El espíritu de Clara Schumann en México

Olivia Moreno Gamboa

María Luisa Vega Ritter destacó desde muy temprana edad por sus excepcionales facultades para tocar el piano. Entre 1897 y 1898 visitó México, donde ofreció una serie de exitosos conciertos.

 

En 1906, periódicos franceses, españoles y mexicanos informaron sobre el suicidio de la pianista María Luisa Ritter, ocurrido el sábado 17 de noviembre en la ciudad de París. Presa de un “rapto de desesperación”, la joven de treinta años salió de la pensión donde vivía en la rue du 29 Juillet, abordó un carruaje de alquiler y pidió al conductor que la llevara a Châtelet. En el trayecto, mientras el vehículo pasaba por el muelle de Tullerías, María Luisa sacó un revolver que llevaba en el bolso y se disparó directamente al corazón. De inmediato, el chofer condujo a la moribunda al Hospital de la Caridad, donde falleció poco después.

¿Qué orilló a esta talentosa mujer de singular belleza a tomar semejante decisión? Según la investigación de un reportero de Le Petit Parisien, semanas antes del trágico suceso, Ritter fue contratada como profesora de piano en el Conservatorio de Berlín, colocación que le daría la estabilidad profesional y económica que no había logrado hasta entonces como concertista. Hallándose sin recursos para emprender el viaje, pidió prestado dinero a un amigo. Si bien éste accedió a ayudarle, el giro no llegó en la fecha esperada y el plazo para ocupar la cátedra venció. El mismo día en que María Luisa debía partir hacia Berlín, le envió una carta a su antiguo profesor, el compositor Jean Huret, con estas palabras de despedida: “Mi amigo me ha escrito que no puede poner a mi disposición el dinero prometido. ¡Es el fin! Ya no puedo luchar más… Tengo tantas deudas que jamás conseguiré pagarlas. Perdóneme, pero la muerte será mi liberación”.

Ritter en México

En México, el periodista que se ocupó de su suicidio recordó a los lectores que, hacía diez años, María Luisa había visitado nuestro país a fin de dar a conocer sus “excepcionales facultades” para el arte del que era una “sobresaliente sacerdotisa”. En efecto, en 1897, la pianista española (quizás de ascendencia germana) inició una larga gira por América Latina. Entre octubre de ese año y mediados de 1900 viajó por la región, dando recitales y conciertos en sus principales capitales.

En la Ciudad de México, Ritter deleitó por primera vez a un selecto grupo de aficionados en una velada organizada por Próspero Gloner en su residencia de la calle de Humboldt. Es probable que este representante de la banca Bleichröder y otros empresarios alemanes y franceses hayan invitado a María Luisa a presentarse en el país, pues en la segunda mitad del siglo XIX los adalides de las colonias extranjeras en México patrocinaron los viajes y espectáculos de numerosos artistas europeos. De ahí que la prensa local le atribuyera a la pianista origen francés, no obstante su apellido alemán.

También a finales de 1897, Ritter obsequió a Carmen Romero Rubio un recital privado de obras clásicas para piano. El programa debió tomar por sorpresa a la esposa del presidente Porfirio Díaz y a sus invitados, pues la élite mexicana estaba más habituada a escuchar piezas de salón en boga y arias de óperas italianas arregladas para ese instrumento.

Sin embargo, no es por el triste desenlace de su vida (el cual, por otro lado, exhibe las adversidades que enfrentaron las primeras profesionales del piano para abrirse camino) ni por sus presentaciones en los salones de la burguesía porfiriana que queremos recordar a María Luisa Ritter, sino por sus audiciones en la Sala Wagner & Levien, la primera sala pública de conciertos –esto es, de paga– que abrió en México. 

De manera muy particular, interesa destacar el ciclo de “Conciertos históricos” que la artista ofreció en abril de 1898, a dos años de haberse inaugurado dicha sala con un concierto de Ricardo Castro. El espíritu y legado musical de Clara Josephine Wieck, mejor conocida como Clara Schumann, se hicieron presentes en las funciones celebradas los miércoles 13, 20 y 27 en punto de las nueve de la noche.

El legado de Schumann

Considerada uno de los mayores exponentes del piano moderno y, sin lugar a dudas, la mejor intérprete mujer de su tiempo, Wieck-Schumann acababa de fallecer en Fráncfort a los 77 años cuando Ritter arrancó su tour artístico en busca de fama y fortuna. No sabemos si María Luisa tuvo oportunidad de asistir a alguno de los célebres conciertos de la virtuosa pianista, cuyos repertorios elegía ella misma basándose en su amplia experiencia como pedagoga y estudiosa de la historia de la música. En estos programas, Clara interpretaba las obras de su esposo Robert Schumann (1810-1856), con el que compartía los ideales del romanticismo alemán.

Si Ritter no conoció en persona a Wieck-Schumann, sí conoció las innovaciones que ésta introdujo en la interpretación del piano; por ejemplo, tocar de memoria las obras sin apoyo de partitura. Así lo hizo María Luisa en uno de sus recitales, provocando la admiración de los críticos mexicanos. También de la empresaria alemana aprendió su nueva forma de vender al público la música seria, haciéndolo partícipe de su “evolución”. Fue con este propósito que algunos pianistas –Clara entre los primeros– comenzaron a diseñar programas siguiendo un orden cronológico. En palabras del musicólogo William Weber, la incorporación de esta dimensión históricopedagógica en los conciertos instrumentales permitió clarificar lo que hasta entonces había sido un “despliegue confuso de periodos”.

Para Clara, Robert y otros músicos del periodo romántico, tanto en Alemania y Francia como en España y México, la anhelada transformación de la cultura musical, del gusto y los hábitos de consumo del público, pasaba necesariamente por el conocimiento de su desarrollo histórico. Por ello, en la etapa final de su vida, Wieck-Schumann se dedicó a dar conciertos históricos en las principales salas del norte de Europa. Interpretaba obras de J. S. Bach, Scarlatti, Mozart, Beethoven, Schubert, Mendelssohn, Chopin y, por supuesto, las de su difunto esposo y las de Johannes Brahms, su más querido y fiel amigo.

 

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