Durante los primeros años de vida novohispana en la vetusta Antequera, hoy Oaxaca, el suministro de agua no fue del todo eficiente, pese a estar rodeada por los ríos Jalatlaco y Atoyac. Prácticamente durante dos siglos hubo varios intentos por construir un ducto que solventara las necesidades del líquido a la población. Del último de ellos subsisten los restos arqueológicos y, con ayuda de mapas actuales y de otros siglos, es posible reconstruir su trayecto definitivo.
El objetivo del proyecto final del acueducto iniciado en 1722 fue únicamente transportar agua desde el poblado de San Felipe, en el cerro homónimo, al norte de la ciudad, hasta lo que en aquellos años fue uno de los límites de Antequera: el templo del Carmen Alto; una de las esquinas de este recinto tenía una fuente que almacenaba el líquido, marcando así el punto último del recorrido.
Para su distribución por las calles del centro oaxaqueño, fue construido un sistema hidráulico conformado por nueve canales conectados a la caja del Carmen, más once de manera indirecta. De esta forma, hacia 1848 alimentó, por lo menos, a veintitrés aljibes públicos y veinticuatro privados, según un mapa del ingeniero Antonio Conde Diebitsch, elaborado por orden del entonces gobernador Benito Juárez. Así, la imagen urbanística de la ciudad estuvo acompañada hasta principios del siglo XX por corrientes de agua artificiales, unas a cielo abierto y otras semisubterráneas.
De toda esa red hidráulica, las fuentes que subsisten se encuentran prácticamente secas y los ductos han quedado sepultados por el pavimento; en cuanto a los aljibes, si acaso existen los del Jardín Etnobotánico, que fue la huerta del convento de Santo Domingo de Guzmán. Respecto al acueducto, todavía es posible apreciar con claridad algunos de sus tramos sobre la avenida que sube a San Felipe, a partir de la antigua hacienda de Aguilera. En tanto que la famosa “Cascada de Xochimilco” permanece en pie, aunque “decorada” con grafitis y en total abandono.
Trabajos previos
El extenso sistema hidráulico que existió en Antequera fue construido a paso lento y con la ayuda de los pobladores, desde ayudantes hasta maestros canteros especializados en el mamposteo.
Los primeros trabajos para llevar agua a la ciudad virreinal datan de 1544, cuando los habitantes finalizaron la construcción de un incipiente canal para transportarla desde la sierra a una fuente en el centro, según la Relación de Bartolomé de Zárate que data de ese mismo año. A ella acudían los vecinos más próximos y de la periferia. Al poco tiempo se dañó y, desde España, la Corona ordenó a los indios de la comarca reparar el caño en virtud de que ellos también se beneficiaban del líquido.
En 1570 el alcalde mayor Juan Gallego aprovecharía la existencia de unos molinos hidráulicos alimentados por el río Jalatlaco, en la misma comunidad, para conducir agua hacia la ciudad. Al parecer esto no fue posible, o no del todo, ya que en 1572 el cabildo realizó un convenio con unos maestros canteros para la construcción del canal, debido a que el existente se encontraba roto y no contaba con un depósito suficiente para almacenar el líquido. En dicho documento se establecieron las características y materiales de construcción; también se estipuló que las autoridades otorgarían cuarenta indios peones conforme se fueran necesitando.
Transcurrieron así muchos inconvenientes durante los siglos XVI y XVII. Fue hasta 1722 que el cabildo emprendió la construcción del proyecto final del ducto en la plaza de la iglesia de San Felipe. Es posible inferir que se retomaron los trabajos previos, sobre todo el desvío de agua para los molinos. Estos se mencionarían nuevamente en un mapa de 1726, en el que se aprecia un fragmento del trazo inicial, seguido de la frase “por aquí quiere traer el agua la ciudad”.
Proyecto final
Gracias a los recorridos que realicé en Oaxaca en 2018, me fue posible encontrar el punto inicial del acueducto. Su trayecto total cubre aproximadamente seis kilómetros, iniciando en las faldas del cerro San Felipe, del que se decía que “es el más alto que llegando las embarcaciones a la ciudad de la Nueva Vera Cruz se ve desde el mar”,1 cerca del actual Camino al Vivero, donde existieron cajas de agua para almacenar parte del río Jalatlaco y encauzarlo sobre los primeros canales de mampostería semisubterráneos.
De allí, el líquido descendía frente a la iglesia de San Felipe, prácticamente de norte a sur y en línea recta, hasta la Media Naranja, una especie de cilindro de piedra dividido en dos por un muro; este estanque visto desde arriba parece una naranja partida a la mitad, de ahí su nombre.
A pocos metros se construyó la famosa arquería monumental de la que resaltan sus robustas columnas; es conocida como la Cascada de Xochimilco, por el barrio donde se localiza, aunque en su momento también se le llamó Cascada de San Bernardo debido a una pequeña capilla homónima que existió a un costado, según un plano de la ciudad de 1777.
Cabe destacar que por atravesar un río y ubicarse al borde de una barranca, las columnas fueron reforzadas con tajamares, basamentos de piedra en forma de cuchilla para romper la corriente de agua y reducir el empuje de esta a los pilares.
Una segunda arquería fue construida metros adelante con el objetivo de atravesar un pequeño río que desembocaba en el de Jalatlaco, para después emprender su último recorrido con el tercer tramo de 35 arcos, donde existió un ramal sobre la actual Plaza de la Cruz de Piedra que distribuía agua a una fuente pública de Paseo Juárez o El Llano.
Después de la última arquería, en el cruce con la calle Cosijopí, se desprendía un ramal que alimentaba a un aljibe en una esquina del hoy Jardín Carbajal, donde se incorporaba a un ducto a cielo abierto que descendía por la actual vía Macedonio Alcalá, hasta integrarse a la fachada del Portal de Mercaderes.
El líquido concluía su trayecto en la fuente del templo del Carmen Alto, donde se puede leer la frase: “Se acavo (sic) esta obra 6 de marzo del año de 1751”; con ello, se estima que la duración de los trabajos fue de veintinueve años.
Agua para la ciudad
La caja de agua antes mencionada quizá era la más importante, ya que, si bien marcaba el punto final del acueducto, fue también el de partida de nueve ramales que distribuían el agua de la siguiente manera:
Tres canales se dirigían al oriente. Uno de ellos conectaba directamente con el convento de Santo Domingo; el segundo rodeaba a dicho templo para depositar el agua en un aljibe a unos metros del edificio; el tercero, llegando a la calle Macedonio Alcalá (se usan nombres actuales en todos los casos), depositaba el agua en la esquina de la iglesia Sangre de Cristo, aljibe del cual se desprendían dos subramales: uno con rumbo a la catedral y otro con destino a la iglesia de San Francisco de Asís.
Tres ductos más descendían sobre la calle García Vigil. Uno de ellos era a cielo abierto; debido a esta particularidad, al pasar frente a la catedral existían dos pequeños puentes peatonales y siete más de cara a la Plaza Mayor. Los otros dos corrían de manera subterránea para repartir agua en la fuente de la Plaza Mayor y en la Alameda de León.
Finalmente, otros tres apantles salían en dirección al poniente por la calle Jesús Carranza; atravesando Porfirio Díaz, uno descendía sobre Tinoco y Palacios para terminar en la fuente de la iglesia San Felipe Neri; los otros dos suministraban a la Basílica de Nuestra Señora de la Soledad.
Esta publicación es solo un extracto del artículo "Agua para Oaxaca" del autor P. Israel Hernández Ortega, que se publicó íntegro en Relatos e Historias en México número 127. Cómprala aquí.