Desde el pueblo de Akumal, Quintana Roo, la estatua de Gonzalo Guerrero parece desafiar el tiempo, contando sin palabras su historia. Vestido, peinado y tatuado como maya –aunque aún barbado– sostiene en su mano izquierda una lanza, mientras apoya la derecha de manera cariñosa sobre el rostro de uno de sus hijos, quien lo abraza de una rodilla. Atrás, su esposa Za’asil-Há amamanta al niño más pequeño y su hija juguetea con su otrora casco de guerrero español. Se encuentra, además, en postura de alerta, presto a defender a su familia de cualquier ataque y, asimismo, a la parte del mundo a la que ahora pertenece.
Antes de asimilar la cultura maya, Gonzalo Guerrero, originario del poblado de Niebla (cerca del puerto de Palos, España), era marinero y arcabucero de Carlos V. Había participado en la conquista de Granada y, dentro del nuevo continente, en la de Darién. Ahí fue compañero de Jerónimo de Aguilar y Juan de Valdivia, cuya misión, en 1511, consistió en viajar a la isla La Española a rendir informes. Ahí comenzaría la aventura que cambiaría drásticamente su destino.
El naufragio
Según escribe Diego de Landa en Relación de las cosas de Yucatán, las corrientes marinas desviaron la carabela cerca de la isla de Jamaica, donde tras la pérdida de la embarcación durante una tormenta, tan sólo una veintena de marinos logró salvarse a bordo de un batel (lancha de remos). Casi la mitad moriría de hambre y sed en el camino, mientras el resto lograría alcanzar la costa de la península de Yucatán (cerca de la actual reserva de Sian Ka’an). Ahí, débiles y hambrientos, no opusieron resistencia cuando los nativos los tomaron presos.
Para su fortuna fueron bien alimentados. Mas al poco tiempo, al darse cuenta de que algunos compañeros –incluyendo Valdivia– habían sido sacrificados, los restantes rompieron sus jaulas de madera y escaparon. Los prófugos llegaron a un lugar llamado Xamancona, donde el cacique Aquincuz los tomó a su servicio. López de Gómara en su obra Historia de la conquista de México, así como Cervantes de Salazar en su Crónica de la Nueva España, cuentan que Aguilar y Guerrero se distinguieron tanto por su participación en las guerras con las comarcas cercanas como por sus servicios, mientras que sus demás compañeros fallecieron, ya fuera por enfermedad, tareas pesadas o en combate. Aquincuz murió al poco tiempo y legó el cacicazgo a su hijo Taxmar, a cuyo cargo quedaron Jerónimo y Gonzalo.
Más adelante, para hacer una alianza con Chactemal (hoy Chetumal), Taxmar decidió “ceder” a Guerrero al cacique Nachancan. Ahí, Gonzalo continuó acumulando victorias bélicas hasta ser nombrado “nacom” (capitán) y casarse con una de las mujeres más importantes de la región: Za’asil-Há, también llamada Ix Chel Can.
Rescate frustrado
Pasó el tiempo hasta que, en 1518, Juan de Grijalva tuvo noticia de Jerónimo y Gonzalo al capturar a unos nativos de la zona. Por su parte, un año antes, Hernández de Córdoba había sido derrotado en Champotón (en el actual estado de Campeche) por indígenas que se turnaban para flechar y no tenían miedo ni a los caballos ni a los arcabuces; según Bernal Díaz del Castillo, habían sido asesorados por Guerrero.
En 1519 Hernán Cortés llega a Cozumel y se propone rescatar a los antiguos náufragos, enviando para ello cartas y regalos con mensajeros nativos. Éstos logran llegar hasta Jerónimo, a quien Taxmar otorga la libertad. Aguilar lleva esperanzado la noticia a Guerrero, pero él, de acuerdo con Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, le contesta:
Yo soy casado y tengo tres hijos, y tiénenme por cacique y capitán cuando hay guerras: idos con Dios, que yo tengo labrada la cara y horadadas las orejas. ¡Qué dirán de mí desde que me vean esos españoles ir de esta manera! Y ya veis estos mis hijitos cuán bonicos son...
De esta manera, los destinos de Aguilar y Guerrero se separaron; mientras el primero ayuda en la conquista de la Nueva España como intérprete, el segundo lucha contra ella.
Contra la conquista
Alrededor de 1528, Alonso Dávila y Francisco de Montejo se plantearon conquistar la península de Yucatán. Para ello, este último envía una carta a Guerrero pidiendo su apoyo a cambio de beneficios, la cual –según Fernández de Oviedo y Valdés en su Historia general de las Indias– es devuelta con una negativa escrita con carbón en el anverso.
Montejo decide entonces acercarse por mar y que Dávila lo haga por tierra. Guerrero, cual Ulises griego, comunicará con astucia a Dávila que la expedición de Montejo ha naufragado; y a Montejo, que la de Dávila ha perecido durante una celada. Ninguno de los dos se atreve a atacar por separado y es hasta 1531 cuando se encuentran. Al darse cuenta de la trampa, acuerdan continuar con su objetivo.
Primero desean imitar la técnica de Cortés buscando aliados, mas como éstos suelen fingir y volverse en su contra, Dávila ordena atacar frontalmente Chactemal. Para su sorpresa, se encuentra con la ciudad vacía; entra en ella ¡y los hombres de Guerrero lo rodean! Ahí queda encerrado algunos meses hasta que logra escapar a Honduras, donde Andrés de Cereceda, que tiene el proyecto de seguir colonizando las Hibueras, lo recibe.
Iniciador del mestizaje
Aunque la península yucateca estaba ahora casi libre de los conquistadores, Guerrero y sus aliados acuden al llamado de auxilio de los mayas de la región de Honduras, haciendo que Cereceda se repliegue. Éste, por su parte, es apoyado por Pedro de Alvarado, quien regresa de Guatemala. Corre ya el año de 1536.
En las inmediaciones del río Ulúa se produce una cruenta batalla y, finalmente, un tiro de arcabuz en el pecho hiere de muerte a Gonzalo Guerrero, quien cae cerca de unas albarradas. El hecho es consignado por Cereceda, quien lo reconoce como Gonzalo Azora (el apellido de Guerrero había sido cambiado por los mayas a Aroca, el cual fue traducido por los españoles como Azora), “el que andaba entre los indios en la provincia de Yucatán veinte años ha y más”, describiendo su figura como “labrada del cuerpo” y “en hábito de indio”.
Había tenido que escoger entre sus antiguos compañeros y los nuevos, representando así una unión singular entre dos mundos, cuya fusión produjo en su caso resultados muy diferentes a los de la Conquista. Asimismo, es recordado por ser el primero en procrear hijos mestizos dentro de una alianza reconocida y consentida. Tal vez, como dice Carlos Villa Roiz en su libro Gonzalo Guerrero. Memoria olvidada, su patria no fue la tierra en que nació, sino aquella por la cual luchó.
El artículo "Gonzalo Guerrero" de la autora Dhyana A. Rodríguez Vargas se publicó íntegramente en Relactos e Historias en México, número 60.