La tradición del San Lunes permitía la convivencia de dueños de talleres y fábricas, obreros, albañiles, empleados de oficina y otros trabajadores durante el fin de semana, para luego sobrellevar la juerga o la crudez este día. En varios países, el San Lunes se asentó como una costumbre que condicionó la dinámica laboral. En Inglaterra, por ejemplo, algunas oficinas decidían comenzar la jornada semanal el lunes en la tarde o de plano el martes, debido al ausentismo de sus empleados.
Si algo ha levantado una profunda crispación social en distintos entornos, pero también gozado de una extendida aceptación, ha sido el consumo de alcohol, sobre todo por su relación con ocasiones celebratorias y festivas, o simplemente como mecanismo de socialización. Decretos y leyes desde las tribunas políticas, condena moral tras el púlpito, discusiones y dramas en las mesas familiares, estudios investidos de rigor científico, plumas en la prensa y más han intentado aminorarlo, condenarlo y hasta erradicarlo al considerarlo “una lacra social”, como ocurrió en la segunda mitad del siglo XIX mexicano, aunque generalmente sin éxito. Pero entre sus consecuencias, el colmo para muchas de estas voces fue el arraigo del popular San Lunes, siempre misericordioso para los crudos.
En esta misma época –incluso desde tiempos novohispanos–, ser borracho fue sinónimo de vagancia, ocio o conflicto, tanto a nivel familiar como comunitario. Habitual fue también la presencia de centros de consumo de bebidas embriagantes alrededor de los lugares de trabajo. De ahí que, tanto para los cercanos como para los empleadores, el alcohol fue un conflicto constante. Aunado a ello, solía estimarse que las personas, bajo el influjo del trago, protagonizarían conductas inconvenientes para la moral pública, estuvieran o no dentro de estos espacios de sociabilidad. Pero, por otra parte, la producción de bebidas embriagantes no cejaba, al igual que la presencia de dichos lugares cuya propagación dificultó su vigilancia y regulación. Afectaba también la condición simbólica o identitaria de algunas bebidas estimulantes consideradas típicas en algunas regiones.
Hacia la segunda mitad del siglo XIX, con el auge del industrialismo y las implicaciones sociales, culturales y legales que produjo, más la acumulación de condiciones favorables para el consumo de alcohol en México como las antes mencionadas, el San Lunes iba encontrando los resquicios para reafirmarse como una práctica recurrente. Así las cosas, para quienes eran los dueños, el faltar a su negocio uno que otro lunes después de un fin de semana de juerga bien pudo suponer la pérdida de la ganancia en el que para algunos era la jornada laboral más importante de la semana, aunque para otros solo quedó en la costumbre de que ese día el susodicho no estaba disponible para recibir a los clientes, empleados o proveedores.
Pero para quienes respondían a los órdenes de un superior, en un tiempo en el que no todos los contratos laborales se regían ya por acuerdos de palabra o por los usos y costumbres, sino por leyes y sanciones, el problema escalaba porque implicaba desde la desobediencia de los subordinados, hasta el entorpecimiento de las actividades productivas, pasando incluso por el rechazo a la sujeción laboral, la inconformidad ante las condiciones laborales o la manifestación de una cierta “libertad” frente al control normativo de los patrones. Hubo también obreros y albañiles cuya jornada de trabajo se extendía más allá del vienes, por lo que el tiempo que les quedaba para ponerse cuetes era el resto del fin de semana, quedando indispuestos y perezosos frente a sus responsabilidades.
Por esto y más también es que el San Lunes no solo era falta de apego al trabajo este día y contó lo mismo con detractores que con simpatizantes. Por ejemplo, en su tomo dedicado a la vida social durante el Porfiriato, el historiador Moisés González Navarro refiere que el periodista católico Trinidad Sánchez Santos aduce que el combate a esta costumbre debía ser algo prioritario, por ser “esa vagancia obligatoria, especie de institución báquica, criada por ese desorden gástrico a que los ebrios mexicanos llaman crudez, y crecida al abrigo de la debilidad de los patrones, y el abuso de nuestras libérrimas leyes, institución que es el núcleo del alcoholismo en México y que tiene por total reglamento el despilfarro en un día de todo el producto del mezquino y macilento trabajo de la semana”.
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¡Bendito San Lunes!