El juego político desplegado por las autoridades virreinales de Nueva España para hacer frente a la rebelión insurgente iniciada en 1810 implicó muchas veces acaloradas controversias entre los principales dirigentes del gobierno. Ello se vio claramente en el enfrentamiento que sostuvieron los generales Félix María Calleja del Rey y José de la Cruz luego de separarse en Guadalajara en 1811, el cual se agravó cuando el primero asumió el cargo de virrey en 1813. Las desavenencias se tensaron a partir de los tratos mutuos y se atizaron por la personalidad y el ego de cada uno, que no congeniaron desde que se conocieron. Los problemas tras el nombramiento de Agustín de Iturbide como comandante de Guanajuato significaron un episodio más de su larga disputa por el poder novohispano.
El origen del antagonismo
Al momento de iniciarse el movimiento de independencia en Nueva España, Calleja llevaba residiendo en el reino poco más de veinte años, en los que había desempeñado actividades militares en Puebla, Nueva Galicia, las Provincias Internas de Oriente, así como en San Luis Potosí, donde contrajo matrimonio con Francisca de la Gándara, hija de uno de los personajes más acaudalados de dicha provincia.
Al recibir noticias del levantamiento en el Bajío, el 19 de septiembre de 1810, Calleja se encontraba en su hacienda de Bledos e inmediatamente comenzó a planear la estrategia contrainsurgente con la que enfrentaría a las tropas rebeldes, antes incluso de recibir órdenes de hacerlo. Creó el Ejército del Centro, que se conformó de las tropas de Puebla al mando de Manuel de Flon y de los contingentes que reunió en San Luis Potosí el propio Calleja, para salir el 24 de octubre con su ejército rumbo a Dolores, con el fin de acabar con el “brote levantisco”.
Por su parte, en vísperas del Grito del cura Miguel Hidalgo, llegó a Ciudad de México el nuevo virrey, Francisco Xavier Venegas, quien venía acompañado de un nutrido grupo de experimentados oficiales peninsulares, entre ellos Torcuato Trujillo y José de la Cruz, quienes fueron enviados a combatir la rebelión en Monte de las Cruces el 30 de octubre. Posteriormente, ambos se dirigieron Huichapan, donde De la Cruz quedó al mando del Ejército de Reserva, en tanto que Trujillo fue nombrado su segundo, y su misión fue poner freno a la gavilla de Julián Chito Villagrán.
Pero el objetivo ulterior de “José del Diablo” sería coordinar sus labores contrainsurgentes con las de Calleja, quien tenía planeado que el Ejército de la Derecha avanzara desde Querétaro para encontrarse con él en Guadalajara hacia el 15 de enero siguiente, mientras el propio Calleja iría por Lagos hacia Aguascalientes para así cerrar la pinza.
Sin embargo, el plan no pudo ejecutarse al pie de la letra, ya que fuerzas rebeldes retrasaron el paso de De la Cruz, primero presentándole batalla en Acámbaro (en el actual Michoacán) a finales de diciembre, y después en Urepetiro, en las cercanías de Zamora, el 14 de enero, lo que provocó una demora definitiva que lo privó de combatir el 17 de enero en Puente de Calderón (Jalisco), cuando las fuerzas de Hidalgo fueron devastadas y dispersadas por el Ejército del Centro.
El resultado tuvo una doble consecuencia: por un lado, los insurgentes comenzaron a ir cuesta abajo y sus dirigentes encontrarían el último suplicio algunos meses después, en tanto que Calleja se llevó él solo todo el crédito por el triunfo, ya que en las acciones había muerto De Flon, el conde de la Cadena.
El primer encuentro
El 19 de enero de 1811, Calleja hizo su entrada triunfal a la ciudad de Guadalajara y recibió todas las odas, vivas y felicitaciones, en tanto que dos días después De la Cruz vivió un panorama muy diferente, en total discreción y sin solemnidad alguna. Fue ahí donde estuvieron por primera vez cara a cara, a pesar de haber entrado en comunicación epistolar anteriormente. Tras el encuentro, conciliaron que el Ejército de la Derecha fuera a liberar San Blas de la influencia del cura José María Mercado, en tanto que el del Centro y Calleja se encargarían de fortalecer y reorganizar la capital de Nueva Galicia.
