El genocidio camboyano en el régimen de terror de Pol Pot

Campos de la muerte

Ricardo Cruz García

Mientras los Jemeres Rojos llegaban al poder en Camboya, en Vietnam del Norte enfrentaban el final de la guerra contra Estados Unidos, cuyo ejército resultaría derrotado en medio del rechazo popular a la invasión y cuestionamientos sobre los cuantiosos recursos materiales y humanos utilizados.

 

Para mediados de los años setenta, Camboya vivía una guerra civil de amplias dimensiones entre los Jemeres Rojos, encabezados por Pol Pot (nacido como Saloth Sar), y el gobierno de la República Jemer, apoyado por Estados Unidos –que incluso bombardeó intensamente el territorio– y presidido por Lon Nol, quien a su vez había derrocado al régimen monárquico de Norodom Sihanouk en 1970.

En una época dominada por la Guerra Fría que confrontó a Estados Unidos con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Camboya (otrora parte de la Indochina francesa) constituía –de acuerdo con el historiador británico Eric Hobsbawm– una de las excepciones dentro del escenario bélico no europeo, debido a que los comunistas habían obtenido un gran triunfo al conjugar sus objetivos con las luchas de liberación nacional y anticolonialistas en el sureste asiático.

En abril de 1975, finalmente el Partido Comunista de Kampuchea (como también era llamada Camboya), cuyos miembros eran conocidos como los Jemeres Rojos, tomaron el poder, respaldados por la China comunista y Vietnam del Norte; esta última también estaba en la etapa final de una contienda bélica contra Estados Unidos. Muchos camboyanos celebraron el término de la guerra civil, sin vislumbrar lo que vendría para su país. Tras el triunfo, la capital Nom Pen (o Phnom Penh) fue evacuada y luego se dio – señala Hobsbawm– “una mortífera combinación del maoísmo de café parisino de su líder Pol Pot” (en referencia a la educación francesa de este), “con un campesinado armado dispuesto a destruir la degenerada civilización de las ciudades”.

Así empezaba lo que los líderes comunistas camboyanos llamaron el “año cero”, una nueva época en la que el país sería reconstruido desde sus bases bajo la visión de los Jemeres Rojos, que nombraron al nuevo Estado como Kampuchea Democrática. El pilar de este régimen extremista, que buscó imponerse a rajatabla y con una celeridad extraordinaria, estaba conformado en buena parte por jóvenes, algunos casi niños. Uno de los objetivos principales era convertir a Camboya en una nación con una economía de carácter primordialmente agrario, por lo que los habitantes de las ciudades fueron trasladados para trabajar en el campo, en particular en los arrozales del territorio.

La dictadura de Pol Pot, que contó con la colaboración de los jefes nacionales y oficiales locales de los Jemeres Rojos, se caracterizó por la ruralización obligada, la malnutrición de la población, trabajos forzados, muertes por enfermedades curables, así como torturas, persecución, desaparición y ejecución de “enemigos” del régimen, como monjes budistas, musulmanes, cristianos y minorías étnicas (chinos, vietnamitas, tailandeses, cham), personas ligadas al régimen anterior o que disintieran –o parecieran disentir– de la política de la Angkar u Organización, la cúpula del gobierno en manos del Partido Comunista de Kampuchea. Llegaron a tal grado los crímenes en esos años que el resultado de este periodo es conocido como el genocidio camboyano y algunos de sus principales responsables han sido juzgados en ese sentido desde la primera década del siglo XXI.

Asimismo, se manifestó una “venganza de clases”: los burgueses, intelectuales –incluidos periodistas– y propietarios fueron llamados el “nuevo pueblo”; eran “los opresores a los que había que reeducar en el campo o exterminar”, como señala el cineasta Rithy Panh, víctima de esas acciones y director del documental S21, la máquina de matar de los Jemeres Rojos (2003), sobre el centro de tortura y ejecución que hoy alberga al Museo del Genocidio Tuol Sleng:

“Éramos millones los que nos hallábamos en esa situación. Esa fecha [17 de abril de 1975, cuando los Jemeres Rojos tomaron Nom Pen] se convirtió en mi matrícula, mi fecha de nacimiento en la revolución proletaria. Mi historia de niño quedó abolida. Prohibida. A partir de ese día, yo, Rithy Panh, de trece años, no tenía historia, ni familia, ni emociones, ni pensamiento, ni inconsciente. ¿Había un nombre? ¿Había un individuo? Ya no había nada.

