De cuando Lucio Cabañas secuestró a Álvaro Carrillo

Días de bohemia guerrillera

Ricardo Lugo Viñas

Al despedirse, Cabañas le obsequió a Álvaro un machete, con las iniciales de su nombre grabadas en el mango, y un rifle. A decir de sus hijos, Álvaro exhibía dichos objetos, hinchado de orgullo, en su casa de la colonia Campestre Churubusco, en la Ciudad de México.

 

Atoyac de Álvarez, Guerrero. 19 de mayo de 1967. Pasadas las cuatro de la tarde el profesor normalista Lucio Cabañas Barrientos (1938-1974) salió de la casa de la maestra Hilda Flores –que lo había resguardado de las fuerzas federales– para encontrarse con su verdadero destino. La tétrica violencia del Estado lo forzó a tomar las armas y emprender el exilio. ¡Nos vamos a la sierra! Buscó refugio y justicia en la montaña. Lo seguían un puñado de famélicos y mal armados campesinos.

Se internaron en los confines de la Costa Grande de Guerrero, siguiendo el trémulo movimiento de los secos ramales de los ríos. Fundaron la Brigada de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres, que buscaba hacer justicia por la matanza perpetrada por fuerzas del Estado mexicano el pasado 18 de mayo, durante un mitin de padres de familia y profesores en la plaza central de Atoyac, así como combatir el “pobrismo” que tiranizaba a las comunidades campesinas de la región.

A partir de ese momento, el ejército mexicano emprendió una adusta e incansable campaña de búsqueda y aniquilamiento contra Lucio Cabañas, a quien consideraba un delincuente común. Minaron la región con helicópteros, autos todo terreno y tropas. Pero los miembros de la Brigada conocían muy bien los vericuetos de la sierra y lograron, por varios años, esquivar el acoso militar.

Poco a poco dominaron el arte de la guerrilla: esparcían el humo al cocinar, para evitar que se levantara en columna sobre la copa de los árboles; hablaban en murmullos, para sortear el eco de la montaña; caminaban de noche y nunca por brechas; cuando el sol era blanco y voraz, descansaban a la sombra de los tamarindos o los cafetales…

Una noche de asamblea, a principios de 1969, Lucio se enteró que entre sus guerrilleros se encontraba Porfirio Carrillo Alarcón, medio hermano de Álvaro Carrillo (1919-1969), la voz dorada del bolero mexicano y autor de Sabor a mí o Se te olvida. Por primera vez en mucho tiempo, los ojos de Lucio se iluminaron como cocuyos. Pergeñó un arriesgado plan: secuestrar al nacido en Cacahuatepec, Oaxaca, que se consideraba a sí mismo guerrerense por crianza: Álvaro Carrillo.

Al día siguiente la misión se puso en marcha. Porfirio llamó a su hermano y lo convenció de asistir a una fiesta familiar en Chilpancingo. Álvaro aceptó y, días después, acudió al punto acordado. También se habían entrenado en los tejemanejes del secuestro. Al poco tiempo Álvaro Carrillo, que para entonces ya gozaba de fama internacional, estaba a bordo de una camioneta, encapuchado y atado de manos. El traslado llevó casi un día.

Cuando le quitaron la capucha, Álvaro se encontraba en el corazón del campamento de Lucio Cabañas. Descansando sobre una hamaca, descamisado para solventar el calor, y leyendo la Biblia, Lucio se levantó alborozado para darle la bienvenida y disculparse por el incómodo traslado. Realmente lo admiraba.

Durante los tres días que duró el secuestro, dialogaron a sus anchas. Ambos estudiaron en la Escuela Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa. Pero sobre todo cantaron. Lucio era hábil con la guitarra y un excelente imitador de Javier Solís.

 

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