Ambos oficiales no se volverían a encontrar, pues cuando De la Cruz volvió a Guadalajara el 23 de febrero, Calleja ya había salido hacia San Luis Potosí. No obstante, en adelante la relación entre ellos sería cada vez más ríspida, pues mientras el primero fue obteniendo victorias en Nueva Galicia, lo cual le valió mayor simpatía por parte del virrey Venegas, el segundo empezó a distanciarse del virrey debido al desacuerdo que tenían en relación con la forma de enfrentar la rebelión, pues Calleja consideraba que todos los comandantes regionales debían supeditarse a él.
La situación de De la Cruz como comandante general e intendente interino de Nueva Galicia se tornó complicada, pues, salvo el caso de Pedro Celestino Negrete, desconfiaba de todos sus oficiales, además de que desconocía el terreno que defendía debido a su reciente llegada. Esta desventaja se mostró cuando un grupo de indios se posesionó de la isla de Mezcala y solo pudo vencerlos una vez que buscaron negociar cuando se habían acabado sus recursos. Además, su precaria situación económica se agravó luego de que, a principios de 1813, le fueron encargadas las provincias de Guanajuato y Valladolid de Michoacán, pues sus tropas no le eran suficientes.
Sin embargo, en marzo de ese mismo año llegaría una medida ordenada por las Cortes de Cádiz que cambiaría el devenir de la guerra y la conflictiva relación entre dichos personajes.
La manzana de la discordia
El 4 de marzo de 1813, el brigadier Félix María Calleja asumió el cargo de virrey, gobernador y capitán general de Nueva España, tras lo cual se dedicó a reestructurar el sistema defensivo militar, concentrando sus esfuerzos en dos puntos de fundamental interés: Puebla en el “sur” y Guanajuato en el “norte”. El objetivo de esta reforma era, ciertamente, contener a los rebeldes, pero aún más importante resultaba proteger ciertas ramas de la economía, para lo cual ambas regiones eran primordiales. Era el caso de los convoyes y las cargas de tabaco enviadas a Ciudad de México desde el puerto de Veracruz a través de Puebla, además de los productos agrícolas y las cargas de plata que llegaban de Zacatecas, San Luis Potosí y Guanajuato por el camino que iba de Querétaro hacia la capital novohispana.
Para implementar esta iniciativa, Calleja encargó la defensa de Guanajuato a un todavía joven oficial: el coronel Agustín de Iturbide. Este miliciano vallisoletano se había desempeñado en la región del Bajío, donde acumuló suficiente experiencia para justificar su designación; sin embargo, tal decisión traería consigo el conflicto entre José de la Cruz y el nuevo virrey.
Pero primero veamos cuál fue la justificación de Calleja para el nombramiento de Iturbide. En ese momento había una urgencia monetaria en Nueva España y el nuevo gobierno trató de sanearla por medio del reacomodo de las jurisdicciones militares, que deberían proteger los recursos mineros, agrícolas, argentíferos y textiles del Bajío. En la Gaceta del Gobierno de México del 29 de abril de 1813, se declaró este cambio en los términos siguientes:
“Para premiar los servicios del teniente coronel don Agustín de Iturbide, [el virrey] ha venido en conferirle el empleo efectivo de coronel comandante del Batallón Provincial de Infantería de Celaya, que deberá organizarse según el nuevo reglamento, nombrándole al mismo tiempo comandante de todas las tropas del Bajío y de la provincia de Guanajuato.”
El nombramiento y ascenso seguramente se confirieron a modo de recompensa por la victoria que Iturbide había obtenido sobre los hermanos López Rayón en Salvatierra. Sin embargo, es difícil pensar que solo se debiera a este hecho, pues la situación cambiante de la región demandaba a alguien capaz y que conociera el territorio, e Iturbide era el idóneo. En los primeros años de la guerra se había encargado de defender esa zona y combatir a los rebeldes que persistían en ella, como los hermanos Francisco y Albino García, a quienes derrotó y fusiló en junio de 1812 en Valle de Santiago. Además, había triunfado sobre los miembros de la Suprema Junta Nacional Americana, José María Liceaga y José María Cos, derrotados en octubre del mismo año en Yuriria.