“Qué idea tan genial darle a la clase odiada un nombre cargado de esperanza: nuevo pueblo. Esa masa sería transformada por la revolución, transmutada o borrada para siempre. En cuanto al “antiguo pueblo” o “pueblo de base”, ya no era arcaico y doliente, se convertía en el modelo a seguir: hombres y mujeres encorvados hacia la tierra de los antepasados, inclinados sobre las máquinas-herramientas, revolucionarios anclados en la práctica.”

Rithy Panh y Christophe Bataille han calculado que “los revolucionarios trasladaron al campo a cerca del 40% de la población total del país. En pocos días. No había ningún plan de conjunto, ni organización. No había nada previsto para guiar, alimentar, curar o cobijar a esos millones de personas”.

La Kampuchea Democrática fue derrocada en 1979. Se estima que para entonces habían muerto entre 1.7 y 2 millones de camboyanos, alrededor de un cuarto de la docupoblación, que era de 7.7 millones aproximadamente. Sin duda, el régimen asesinó a sus ciudadanos en cantidades aterradoras, hasta que fue apartado del poder por una invasión vietnamita apoyada por rebeldes camboyanos que habían huido de su país. Así, se estableció una nueva administración en enero de dicho año.

La crueldad y la violencia que ejercieron los Jemeres Rojos contra aquellos que consideraban enemigos del régimen (desde estudiantes, soldados y funcionarios del gobierno anterior hasta “capitalistas” que incluían a pequeños comerciantes o mototaxistas) o que cometían algún “delito” –un acto cuya definición era sumamente caprichosa–, quedó de manifiesta en los llamados “campos de la muerte” (killing fields en inglés), es decir, los sitios de genocidio (más de 388 identificados hasta 2007) donde se han encontrado fosas comunes (consideradas como aquellas que contienen cuatro o más cadáveres) cuya cantidad rebasa la cifra de 19,000; en algunas de estas se encontraron más de mil cuerpos e incluso se halló una con alrededor de siete mil. Esos lugares fueron el destino final de cientos de miles de camboyanos ejecutados y enterrados de manera masiva.

No debemos olvidar que el genocidio camboyano se dio en el contexto de la Guerra Fría, en medio de una disputa de carácter mundial por el sureste asiático. Estados Unidos, China y la URSS vieron a Nom Pen como parte del ajedrez geopolítico en la lucha entre el mundo socialista y el capitalista, y como un territorio en pugna en el que podían ejercer su expansionismo ideológico, económico y militar. Y no hay que olvidar a Vietnam (que en 1975 derrotó a los estadounidenses en la guerra, lo que trajo la unificación del país), nación que desde el término de la Guerra de Indochina contra Francia en 1954, había tratado de expandir su dominio en la región, hasta que con la invasión a Camboya, que inició a finales de 1978, lo consiguió en parte. A decir de Hobsbawm, “después de esto –en uno de los episodios diplomáticos más deprimentes– tanto China como el bloque de los Estados Unidos siguieron apoyando los restos del régimen de Pol Pot en virtud de su postura antisoviética y antivietnamita”.

El nuevo gobierno vietnamita creó la República Popular de Kampuchea que, no sin conflictos, se mantuvo hasta 1991. Tras la caída del Muro de Berlín y ya en los momentos finales de la Guerra Fría y la disolución de la URSS, en aquel año se firmaron los Acuerdos de París para crear un gobierno de coalición en la figura del Consejo Nacional Supremo, conformado por las facciones rebeldes, con apoyo de la Organización de las Naciones Unidas y con el príncipe Norodom Sihanouk como presidente.

Sin embargo, los Jemeres Rojos continuaron luchando contra el gobierno en forma de guerrillas, aunque ya sin la influencia de tiempos anteriores, hasta que finalmente se desintegraron a finales del siglo XX. En 1998 murió su líder Pol Pot y fue hasta los primeros años del nuevo milenio que algunos de los cabecillas responsables del genocidio camboyano comenzaron a ser juzgados por crímenes de guerra y contra la humanidad.

 

Si desea leer el artículo completo, adquiera nuestra edición #153 impresa:

Iturbide. Versión impresa.

 

Recomendaciones del editor:

Si desea conocer más historias de la vida diaria, dé clic en nuestra sección “Vida Cotidiana”

 

Title Printed: 

Campos de la muerte