El 15 de julio de 1914 Huerta renuncia a la presidencia

El fin del usurpador

Marco A. Villa

Lo que sentí al ocupar la presidencia de México, fue algo que no pude ni podré explicar. Me creí el amo de México, el dominador de todo aquel pueblo del que yo había formado parte como uno de los más humildes […] la primera aspiración que tuve en el poder: hacer la paz, engrandecer a los eternamente vejados”.

 

Aunque apócrifas, así rememoraba Victoriano Huerta en sus memorias, escritas aparentemente en Barcelona en 1915 durante su exilio, aquel primer momento en el que ocupó la máxima magistratura del país el 19 de febrero de 1913. Pero su gestión apenas rebasaría los diecisiete meses.

Enmarcado por el vértigo del poder y por una tensa guerra intestina que comenzaba a experimentar sus meses más cruentos, su mandato estuvo imbuido en graves problemas políticos, tanto por la presión de los grupos civiles y contingentes militares consolidados que desconocían su régimen y avanzaban con mejores resultados sobre el ejército federal, como por las endebles alianzas y presuntas traiciones de quienes conformaban su círculo más cercano, lo cual poco a poco se confirmó una vez que el general jalisciense se encontraba en el exilio.

En el ámbito diplomático, la invasión estadounidense a Veracruz de abril de 1914 precipitaría el final de su administración, de por sí inminente. Sabido es que el gobierno estadounidense buscaba su separación del poder y ni la heroica defensa del puerto veracruzano fue suficiente para cambiar el rumbo de tal destino. Quizá Huerta se preparaba, de una forma semejante a como se enuncia en sus memorias apócrifas: “Solo una idea me preocupaba: irme con dinero. Había hecho algunas buenas operaciones por conducto de Moheno, asuntos de petróleo y por otros conductos […]. Entonces esperé el momento oportuno… de mi huida”.

El 14 de julio siguiente, Huerta salió de la capital escoltado por una caravana de automóviles que pasó ante la mirada de los vecinos, quienes alcanzaron a ondear sus pañuelos en señal de despedida. Al llegar a la estación Los Reyes, el convoy presidencial integrado por el aún mandatario, sus exministros, familiares y algunos ayudantes se dirigió en tren al cruce de las vías ubicado entre Irolo y Apizaco, donde pasada la una de la mañana cambiarían de ferrocarril con rumbo a Puerto México, en Coatzacoalcos.

Al día siguiente, en la Cámara se leía su renuncia: “las necesidades públicas indicadas por la Cámara de Diputados, por el Senado y por la Suprema Corte, me hicieron venir a la Primera Magistratura de la República. Después […] prometí hacer la paz a todo trance. […] Todos ustedes saben las inmensas dificultades con las que ha tropezado mi gobierno con motivo de la escasez de recursos, así como por la protección manifiesta y decidida que un gran poder de este continente ha dado a los rebeldes. […] Para concluir digo, que dejo la presidencia de la República, llevándome la mayor de las riquezas humanas, pues declaro que he depositado en un Banco, que se llama la Conciencia Universal, la honra de un puritano, al que yo, como caballero, lo exhorto a que me quite esa mi propiedad. Que Dios los bendiga a ustedes y a mí también”.

Finalmente, el 17 de abril Huerta y los suyos eran recibidos por el capitán Kohler y sus oficiales en el crucero alemán Dresden, anclado en Puerto México. De ahí zarparían el día 20 con destino a Kinston, Jamaica, donde continuarían su viaje con rumbo a Bristol, Inglaterra a bordo del vapor norteamericano Patia, para de ahí llegar a España, la patria elegida para su exilio.

 

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