La angustiosa noche del 6 de julio de 1685 había pasado sin que el temido asalto hubiera tenido lugar. Las rondas de a caballo confirmaban que el enemigo no había puesto pie en tierra y la esperanza de que se alejara fue cobrando cuerpo entre los campechanos. A tanto llegó la confianza que los del castillo abrieron las puertas y muchos salieron hacia sus casas para cambiar impresiones con los suyos. El teniente que estaba en una de las atalayas de la fortaleza vio esto y dio órdenes para que volvieran a sus puestos.
Junto al teniente estaba don Antonio de Alcalá. Ambos observaban atentamente los movimientos de los enemigos: las naves comenzaron a marchar mar adentro y pronto, las que estaban acordonadas en el Beque fueron siguiendo a sus capitanes hacia alta mar. Muchos vecinos de Campeche se cercioraron de que esto era la retirada definitiva. De improviso, las naves dieron la vuelta hacia el paraje de Beque y los piratas comenzaron a saltar a tierra. El teniente bajó a todo correr a la plaza y, tomando su caballo, ordenó a los capitanes Antonio Fernández y Juan Ramos que fueran a San Román.
Ante la desbandada inicial de los españoles, Lorencillo avanzó por el camino de la playa y Agramont por el de los montes. Los campechanos quedaron cortados por tres partes: unos por la orilla del mar, otros por los montes y el resto, entre las dos alas del enemigo. Los que tuvieron que guarecerse en San Román ante la acometida del enemigo fueron, entre otros: Luis Lázaro, Francisco Heredia, Antonio Hurtado y don Juan Ramos.
El primer día del enfrentamiento con el pirata había pasado y el balance era de lo más desolador. Meses de preparativos cuidadosos no habían dado apenas resultado. El enemigo ocupaba ya un tercio de la población. Con la llegada de la noche se había parado la actividad y ambas partes mantenían sus posiciones de la tarde; el Hospital, San Francisco, el Castillo, contaduría y parte este de la villa seguían siendo de los españoles; lo demás estaba ocupado por el pirata.
Toda la mañana de este día [domingo 8 de julio] la emplearon los piratas en asaltar y ocupar el Hospital. Hasta las seis de la tarde no fueron totalmente dueños de él. En esta hora celebraron la caída de este baluarte con gran estruendo de trompetas y chirimías. Muchos de sus defensores pudieron acogerse a la iglesia parroquial, gracias a la valentía del capitán Lázaro Canto y su gente, que se abrieron paso entre los atacantes y lograron que buena parte de mujeres y niños pasaran a dicha iglesia. También entraron en ese templo-fortaleza gran número de provisiones. La caída del Hospital coincidió con la desbandada general de cuantos moradores habían quedado indecisos hasta entonces, esperando la salvación de Campeche.[1]
Con los sucesos del día 12, los piratas se vieron libres de obstáculos y dieron rienda suelta a sus desmanes. A partir de este día, extendieron su acción por los campos, villas, rancherías y milpas en un radio de cuatro leguas de Campeche. A tanto llegó su audacia que pensaron pasar allí el invierno y para ello fortificaron la villa y mejoraron sus trincheras con muchos maderos y palos.
Esta publicación es un fragmento del artículo “El asalto pirata de Lorencillo y Agramont a Campeche en 1685” del autor Eduardo del Paso y se publicó íntegramente en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 52.
[1] “Declaración de Juan Ramos contra los soldados de la compañía del sargento mayor don Gonzalo Borrallo que desamparara el castillo”, f. 4, México, Archivo General de lndias (AGI), 363.
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