facilidades para que desarrolle sus aptitudes intelectuales”.
Al año siguiente participa en el Primer Congreso Feminista, celebrado en Yucatán bajo el amparo del gobernador Salvador Alvarado. Allí, es leído el discurso de Hermila a favor de la educación sexual para las mujeres, algo que a muchos hizo levantar las cejas. Los tiempos revolucionarios le dan oportunidad de dar a conocer su agenda y su postura, por lo que en 1917 pide al Congreso constituyente reunido en Querétaro que reconozca el voto femenino en la nueva carta magna. Pese a que su petición no tiene eco, actúa como si en la realidad existiera la igualdad de derechos políticos entre hombres y mujeres. Por ello en 1917 se presenta como la primera candidata a diputada en la historia mexicana.
En 1919 Galindo publicó La Doctrina Carranza y el acercamiento indolatino, en el que hizo un recuento del ideario de don Venustiano y su vinculación con Latinoamérica. El asesinato en 1920 del presidente Carranza la alejó del gobierno, pero no de la lucha política, pues en los años siguientes continuó peleando por que en la Constitución se reconociera a la mujer como ciudadana y sus derechos electorales.
Hasta 1953 sería reconocido el voto femenino. Un año después moriría Hermila Galindo, viendo su ideal cumplido, aunque sin poder participar en las elecciones de 1955, las primeras en el país en que las mujeres pudieron votar y ser votadas. Pese a ello, su esfuerzo y lucha habían dado frutos en beneficio de las siguientes generaciones de mexicanas.
El artículo "Hermila Galindo y la revolución de las mujeres" del autor Ricardo Cruz García se publicó en Relatos e Historias en México número 125. Cómprala aquí.