De cuando Raúl Macías llenó la Plaza México

La trampa del Ratón

Gerardo Díaz

Salivazo de Macías, que desde lejos pareció sangre. La verdad es que el gringo no llegó como mero saco de boxeo. Contestaba y aparentaba incluso el triunfo. Pero el tiempo fue amigo del Ratón. Conforme avanzaron los rounds, la presión de la altura, el estado físico y el aliento en español del público fueron mejor para el mexicano.

 

Nuestro país ha producido una cantidad impresionante de campeones de box en prácticamente todas las categorías. La gran mayoría han sido aplaudidos y ovacionados por miles de gargantas, pero pocos pueden considerarse verdaderos ídolos y apenas unos cuantos han sido capaces de reventar escenarios para miles de espectadores. Así, el primero que logró hacerlo fue Raúl Ratón Macías, aquella nublada tarde del 26 de septiembre de 1954.

La Plaza de Toros Monumental de México había sido inaugurada apenas ocho años antes. Al principio muchos dudaron del éxito del boxeador, dadas las dimensiones y la capacidad visual del recinto desde las gradas más lejanas. Sin embargo, el escenario pronto se volvió uno de los más ovacionados de la fiesta brava a nivel mundial. Ahí, el Ratón construyó una jaula para su víctima. Costosísima, por cierto, pues rompió récords de taquilla.

Cuando el estadounidense Nate Brooks entró, se encontró con aforo repleto. Más de lo permitido normalmente, pues en el ruedo, alrededor del cuadrilátero, se instalaron butacas también. Más de 55,000 almas. Pese a ello no mostró gesto alguno de desenfado. Pero la humedad de la lluvia previa, más el calor del público eufórico, debieron ser sofocantes. Eran otros tiempos. Hasta los narradores de radio y televisión le decían “negro” sin tapujos.

Campeonato de peso gallo de Norteamérica. 53 kilogramos cada gladiador. Algunos ocurrentes mexicanos tomaron esto literal y aventaron dos gallos de pelea al cuadrilátero. A Macías le dio gracia, Brooks seguramente recordaría peculiar espectáculo toda la vida.

La campanilla sonó y los púgiles se atormentaron. Entraron golpes en los rostros de ambos. Veloces, característicos de combates de ese peso. El cielo se despejó para el momento, pero conforme avanzaban los episodios se encapotó de nuevo. Las luces se encendieron sobre los boxeadores, como si de una proyección se tratara.

Salivazo de Macías, que desde lejos pareció sangre. La verdad es que el gringo no llegó como mero saco de boxeo. Contestaba y aparentaba incluso el triunfo. Pero el tiempo fue amigo del Ratón. Conforme avanzaron los rounds, la presión de la altura, el estado físico y el aliento en español del público fueron mejor para el mexicano.

Políticos, artistas, empresarios, barriada. Todos sabían que el Ratón empezaba de menos a más. Pero no por eso preocupaba menos. En el décimo segundo round las cosas se aclararon. Brooks ya no soportó la embestida y cayó al suelo. El réferi detuvo el duelo y declaró un ganador. La policía tuvo que entrar, pero no para detener la golpiza, sino para proteger al Ratón de la inmensa muchedumbre que quería abrazarlo.

Quizá fue la ovación más grande de la Plaza México… que tristemente ya pocos recuerdan.

 

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