El contexto mesoamericano a la caída de Tenochtitlan en agosto de 1521

Daniel Díaz

El gobernante mexica muy pronto se dio cuenta de que los recién llegados no eran emisarios de lo que decían las antiguas historias. Debió haber sido bastante impactante saber que Cortés se había negado a comer los alimentos, regados con sangre, que le habían ofrecido sus embajadores. Muy pronto supieron que eran seres humanos como ellos…

 

La cuenca de México

La última de las expediciones que organizaron los colonos hispanos que vivían en Cuba fue la de Hernán Cortés, que en 1519 llegó a Cozumel (hoy parte de Quintana Roo) y de ahí navegó hasta desembarcar en las costas de Veracruz.

Los mayas de Champotón fueron los primeros que sostuvieron una guerra contra la tropa de Cortés. Una táctica guerrera simple, pero desconocida por los mayas, la de rodear al enemigo y atacarlo por la retaguardia, decidió el triunfo para la expedición que traía solo órdenes de hacer intercambio comercial. Cortés decidió explorar tierra adentro y navegar por las rutas marinas hechas por expediciones anteriores. El Viernes Santo de 1519 llegó al lugar donde desembarcó y conoció al gobernante de Cempoala, una de las ciudades-Estado bajo el dominio mexica. Es sabido cómo los cempoaltecas lo recibieron y le hablaron de la gran Tenochtitlan y de su gobernante, Motecuhzoma II.

Acerca de Cortés y la empresa que llevó a cabo para dominar a los antiguos reinos que conoció se ha dicho mucho. Queda por dilucidar si se dio cuenta de cómo funcionaban y cuál era la relación de las ciudades-Estado principales con sus aliados. Lo que sabemos con certeza es que Motecuhzoma II supo de los movimientos de las tropas extranjeras con precisión y tiempo suficiente para detener la marcha hacia Tenochtitlan.

El gobernante mexica muy pronto se dio cuenta de que los recién llegados no eran emisarios de lo que decían las antiguas historias. Debió haber sido bastante impactante saber que Cortés se había negado a comer los alimentos, regados con sangre, que le habían ofrecido sus embajadores. Muy pronto supieron que eran seres humanos como ellos y que, como ellos, podían ser la representación de dioses, pero no los dioses como tal. Y si eran la representación de dioses podían ser también candidatos a sacrificio en honor de los mismos.

En este momento, Motecuhzoma II sabía que la llegada de los europeos a Tenochtitlan era incontenible. Sin embargo, hizo lo que se esperaba de él: llamó a los magos mexicas para que, mediante ensalmos y hechizos, detuvieran su marcha. Sabía ya de la calidad mortal de los europeos y también de su capacidad para el combate.

Los españoles también supieron pronto de la altura de los combatientes de los reinos por los que transitaban hacia la poderosa ciudad en medio de los lagos de la cuenca de México. En los combates que trabaron con los tlaxcaltecas estuvieron a punto de perecer. Ocultaron los cadáveres de combatientes y un caballo muerto en batalla, con la esperanza de que creyeran que no morían, lo que no resultaba tan creíble. Por su parte, los tlaxcaltecas daban agua y comida por la noche a quienes en el día combatían. Eran miembros de una ciudad-Estado que había sostenido una guerra durante, cuando menos, dos siglos con los mexicas, que les habían impuesto un cerco para que apenas sobrevivieran.

Cuando los gobernantes de las cuatro ciudades-Estado principales de Tlaxcala supieron que Cortés planeaba ir a Tenochtitlan, se aliaron con él de igual a igual. Marcharon en alianza juntos, no como subordinados, contra la ciudad-Estado que los había sometido por varias décadas, además de obligarlos a sostener lo que se conoce como “guerra florida”, de la que ambas ciudades obtenían víctimas sacrificiales.

No solo las ciudades de Tlaxcala se unieron a los españoles, muchas de la cuenca de México también lo hicieron. Entre ellas destacó Texcoco, que antes había formado parte de la Triple Alianza, junto con Tacuba y Tenochtitlan. De igual forma, se les sumaron algunas con una alta producción agrícola por sus fértiles tierras, como Cuitláhuac, el actual Tláhuac y Chalco. Esta última ciudad-Estado tuvo rivalidades con la de Tenochtitlan por muchos años y en la batalla de agosto de 1521 peleó al lado de los hispanos. Los de Chalco combatieron e hicieron labores de sabotaje nocturno (un atrevimiento considerado peligroso e incluso profano, pues no se hacían actividades bélicas en ese lapso), como robar los materiales con que los mexicas taponaban los huecos de los puentes para impedir el paso de los bergantines que navegaron y lucharon en las aguas de los lagos de la cuenca.

Por otro lado, entre 1520 y 1521, los gobernantes mexicas pidieron a las ciudades-Estado vecinas que se aliaran para combatir a los europeos. Tales peticiones fueron declinadas por la mayoría de las ciudades, lo que selló la suerte de Tenochtitlan, que sucumbió en aquel agosto de 1521.

 

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Un mundo de guerra y alianzas