El escándalo Watergate y la renuncia de Richard Nixon a la presidencia de Estados Unidos en 1974

Ricardo Cruz García

Es la tarde del 9 de agosto de 1974 y Richard Nixon se despide del poder de Estados Unidos desde la Casa Blanca. No ha terminado el periodo del mandato para el cual fue electo (1973-1977), pero no le queda otra opción tras meses de investigaciones por los escándalos derivados de la participación de él y altos funcionarios de su gobierno en el sonado caso Watergate.

 

Es la tarde del 9 de agosto de 1974 y Richard Nixon se despide del poder de Estados Unidos desde la Casa Blanca. No ha terminado el periodo del mandato para el cual fue electo (1973-1977), pero eso no evita que se le vea muy sonriente, acompañado de sus últimos aliados y de su esposa Pat, y haciendo la “V” de la victoria antes de abordar el helicóptero presidencial, en el inicio de un periplo que lo llevará hasta su residencia en San Clemente, California. Por supuesto, se va no porque quiera, sino porque no le queda otra opción tras meses de investigaciones por los escándalos derivados de la participación de él y altos funcionarios de su gobierno en el sonado caso Watergate.

Si bien hoy se utiliza el sufijo gate para referirse a algún escándalo político (en México, tuvimos el Pemexgate y el Toallagate a inicios de este milenio), el origen de este uso se halla en el caso derivado del allanamiento a la sede del Comité Nacional del Partido Demócrata de Estados Unidos, ubicada en el complejo inmobiliario Watergate, en el distrito capital de Washington.

La noche del 17 de junio de 1972 un grupo de hombres entró subrepticiamente a las oficinas de los demócratas con el fin de extraer documentos relevantes e instalar dispositivos para espiar conversaciones telefónicas. Sin embargo, fueron descubiertos y apresados pocas horas después. Uno de ellos era James W. McCord, antiguo agente de la CIA (Agencia Central de Inteligencia) y jefe de seguridad del Comité para la Reelección del Presidente (CRP), creado para recaudar fondos para la campaña electoral de Nixon, quien, a pesar de eso, ganaría los comicios en noviembre de ese mismo año.

En los meses siguientes los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein, de The Washington Post, empezaron a jalar la madeja que se escondía detrás de aquel allanamiento. Con el apoyo de una fuente anónima, a la que identificaron con el sugestivo nombre de “Garganta Profunda” (hasta 2005 se reveló que era Mark Felt, agente y entonces director asociado del FBI, la Agencia Federal de Investigaciones), siguieron las pistas de los involucrados y la llamada “ruta del dinero”, lo que al final los llevaría hasta el mismo presidente del país.

Pese a que Nixon siempre negaba cualquier vínculo con los detenidos, Woodward y Bernstein descubrieron que el caso Watergate era solo uno de los engranes del sistema de espionaje y ataque a los opositores al gobierno, que además era financiado con dinero de dudosa procedencia a través del CRP, dirigido por John Mitchell, quien había sido fiscal general de Estados Unidos. Por si fuera poco, empezó a surgir información que indicaba que el presidente estaba pagando el silencio de los implicados, a la vez que obstaculizaba las indagatorias.

Ante ello, el Senado estadounidense creó un comité especial para investigar el caso, lo que llevó a descubrir que Nixon contaba con un sistema con el que había grabado todas sus conversaciones en la Oficina Oval de la residencia presidencial. Obligado a hacerlas públicas en julio de 1974, las cintas confirmaron los aspectos esenciales de las investigaciones periodísticas y legislativas, en especial el uso de la CIA por parte del presidente para bloquear las indagatorias del FBI.

Ante la exigencia de renuncia de parte de la opinión pública y de sus opositores políticos, así como la falta de respaldo en su propio partido (lo que fácilmente lo habría llevado a un impeachment o proceso de destitución), el presidente presentó su dimisión al cargo el 8 de agosto de 1974, la cual se haría efectiva al día siguiente. Sin embargo, no podría ser acusado o investigado penalmente, pues semanas después su sucesor, el otrora vicepresidente Gerald Ford, le otorgó el indulto. Quizá este era el motivo por el que a Nixon se le veía tan sonriente aquel día en que abandonó la Casa Blanca.

 

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