Muchos de los pacientes pasaron por tormentos antes de ser diagnosticados como locos, ya que les realizaban sangrías, trepanaciones y otros tratamientos de la época.
Una vez instalados dentro del recinto, y como el mal era provocado por la cantidad desmedida de humor negro, las curaciones procedían a efectuarse con la aplicación de vómitos inducidos, así como del suministro de purgantes y de sangrías que permitirían expulsar dicho humor del cuerpo. Al ser un recinto especialmente regido por el clero, tampoco se dejaba de lado la fe, por lo que los tratamientos se completaban con la asistencia puntual de los aquejados a misa y con el cumplimiento de rezos y penitencias para la expiación de los pecados. Así, los encargados del manejo médico de los enfermos y de realizar las prácticas de curación y mantenimiento eran propiamente los miembros de la orden de San Hipólito, mientras que los que se encargaban de la limpieza y del acarreado de materiales podían ser esclavos o delincuentes obligados por las justicias locales a realizar este servicio como condena.
Si bien entre los residentes del hospital existió una separación según el grupo étnico al cual pertenecía cada individuo, también había una clasificación entre ellos con parámetros estrictamente clínicos. Por un lado se encontraban los “dementes”, o quienes presentaban un claro signo de la pérdida del juicio –la locura en sí misma–; por el otro se hallaban los “fatuos” o sujetos simples, brutos, que no discernían ni distinguían por su ignorancia (un poco acercado a la idea sobre los gentiles de regiones de España como Galicia y Vizcaya).
También estaban “los inocentes” o “atrasados mentales”, quienes generalmente eran sacerdotes decrépitos y ancianos cuyas actitudes y pensamientos se habían vuelto infantiles; “los locos furiosos” o el sujeto enojado y colérico, que sin considerar lo que hacía resultaba violento y peligroso, por lo que eran mantenidos en jaulas para evitar que causasen daño a los demás; “los lunáticos”, que tenían periodos irregulares de racionalidad, ligando su estado mental a antiguas supersticiones en torno a la influencia maligna de la luna; y finalmente, “los hipocondríacos”, cuyos síntomas rayaban en el histerismo.
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Lunáticos… y no tanto