El gran palacio de la pelota vasca

Gerardo Díaz

La velocidad y pericia de los practicantes de la pelota vasca y sus diferentes variantes conquistaron la capital de la República desde finales del Porfiriato. Los espacios para observarlos resultaron insuficientes una vez estabilizado el país tras la Revolución.

 

Los creadores de los deportes populares son sus jugadores. Entre mayor habilidad y destreza demuestren en el juego, mayor será la cantidad de personas que acudan al espectáculo. En ese sentido, la velocidad y pericia de los practicantes de la pelota vasca y sus diferentes variantes conquistaron la capital de la República desde finales del Porfiriato. Los espacios para observarlos resultaron insuficientes una vez estabilizado el país tras la Revolución.

En 1929 el presidente Emilio Portes Gil fue invitado a inaugurar el Frontón México. Un espacio de dimensiones espectaculares que albergaba butacas y cancha techada. Su arquitectura, diseñada por el arquitecto Joaquín Capilla y el ingeniero Teodoro Kunhardt, estaba enfocada en lo funcional y en que los sentidos se enamoraran desde el primer vistazo. La delicia del momento. El art déco en su esplendor. Desde el brillo del mármol utilizado en la fachada y los pisos, hasta el domo que cubría el restaurante, dando un ambiente cálido a un lugar que llegó a ser fatídico.

Y es que tanta elegancia tenía que ser sostenida económicamente. En ese sentido el Frontón México era una maquinaria de la apuesta. Empresarios, políticos y actores de renombre. Todo aquel que tuviera buen capital acudía a realizar “inversiones” fuertes. Era demostrar un estatus económico. En los espacios para estacionarse era normal observar los vehículos de lujo, así como personas que con el tiempo olvidaron el gusto por observar el juego y lo reemplazaron por su propia gloria personal de aumentar la fortuna o irse a la bancarrota.

Durante años el Frontón México fue sinónimo de los mejores jugadores de pelota vasca y engalanó competencias de importancia internacional, como los Juegos Olímpicos. La versatilidad del recinto permitió alojar otros eventos, como combates de box.

La mejor supervisión de las apuestas, el costoso mantenimiento del inmueble y la llegada de otros entretenimientos hizo que el espectáculo de la pelota vasca y sus variantes decayera. Poco importaba ya el pequeño esférico zumbando a más de doscientos kilómetros por hora. Del frontenis quedaban solo recuerdos y muchos de sus practicantes adinerados prefirieron hacer su cancha en casa y los más humildes regresar a los orígenes, es decir, a las canchas populares.

El palacio de la pelota vasca sigue en pie, pero la esférica que le dio vida dejó ya de latir.

 

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