Ese día se llevaron a cabo elecciones federales en nuestro país. Se eligió, con una mayoría abrumadora del 95.8 por ciento de los votantes, al general Álvaro Obregón, candidato del Partido Laborista Mexicano, quien fue declarado presidente electo de la República para un periodo de cuatro años. Así, el golpe de Estado encabezado por los firmantes del Plan de Agua Prieta algunos meses antes y perpetrado contra el presidente Venustiano Carranza quedó consumado por la vía legal.
La mayoría de las versiones sobre la rebelión de Agua Prieta toman la decisión de Carranza de “lanzar” la candidatura presidencial del licenciado Ignacio Bonillas como el detonante principal de la revuelta militar. Piensan que su gran error, el que lo llevó hasta la muerte, fue elegir a un candidato civil de trayectoria modesta y sin vínculos políticos con alguno de los principales generales de la revolución triunfante.
Sin embargo, considero que el error fundamental fue otro y que inclusive Bonillas no era un mal candidato para el plan de Carranza. Don Venustiano, viejo zorro de la política, sabía que cualquiera que fuera su elección, salvo que se decantara por el sonorense Obregón, sería criticada por este y sus partidarios, y en consecuencia por un importante sector del ejército, lo que reducía de forma considerable sus opciones.
Podía, desde luego, brindar su apoyo al general Pablo González, jefe del Cuerpo de Ejército del Noreste y, en el papel al menos, el único militar que podía oponer cierta resistencia a la popularidad de Obregón. Pero hacer eso dejaría al país al borde de una guerra entre militares en donde, además, las oportunidades del general nuevoleonés eran mínimas. También podía elegir a otro militar sonorense, e incluso cabildeó con algunos, aunque sabía que lo rechazarían o, en todo caso, el resultado sería el mismo que con la opción anterior. Su alternativa más lógica, dicen la mayoría de sus críticos, era elegir a un candidato civil de gran renombre o prestigio; quizá José Vasconcelos o Luis Cabrera. Seguro Carranza los consideró y, avezado como pocos en política, calculó que serían derrotados por Obregón.
Todas las preguntas que, sin lugar a dudas, se hizo el presidente, lo llevaron a una conclusión: poner la pluma contra la espada. El único capaz de derrotar a Obregón en unas elecciones, el único que en 1919 podía considerarse a la misma altura que el hombre que barrió en el campo de batalla a Pancho Villa era… ¡Venustiano Carranza! El restaurador del orden constitucional, al que revolucionarios de casi todos los bandos habían llamado en algún momento Primer Jefe. Sin embargo, no podía reelegirse; la misma Constitución –que era su principal arma– se lo impedía; por lo tanto, tomó la decisión más lógica que se le presentaba y la única con cierta posibilidad de éxito: competir él mismo contra Obregón... y como candidato eligió a Ignacio Bonillas; pero no como última opción, como se asegura comúnmente, sino calculando que al elegir a un candidato con una trayectoria que, ni de lejos, le hiciera sombra al caudillo, mandaba un mensaje fuerte y claro a los actores políticos y a los votantes del país: si apoyas a Bonillas, apoyas a Carranza.
El “gran error” de don Venustiano, el que lo llevó al camino sin retorno de Tlaxcalantongo, no fue Bonillas, sino creer que en 1919 podía competir frente a frente contra Álvaro Obregón. Eso le costó la vida.
La nota breve "El 5 de septiembre de 1920, Álvaro Obregón es declarado presidente electo" del autor Luis Salmerón se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 109.