El motín de 1692 y la destrucción del palacio virreinal

Gerardo Díaz

¡Señor, tumulto! fue la expresión que un criado gritó a Carlos de Sigüenza y Góngora la tarde del 8 de junio de 1692, mientras una muchedumbre se conglomeraba en la actual Plaza de la Constitución, coreando con impresionantes gritos ¡muera el virrey!, ¡muera la virreina!, ¡muera el corregidor!, ¡mueran los españoles!, ¡muera el mal gobierno!

 

El prestigioso intelectual novohispano no daba crédito a lo que veía. Desde su posición favorecida conocía de la problemática de los alimentos en la capital del virreinato, pero nunca experimentó antes la reacción de una turba de cerca de diez mil hombres al respecto. El hambre, frustración e incertidumbre provocadas por la carestía de maíz de aquel año rompió todo límite en los manifestantes. Fue la primera gran rebelión de los novohispanos, quienes emitieron frases que únicamente se reproducirían por una cantidad similar de gargantas hasta el movimiento insurgente que inició en 1810.

La muchedumbre lanzó una lluvia de piedras sobre el actual Palacio Nacional, habitado en aquel entonces por la máxima autoridad: el virrey. Los inconformes ahí reunidos esperaron una atroz respuesta de la guardia. No la hubo. Esta se encontraba con poca munición. El virrey y su séquito estaban fuera. Los manifestantes intuyeron el temor e impotencia de sus defensores.

Entonces comenzó a observarse humo. A don Carlos le estremeció cuando “determinaron ponerle fuego a Palacio por todas partes y, como para esto les sobraba materia en los carrizos y petates que, en los puestos y jacales que componían, tenían a mano, comenzaron solos los indios e indias a destrozarlos y a hacer montones, para arrimarlos a las puertas y darles fuego; y en un abrir y cerrar de ojos lo ejecutaron”.

El otro gran poder de la época, la Iglesia, quiso intervenir. El mismo Sigüenza y Góngora notificó al arzobispo de lo que sucedía. Este hizo su aparición en la plaza lo más solemne posible, pero “sin respeto a la Cruz que veían y acompañada de solo clérigos, nos disparaban piedras, se volvió Su Señoría y cuantos le acompañamos a paso largo”.

La protesta no germinó una rebelión generalizada en el virreinato. La mano fuerte de la monarquía se dejó ver una vez que se organizaron los hombres de armas, pero la ciudad experimentó las consecuencias de abandonar a los súbditos de menos recursos. Actualmente el llamado Zócalo continúa siendo un elemento imprescindible de protesta. Un espacio que, al igual que en 1692, es un indicador de las problemáticas entre autoridades y ciudadanos.

 

Si desea leer el artículo completo, adquiera nuestra edición #163 impresa o digital:

“Vida cotidiana en Nueva España”. Versión impresa.

“Vida cotidiana en Nueva España”. Versión digital.

 

Recomendaciones del editor:

Si desea conocer más historias sobre la vida cotidiana en el Virreinato, dé clic en nuestra sección "Vida Novohispana”.

 

Title Printed: 

El motín de 1692 y la destrucción del palacio virreinal