La coyuntura se prestó para el nombramiento, ya que en Iturbide concurrían “prudencia, conocimientos prácticos del territorio respectivo, experiencia de sus vecinos y proporcionadas facultades”, según Calleja. No obstante, como habíamos señalado, De la Cruz estaba encargado del cuidado de Guanajuato y Michoacán, de modo que los nombramientos del virrey a Iturbide en Guanajuato y Diego García Conde en Michoacán, además de restarle un par de oficiales que se habían ganado su confianza, disminuía sus facultades al arrancar de su jurisdicción dos provincias de las que habría podido obtener algunos recursos.
Pero si algo molestó a José de la Cruz, agravando el conflicto entre los comandantes, fue que Calleja pasara por alto el protocolo institucional de la jerarquía militar, en el que se debía notificar cualquier cambio directamente al comandante general y no solo hacerlo a través de los subordinados, como lo verificó el virrey. En consecuencia, De la Cruz presentó su renuncia ante las autoridades militares españolas y, refiriéndose seguramente a Calleja, señaló que “un jefe supremo, aunque no reúna la gran autoridad de un virrey para perjudicar, trastornar y aún hundir a cualquiera subalterno suyo, sí quiere hacerlo y tiene interés en ello”. Sin embargo, la dimisión finalmente no prosperó.
¿Quién era el brigadier José de la Cruz?
Originario de un pequeño pueblo cercano a Salamanca (España), de nombre Arapiles, José de la Cruz Moya (1786-1856) fue un militar que estudió en la Universidad de Salamanca, de la que se apartó una vez que comenzaron los conflictos en la península a causa de la invasión napoleónica en 1808. Formó parte del Regimiento de Infantería de Línea de Valencia, donde ascendió desde el grado de sargento hasta el de coronel, y finalmente al de brigadier una vez que llegó a Nueva España, en 1810, como parte de la guardia del virrey Francisco Xavier Venegas.
Sus acciones dentro de la contrainsurgencia fueron calificadas por todos sus contemporáneos como implacables y sangrientas, ya que aplicó un rigor excepcionalmente severo al castigar a los rebeldes novohispanos, a tal grado que el mismo Félix Calleja en varias ocasiones lo exhortó a tener mayor templanza. Se enfrentó a Miguel Hidalgo e Ignacio Allende en Monte de las Cruces y, si bien no llegó a tiempo para combatir en Puente de Calderón, quedó a su mando, de manera provisional, la intendencia de Nueva Galicia, así como la audiencia de Guadalajara desde febrero de 1811.
Fiel a la Corona española, entre mayo y junio de 1821 tuvo que salir de Guadalajara con rumbo a Durango, debido a su reticencia a unirse al incontenible movimiento trigarante. Allí tuvo que capitular ante su otrora subalterno Pedro Celestino Negrete a finales de agosto, tras lo cual salió del virreinato con rumbo a España.
Una vez de regreso en la península, justo después de concluido el trienio liberal, fue reconocido con el cargo de ministro de Guerra en dos ocasiones entre 1823 y 1826, luego de lo cual fue a la cárcel y al destierro a causa de algunos conflictos políticos. Pudo volver y fungir como ministro interino de Marina en 1833, cuando murió Fernando VII, e integró el Consejo de Regencia como suplente por orden del mismo rey. En 1845 partió nuevamente al exilio en Francia, donde murió en 1856 a los setenta años.
Félix María Calleja del Rey
Nació en el poblado Medina del Campo, en Valladolid, España, el 1 de noviembre de 1753. Desde muy joven se dedicó a la carrera de las armas y llegó a la Nueva España en 1789, junto con Juan Vicente de Güemes, conde de Revillagigedo. En estas tierras pasaría casi treinta años, durante los cuales llegaría a ser capitán general, la principal espada del ejército realista contra la insurgencia, así como virrey de 1813 a 1816. Durante su mandato enfrentó a los rebeldes hasta reducirlos a pequeños grupos aislados.
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