Día Internacional del Migrante

18 de diciembre

Gerardo Díaz

El buscar mejores condiciones de vida es un acto intuitivo relacionado con la felicidad o, en el peor de los casos, con la supervivencia.

 

Desde los libros más antiguos hasta los periódicos modernos encontramos relatos relacionados con migraciones; y de igual forma, con el odio, envidia, indiferencia, empatía o amistad hacia quienes la llevan a cabo.

La diversidad cultural de nuestro continente se debe a este fenómeno. Africanos que llegaron como esclavos. Judíos que intentaron escapar del juicio inquisitorial. Asiáticos curiosos que escucharon hablar a los españoles sobre su dominio de la entonces llamada Mar del Sur. Los europeos que, como conquistadores, quedaron arraigados hasta el final de sus días en estas nuevas tierras, dando paso a un cambio en las formas de vida en América.

En pleno siglo XXI, hay quienes desprecian a los que dejan, con su familia y apenas algunas pertenencias, lo que llamaron hogar durante años. Guerra, hambre, amenazas… todo es causa o pretexto. Es deber de esas personas arreglar las condiciones de su país en lugar de mancillar el suelo ajeno, dicen unos. Cierren las fronteras a esos bandidos, dicen otros. También hay voces sensatas, humanitarias, que defienden que la migración no es robar oportunidades a los suyos, sino expandir su conocimiento a través de la experiencia ajena y adoptar nuevas formas de existencia, pensamiento y cultura.

Hace veinte años, la ONU decretó el Día Internacional del Migrante como una celebración a la diversidad. No se imaginaban que pocos años después, y ante la indiferencia europea, cientos de botes repletos de niños y madres intentarían cruzar el Mediterráneo huyendo del conflicto en Siria. Que en Centroamérica, multitudes demandarían el paso a través de México con miras al llamado sueño americano, ante una actitud hostil de parte de un pueblo que además es histórica y tradicionalmente migrante.

Las personas migrantes en nuestro territorio, tienen derecho a la salud, educación, acceso a la justicia, protección consular, libertad de conciencia y expresión, derecho a solicitar refugio, a la información y comunicación, y a la no discriminación. Recordemos que siempre nos hemos nutrido con las migraciones. Como diría la abuela cuando llegaba una visita inesperada: solo hay que echarle más agua a los frijoles.

 

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