“Apenas se iniciaban los trámites para reformar la Constitución, y ya Vasconcelos buscó adquirir, reconstruir y reparar los viejos edificios existentes, necesarios para la obra educativa”.
Fue difícil para México encontrar el proyecto educativo nacional que diera coherencia a la tarea de educar al conjunto de los habitantes del país. Por eso fue importante la creación de la Secretaría de Educación en 1921 cuando el panorama era desolador por el caos previo en la organización de la enseñanza. Recuérdese que el Primer Jefe Venustiano Carranza suprimió la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes creada por Justo Sierra, en 1917, cuando se transformó en las siguientes direcciones generales: Bellas Artes, Enseñanza Técnica, Educación Pública y la Universidad Nacional. La tarea de los liberales de tener un pueblo educado era, al comenzar el siglo XX, una asignatura pendiente si el 80 por ciento de la población se mantenía analfabeta.
El caos educativo
El panorama no era alentador debido al desorden administrativo porque la enseñanza primaria era impartida por los municipios; es decir, lo legislado no contemplaba la federación que estaba a cargo de la educación superior, de la Escuela Nacional Preparatoria y de las escuelas profesionales. Y, sin embargo, la organización no importaba tanto si la mayor discusión se dio en lo ideológico desde el siglo XIX, cuando la mayoría de los debates sobre la educación se hacía en tal ámbito, y no fue poco que desde entonces se impuso la idea de su carácter laico y de la separación de la Iglesia porque debía caer en la órbita exclusiva del Estado. Además, los liberales la consideraron fundamental en la búsqueda de la igualdad y de la justicia porque su ejercicio facultaba la existencia de los ciudadanos.
Los aprendizajes educativos no fueron encaminados solo a la sociedad, el Estado que se formaba luego de la Revolución mexicana debía igualmente aprender a conducir el proceso hacia la formación del hombre nuevo que pregonaba; es decir, el hombre educado. Así, la creación de la Secretaría de Educación dio las bases del orden requerido para alcanzar esa encomienda y no fue nada fácil por la desorganización que prevalecía. Cuando Carranza canceló la Secretaría de Instrucción y Bellas Artes se debió a la consideración de lo innecesario de una secretaría si los municipios estaban a cargo de la educación elemental. Además, prevaleció la sensibilidad política de no usurpar funciones de los estados federales, cuando los desacuerdos fueron fuente de constantes conflictos.
Por eso la justificación ya en 1921 fue que la federalización de la enseñanza era necesaria en términos administrativos sin afectar la soberanía de los estados; por lo tanto, podían legislar dentro de su territorio, pero la nueva secretaría podía hacerlo en toda la República. No era sencilla la tarea que asumió José Vasconcelos en un ambiente especial porque la discusión del legislativo se dio en el contexto de un gobierno que apenas se formaba. El general Álvaro Obregón asumió la presidencia apenas disipado el olor a pólvora de la Revolución mexicana. Y el presidente debía también conducir las fiestas del centenario de lo que comenzó a llamarse la Consumación de la Independencia de México, impulsada por los periodistas y algunos intelectuales.
Los actos de rebeldía y constantes movilizaciones de los estudiantes marcaron todo el periodo en que dominó políticamente Venustiano Carranza, primero como Jefe del constitucionalismo y luego como presidente. Él estuvo orgulloso de las actividades estudiantiles, de sus constantes movilizaciones, su presencia por el llamado Barrio Universitario cuya vida giró no solo en relación al comercio, sino al de las escuelas de Ingeniería, Jurisprudencia, Medicina y de la Escuela Nacional de Preparatoria. Su entusiasmo mostraba que podía organizarse la vida estudiantil en toda la República como sucedía en el Distrito Federal. Sin embargo, organizar la educación elemental no era lo mismo que la educación superior, por eso la Universidad Nacional debió involucrarse en el proyecto que se conformaba.
Los estudiantes, entre Carranza y Obregón
Cuando Vasconcelos fue nombrado rector por Adolfo de la Huerta el 4 de junio de 1920, hubo previamente una huelga estudiantil con una demanda determinante: que la Preparatoria Nacional dejara de ser administrada por el Distrito Federal y pasara a formar parte de la Universidad. Cuenta Alejandro Gómez Arias en Memoria personal de un país (Grijalbo, 1990) que a partir de entonces se dio una proyección diferente y desaparecieron los cursos libres que se impartían en el edificio de la calle de Licenciado Verdad porque solo asistían unos cuantos que podían revalidar sus estudios preparatorianos si deseaban entrar en la Universidad.
El asesinato de Carranza les pareció abominable a los jóvenes de esa generación, independientemente del juicio que se hubieran formado de él como gobernante. Y hay que recordar cómo hizo lo posible para que los estudios universitarios continuaran aún en los momentos más álgidos de la contienda armada, sobre todo en sus ausencias de la capital y trasladado su gobierno a Veracruz. El pasado de Vasconcelos lo corroboraba si venía precedido por sus antecedentes revolucionarios, por su filiación maderista y por tanto, antirreleccionista, así como por su cargo de secretario de Instrucción en el gobierno de la Convención. Intelectualmente se le señalaba ya como el autor de Prometeo y su oposición a la filosofía de Gabino Barreda en su conferencia del Ateneo, cuyo prestigio era muy reconocido. Dio voz a la rebeldía contra el precario positivismo que regía entonces.
Pronto el sentimiento respecto a Carranza se diluyó con el carisma de Álvaro Obregón, proclive a la violencia, contrastó con los hombres que le acompañaron en su gobierno que destacaron en la celebración del Centenario de la Independencia, por el impacto cultural internacional buscado, que reunió a varias personalidades de las artes y de la literatura. Aunque en la celebración se notaba la improvisación, el prestigio de México debido a la primera revolución se reforzaba con el proceso de institucionalización que tenía lugar.
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Carlos Martínez Assad. Doctor en Sociología Política por la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de la Universidad de París. Investigador emérito de la UNAM y del SNI. Recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en 2013. En 2012 fue distinguido por el INEHRM con el Premio a la Trayectoria en Investigación Histórica sobre la Revolución Mexicana “Salvador Azuela”. Ha coordinado los volúmenes La ciudad cosmopolita de los inmigrantes (2012) y De extranjeros a inmigrantes en México (2008), y es autor de En el verano, la tierra (2014), La Ciudad de México que el cine nos dejó (2010), La Patria en el Paseo de la Reforma (2005), Laboratorio de la Revolución: el Tabasco garridista (2004), Memoria de Líbano (2004) y Los sentimientos de la región (2001), entre otros libros.
El origen de la libertad de cátedra en la fundación de la SEP y en la autonomía universitaria